Reseña de La broma infinita de David Foster Wallace

Una auténtica maravilla retorcida, oscura e indeleble en la memoria del lector

Viva el verano y los libros. Hay otras combinaciones como “café y libros”, “vino y libros”, “queso y libros”, pero para mí la mejor es “verano y libros”. Este año, rompiendo la tradición, he empezado la temporada estival con un clásico moderno y me he dejado a los rusos para más adelante. Foster Wallace es de esos autores que descubres cuando tienes cierta trayectoria lectora. Yo lo descubrí gracias a una recopilación de artículos (inicialmente publicados en el NYT) sobre tenis, El tenis como experiencia religiosa que ya reseñé en su momento. Y desde que lo descubrí tenía fijada La broma infinita. Seguro que en alguna librería ya me había llamado la atención por su grosor, como me pasa con 2666 de Bolaño, pero no sabía qué tipo de magia y maestría tenía dentro. Todo llega. Y estoy totalmente fascinado por este libro.

Foster Wallace crea un universo complejo y cargado de matices. En una América asquerosamente capitalista (hasta el nombre de los años está patrocinado por empresas) regida por el totalitarismo ecológico de la ONAN, gobernada a su vez por la oscura Oficina de Servicios No Especificados y en guerra perpetua contra el ultraviolento antiONANismo de Quebec, se desarrollan una serie de tramas que si en un principio parecen independientes se van trabando por el movimiento de algunos personajes. Esas tramas se sitúan en dos escenarios principales: una academia de tenis y un centro de desintoxicación. La Academia Enfield de Tenis es un centro elitista de alto rendimiento donde impera una disciplina destinada a abolir todo placer. La Ennet House para la Rehabilitación del Alcohol y las Drogas, un centro donde a través de la conversación y la religión se va procurando la recuperación de los usuarios. En estos escenarios se van a ir interlazando cuatro narrativas principales: 1) un grupo marginal de quebequenses radicales, Les Assassins des Fauteuils Rollents (Los Asesinos en Sillas de Ruedas; ASR), planean un golpe de estado geopolítico violento, con la oposición de varias agencias de inteligencia de ONAN; 2) Varios residentes de la zona de Boston “tocan fondo” en relación a sus problemas de abuso de sustancias, e ingresan al programa de rehabilitación de la Ennet House con apoyo de Alcohólicos Anónimos (AA) y de Narcóticos Anónimos (NA); 3) Los alumnos se entrenan y estudian en la prestigiosa Academia Enfield de Tenis, fundada por el defundo James Incandenza, y manejada por su viuda Avril Incandenza, y el hermano adoptivo de Abril llamado Charles Tavis; 4) La historia de la familia Incandenza, con particular énfasis en el hijo menor, Hal.

Todas las narrativas están conectadas mediante una película, “La broma infinita”, también nombrada a lo largo de la novela como el “Entretenimiento”, o “el samizdat” [Inciso. En un reciente viaje a Polonia he descubierto el significado de samizdat, resulta que el Samizdat fue la copia y distribución clandestina de literatura prohibida por el régimen soviético durante la Guerra Fría; todo en este autor y esta obra está lleno de detalles asombrosos]. La película es tan entretenida que sus espectadores pierden todo tipo de interés en cualquier otra actividad excepto ver repetidamente la película, hasta morir de inanición.

Pues todo esto no es más que el esqueleto de una novela prodigiosa. Bajo mi humilde criterio lector, encuentro aromas de la generación Beat (descripción de drogas, momentos de estar puestísimos, triquiñuelas de drogadictos para conseguir y consumir, descripción de un proceso de mono, desintoxicación, etc.) del Trainspotting de Irvine Welsh o del requeterecomendadísimo comic Transmetropolitan de Warren Ellis. Foster Wallace recrea con una lucidez absoluta los ambientes oscuros, angustiosos, sensibles, apocalípticos y ruínes de los personajes. Con una explosión de creatividad inaudita y una imaginación desbordante, el libro va tejiendo historias secundarias con las tramas principales dotando a la novela de una complejidad inabarcable en una única lectura (claramente, necesito volver a leerlo). Hay críticos y expertos que sitúan esta novela de Foster Wallace en el “realismo histérico” (corriente literaria surgida con el posmodernismo que pone su acento en la descripción detallada de los hechos llevándolo hasta un extremo irreconocible. Se coloca el adjetivo histérico a este tipo de realismo por el juego introducido en el contrato de lectura entre el narrador y los lectores. El deseo nunca termina de realizarse a nivel de catálisis aristotélica siempre queda en suspenso o a nivel del psicoanálisis freudiano se busca la figura de un lector castrado que nunca termina de desarrollar su propio potencial).

A mi me ha llamado especialmente la atención la profundidad de las reflexiones sobre el tenis. Reflexiones con las que no puedo estar más de acuerdo: 1) “el tenis es un híbrido del ajedrez y el boxeo” ; 2) “los deportes juveniles sirven básicamente para entrenar a la ciudadanía y que se trata de aprender a sacrificar los estrechos imperativos del Yo –las necesidades, los deseos, los miedos, las distintas ansias multiformes de la voluntad de apetencias del individuo– en aras del imperativo mayor de un equipo (vale, el Estado) y un conjunto de reglas delimitantes (vale, la Ley)”; 3) “las infinitas raíces de la belleza del tenis son autocompetitivas, compites con tus propios límites para trascender al yo en imaginación y destreza. Desapareces dentro del juego: traspasas límites, trasciendes, mejoras, ganas. Por eso el tenis es una empresa esencialmente trágica: crecer y mejorar como un junior serio, ambicioso (…) Es trágico y triste y caótico y hermoso. Toda la vida es igual, como ciudadanos del Estado humano: los límites animados están dentro para ser eliminados y llorados una y otra vez”. Describe a la perfección lo que te hace sentir el tenis cuando estás dentro de él, cuando intentas analizar un partido que acabas de jugar, cuando reflexionas sobre cómo mejorar tu tenis, cómo jugar contra un oponente concreto, cómo sentirte en la pista…: “Hay que esforzarse y pelear cada punto. Si quieres ser grande o casi grande, debes entregarte por entero a la pelota. No concedas nada. Ni siquiera jugando contra patosos. Juegas al límite y luego te pasas del límite y miras a tu antiguo límite y le saludas (…). Entra en trance. Sientes los detalles de todo. La pista se convierte en… un sitio extremadamente único en el que estar. Lo hará todo por ti. No permitirá que nada se te escape del cuerpo. Con el toque más suave y ligero los objetos se mueven tal como preveías que lo hicieran. Te deslizas en la prístina corriente de ir y volver haciendo delicadas equis y eles a lo largo y ancho de la superficioe de áspero asfalto de un verde brillante, tu sudor tiene la misma temperatura que tu piel, juegas con tal facilidad y con tal esfuerzo no propuesto ni esforzado y… y… y… con tal concentración y en trance que ni siquiera te paras a considerar si debes correr tras todas las pelotas. Apenas sabes lo que estás haciendo. El cuerpo lo hace por ti y la pista y el Juego lo hacen por tu cuerpo. Tú casi no cuentas. Es magia, muchacho”. Tal cual. Yo lo he vivido y es tal cual. Foster Wallace fue jugador de tenis (lo explico en el post de «El tenis como experiencia religiosa»), de niño vivió todo esto, aunque finalmente decidió dedicarse a la Literatura (gracias por esa rectificación a tiempo).

El libro es infinito. Tiene mil aspectos a destacar. Hay que leerlo con mucha calma y paciencia. Queriendo disfrutar de cada cosa que pasa, aunque te parezca irrelevante para el desenlace (muy esperado pero que no llega). En esta reseña no puedo detenerme en todo lo que me ha llamado la atención. Tengo el libro lleno de notas. La forma de narrar los aprendizajes que se adquieren en el centro de rehabilitación (pp. 231 – 237). Las reflexiones sobre la libertad (p. 366). El diálogo entre Marthe y Steeply (pp. 476 – 490) al más puro estilo tarantiniano. Los pensamientos de Hal a lo largo y ancho del libro (especialmente los de la página 1006). La visión del amor que tiene Mario Incandenza. Las descripciones detalladas del Escatón (juego inventado por Foster Wallace, no os podéis perder este post titulado “Escatón para dummies”), las reuniones de alcohólicos anónimos o las sinopsis de los cartuchos (películas) de Mario Incandenza y su padre James Orin Incandenza.

Si no he conseguido animaros a leer este “tocho” de Foster Wallace, visitad este post con diez consejos para leerlo. No dejéis de acercaros a la entrevista que le realizó Eduardo Lago a David Foster Wallace y que publicó El País con motivo del 10 aniversario de su muerte (se suicidó ahorcándose), no tiene desperdicio. Por último os dejo un exhaustivo análisis sobre La broma infinita realizado por José Carlos Rodrigo Breto para el blog Achtung! Y, antes de entrar en estos enlaces y profundizar sobre la obra, os recomiendo que la leáis. No es fácil, vale. No es ligera ni en contenido ni en peso, de acuerdo. Pero es de esas novelas inolvidables. Únicas. Irrepetibles. Es un cometa que va a pasar una vez por tu vida y te va a dejar un recuerdo indeleble. Vas a angustiarte. Vas a reírte. Van a darte arcadas. Vas a enfadarte. Vas a disfrutar mucho. Y vas a deleitarte con un estilo y una imaginación al servicio de una crítica feroz al capitalismo y al individualismo, como pocas veces podrás leer. Es un auténtico lujo haber tenido a Foster Wallace entre los vivos durante unos años.

 

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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