Reseña de Open de Andre Agassi

Agassi siempre fue una excepción y esta biografía es de las que se deben leer

 

Mi carácter omnívoro en la literatura me permite incorporar a mi dieta la biografía de un deportista. Esto que normalmente está contraindicado para la buena digestión literaria, tiene algunas excepciones, como el chocolate belga. Open es una de las mejores biografías deportivas de todos los tiempos. Nada tiene que ver la calidad de la biografía con los éxitos cosechados por el biografiado (aunque normalmente destaquen las vidas y no el estilo del escritor). Open es una biografía, pero también es una oda al tenis y un tratado de filosofía. Escrito en la sombra por el ganador del Pulitzer JR Moehringer, este decidió que no lo firmaría y Agassi explica que “le pedí en numerosas ocasiones a JR que firmara este libro. Pero a él le pareció que solo un nombre podía figurar en la cubierta (…) me dijo que no concebía que su nombre apareciera en el relato de la vida de otro hombre”. En este blog somos admiradores de Foster Wallace y si en su sublime Infinite Jest se supura tenis [hay muchos paralelismos entre la Enfield Academy de Wallace y la Bollettieri Academy de Agassi], sus artículos en el NY Times editados en el librito El tenis como experiencia religiosa, sobre Federer y Nadal son geniales.

Si acabo de decir que lo importante es que estén bien escritas, ahora mismo voy a contradecirme, y es que en el caso de Agassi lo importante es su vida (si hay quien sepa narrarla, gracias Moehringer). No tanto sus éxitos como sus derrotas. Porque Agassi siempre fue un rara avis en el mundo del tenis. Para empezar, él nunca quiso dedicarse al tenis, “nadie me preguntó nunca si quería jugar al tenis, y mucho menos si quería hacer del tenis mi vida. De hecho, mi madre creía que yo había nacido para ser predicador. Sin embargo, según me ha contado ella misma, mi padre decidió mucho antes de que yo naciera que yo sería jugador profesional de tenis”. Agassi era un niño inseguro y el tenis castiga las inseguridades, “no me gusta estar solo en una pista de tenis tan grande. El tenis es un deporte solitario, le digo. No tienes donde esconderte cuando las cosas van mal. No hay banquillo, no hay banda, no hay esquina neutral. Solo estás tú ahí en medio. Desnudo”. Pero la determinación de su padre fue más fuerte que la suya. Sin embargo, la imposición del tenis como medio de vida es algo que arrastrará Agassi en toda su etapa tenística y que le marcará de por vida, porque Agassi odia el tenis: “detesto el tenis, lo odio con toda mi alma y sin embargo sigo jugando, sigo dándole a la pelota toda la mañana, y toda la tarde, porque no tengo alternativa. Por más ganas que tenga de parar no lo hago. Sigo suplicándome a mí mismo parar, y en cambio sigo. Y ese abismo, esa contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, me parece la esencia de mi vida”. Aunque lo odie, Agassi tiene instinto de tenista y ese instinto le lleva a la perfección “aunque odio el tenis, me gusta la sensación de devolver una pelota perfecta. Es la única paz que encuentro. Cuando algo me sale perfecto, disfruto de una fracción de segundo de cordura y sosiego”.

En este mundo de contradicciones y de falta de rumbo en su propia vida, Agassi se convierte en una rock star en un entorno marcado por las formas: “la rebelión es lo único que puedo escoger todos los días”. Agassi irá contracorriente, se pondrá piercing, jugará en vaqueros, se peinará una cresta mohicana y más tarde jugará con peluca [la gente iba a los partidos con la peluca, se vendían pelucas de Agassi en las tiendas de la Flusing Meadows]. Pero nada de esto, explica el tenista, es para llamar la atención, “para el observador puntual, yo acabo de hacer algo en un intento desesperado de llamar la atención. Pero, en realidad, lo que he hecho ha sido volverme invisible, ocultarme, esconder mi yo interior. Al menos, esa ha sido la idea”. Junto con la rebeldía y la técnica, Agassi destacó por su fortaleza mental, su pasión y su rabia, su constancia, era un martillo pilón, un ser difícil de traspasar, sus contrincantes veían un dragón donde había un calvo de 1,80 metros. La cabeza del tenista es fundamental, todos tienen sus trucos, Agassi tenía una estrategia clara: “mi padre ha inventado una expresión para referirse a esa estrategia de ir contra el punto fuerte del rival: la llama meterle una ampolla en la mente. Con ella, con esa filosofía de la brutalidad, me marca de por vida. Me convierte en un boxeador con raqueta de tenis. Más aún, dado que la mayoría de los tenistas se enorgullecen de su saque, mi padre me convierte en un experto en contragolpes, en un experto en restar el saque”.

Tras un vaivén de influyentes adultos que miraban más por su beneficio económico que por la estabilidad y el desarrollo del joven Agassi, el tenista descubre a la persona que le salvará y le protegerá durante el resto de su carrera: Gil Reyes: “Le digo a Gil que mi vida no me ha pertenecido ni un solo día. MI vida siempre le ha pertenecido a otros. Primero, a mi padre. Después a Nick. Y siempre, siempre, al tenis. Ni siquiera mi cuerpo me ha pertenecido hasta que he conocido a Gil, que está haciendo lo que se supone que hacen los padres: convertirme en una persona más fuerte. Así que estando aquí, Gil, contigo y con tu familia, siento por primera vez en mi vida que estoy en el lugar al que pertenezco”.

La biografía gana con las descripciones del tenis, el recuerdo de los partidos y, sobre todo, con las valoraciones que hace el propio Andre sobre lo que pasaba por su cabeza mientras jugaba. Hay algunas narraciones destacables, a mí me gustó esta en la que la cabeza le rota en mitad del partido y solo piensa en perder: Final de Roland Garros de 1991 contra Courier siendo Agassi favorito: “en el quinto, empatados a 4, él me rompe el servicio. Ahora, de repente, lo único que quiero es perder. No sé explicarlo de ninguna otra manera. En el cuarto set he perdido la voluntad, pero ahora he perdido el deseo. El mismo grado de certeza que tenía sobre mi victoria al principio del partido, lo tengo ahora sobre mi derrota. Y la quiero. La anhelo. Me digo entre dientes: que sea rápida. Como perder es la muerte, prefiero que venga pronto, y no tarde”. Pero no siempre será derrotista, Agassi es un hombre forjado en la resistencia y en la resiliencia, en mitad de otro partido tirará de sí mismo recordándose que “no hace falta que seas el mejor jugador del mundo, joder. ¿Te acuerdas? Basta con que seas mejor que un solo tío”.

El tenis es una droga, y aunque el propio Andre reconoce en su biografía haber tonteado con ellas “además del subidón que me da colocarme, obtengo una satisfacción clara en el hecho de perjudicarme a mí mismo y de acortar mi carrera. Después de tantos años coqueteando con el masoquismo, ahora lo convierto en mi misión” (se libró una suspensión de milagro), el tenis es ante todo una buena droga, tras una derrota aplastante, Agassi solo piensa en volver a la pista, “aunque no tiene el menor sentido, me gustaría volver a saltar a la pista. Quiero sentir el dolor que solo el tenis proporciona”. Esa atracción que genera el tenis es inexplicable, “la gente me pregunta a menudo cómo es la vida de quienes nos dedicamos al tenis, y yo nunca sé cómo describirla (…) más que cualquier otra cosa, es un remolino doloroso, emocionante, espantoso, asombroso. Llega a ejercer, incluso, una débil fuerza centrífuga, contra la que llevo tres décadas luchando”.

Incluso en las victorias, Agassi mantiene los pies en el suelo, por ejemplo, tras ganar su primer Gran Slam, Wimbledon en 1992, “no siento que Wimbledon me haya cambiado. De hecho, me siento como si me hubieran hecho partícipe de un secreto sórdido: ganar no cambia nada. Ahora que he ganado un Gran Slam, sé algo que se permite saber a pocas personas en este mundo: las victorias no nos hacen sentir tan bien como mal nos hacen sentir las derrotas, y las buenas sensaciones no duran tanto como las malas”. Estas son las cosas que me gustan de Open, la combinación entre el tenis y la vida, porque para Andre son lo mismo, “ventaja, servicio, falta, rotura, nada, los elementos básicos del tenis son los mismos que los de la vida cotidiana, porque todo partido es una vida en miniatura (…) Pero si el tenis es vida, entonces, lo que sigue al tenis debe de ser el vacío incognoscible. Esa idea me da escalofríos”.

No todo en su biografía es mirarse al ombligo. Hay momentos para descubrir sus manías como la de que nadie toque su bolsa (“no, James, esta bolsa no la toca nadie más que yo. Le explico a James que, cuando tenía siete años, vi que Jimmy Connors le pedía a alguien que le llevara la bolsa, como si fuera Julio César. Y en aquel mismo instante juré que yo siempre me llevaría la mía”), la de no atarse las zapatillas hasta entrar en la pista (“me pongo el polo del partido, los calcetines, las zapatillas, sin atar”), o la de no llevar calzoncillos (“es la segunda ronda [del Roland Garros de 1999] decido jugar sin calzoncillos. (Ya no volveré a llevarlos más; cuando algo funciona, no lo cambias)”.

También hay tiempo para conocer lo que piensa sobre sus rivales. Su rivalidad con Sampras fue antológica (casi siempre ganó Pete), pero Agassi reconoce que le hizo mejor jugador, “nuestra rivalidad ha sido uno de los motores de mi carrera. Perder contra él me ha causado un inmenso dolor, pero a la larga también me ha vuelto más resistente. Si le hubiera ganado más a menudo, o si él hubiera pertenecido a una generación distinta, yo habría obtenido mejores registros, y tal vez me considerarían un jugador mejor, cuando en realidad sería peor”. Y al final del libro tiene palabras para Federer, “me acerco a la red, convencido de que he perdido contra el que ha sido mejor, contra el Everest de la siguiente generación. Me dan pena los jugadores jóvenes que tengan que competir contra él (…) casi todo el mundo tiene puntos débiles; Federer, no”, incluso para un jovencito Rafa Nadal, “Nadal es una bestia, un fenómeno, una fuerza de la naturaleza, el jugador más fuerte y a la vez más grácil que he visto en mi vida”. Para mí, Nadal es la versión mejorada de Agassi. Ojalá la biografía de Carlin esté a la altura de la Moehringer.

Al final del libro, Agassi va haciendo balance. Acepta la importancia de Wimbledon en su carrera, la importancia de la pista del tenis más ortodoxo donde un joven rebelde se hizo adulto,  “Wimbledon se ha convertido en tierra sagrada. Aquí es donde brilló mi mujer. Aquí es donde sospeché por primera vez que podía ganar, y donde me lo demostré a mí mismo y al mundo. En Wimbledon aprendí a dar mi brazo a torcer, a hacer algo que no quería hacer, a llevar la ropa que no quería llevar y a sobrevivir”. Y el momento, nada lacrimógeno, de su retirada, “Bud Collins, el venerable comentarista e historiador del tenis, coautor de la biografía de Laver, resume mi carrera diciendo que he pasado de punk a paradigma”, a lo que Agassi matiza, “yo no me he transformado, sino que me he formado (…) Creo que los mayores cometen constantemente ese error con los jóvenes: los tratan como productos acabados cuando, de hecho, están en proceso”.

De pequeños todos tenemos sueños y héroes. Yo soñaba con dedicarme profesionalmente al tenis y mi héroe era Agassi. Creo que me proyectaba en él por la rabia con la que jugaba, el pasotismo, la rebeldía, pero también la perfección, la garra y el aguante. Él siempre tuvo algo que yo no poseía: técnica, instinto y cabeza. Lo único que hace falta para jugar al tenis. Entrar en la biografía de Agassi ha sido extraño, he revivido muchos episodios de mi infancia viendo tenis y hablando de tenis. Con la lectura de Open también he vuelto a ver en Youtube partidos memorables. Si os gusta el tenis o la historia de los gladiadores, esas personas que contra su propia voluntad superan sus miedos y sus histerias para terminar cosechando grandes éxitos, estas memorias son una lectura imprescindible.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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