El poder sanador de los bares en una bellísima novela
Conocí a J.R. Moehringer sin saber que lo estaba conociendo. Fue gracias a Open, la biografía de Agassi, donde al final del libro el tenista reconoce haber encargado al escritor. Y no tardé dos días en ir a Tipos Infames -por entonces vivía en Madrid- y comprarme El bar de las grandes esperanzas, editado por Duomo. He tardado mucho más en leerlo. Seguramente años. Pero ha merecido la pena. He sabido escoger el momento. Estaba en un socavón lector muy importante tras Los galgos, los galgos, Sigo aquí y Magma. Gracias a La dependienta y a Moehringer he remontado y vuelvo a estar a ritmo de crucero. ¡Qué mal se pasa en esos baches! Pero he salido y no puedo esperarme más para recomendaros un librazo como este.
El bar de las grandes esperanzas cuenta la historia de J.R., un niño de creció con su madre, pues su padre lo abandonó antes de que pronunciara su primera palabra. La ausencia del padre le cubre gracias al amor de su madre y a un refugio inesperado: el Dickens, el bar de la esquina, un sitio donde poetas, policías, apostadores, boxeadores y estrellas de cine tienen una historia que contar bañada en whisky. Allí, entre todas esas voces que lo cautivan, podrá darle voz a su propio destino y forjarse una identidad, “mucho antes de servirme copas el bar me sirvió de salvación”. Y esta dicotomía entre lo que anhela (un padre) y lo que tiene (una madre y un bar) le marca para siempre, “aunque me temo que nos sentimos atraídos por aquello que nos abandona, y por lo que parece más probable que vaya a abandonarnos, finalmente nos define lo que nos acoge”, y a JR le acogió el Dickens. En el bar se encontrará con su tío Charlie y conocerá a Steve, a Colt, a Joey D, a Bobo, a Cager, a Poli Bob y a muchos más. Todo este álbum de hombres alcohólicos, leales, rudos, emocionalmente ineptos, melancólicos, fueron los que le dieron forma a JR. Su condición de perdedores unido a su incombustible sentimiento de amistad, mantuvieron a JR a flote de todos sus fracasos académicos, profesionales y amorosos. La gran ironía final, como señala Kiko Amat en El País, es que “JR acabará descubriendo que «todas las virtudes que yo asociaba a la masculinidad —dureza, persistencia, determinación, fiabilidad, honestidad, integridad, agallas— las ejemplificaba mi madre»”. Y es que el libro mantiene una herida abierta que no deja de supurar lágrimas y rabia, y es que JR siente continuamente que no ha sabido proteger a su madre cuando es esta -desde la distancia que una madre debe dejar a su hijo- la que cuida de él.
Para mí, el gran protagonista de la novela es el bar. Es en el bar donde los hombres se desinhiben, se sueltan, se sienten cómodos gracias al alcohol, pero también al resto de parroquianos, al ambiente del bar, a las confidencias y al reconocimiento en el otro de lo que es uno mismo. No hay secretos, hay revelaciones, hay una mano tendida, un abrazo, una copa, una anécdota o una gracia que ahuyenta los males y las tristezas. Moehringer ofrece un afinado oído para las conversaciones de bar, una gran destreza en el relato emocional y una gran capacidad empática con sus personajes. Ciertamente es un librazo. Pedro González de la librería Hipérbole de Ibiza destaca que “estamos ante uno de esos libros con una sensibilidad muy especial, de esas obras que son muy agradecidas para los libreros ya que fideliza a nuestros lectores. ¡No falla! La calidad literaria del autor es indiscutible, pero aún lo es más la capacidad que tiene para atrapar al lector. Es imposible no enamorarse de Moehringer (…), aparcar cualquier cosa que estés haciendo y zamparte a bocados su vida”.
Antes de terminar, tengo absoluta debilidad por la literatura protagonizada por niños. Sigo recomendando Mi planta de naranja lima. No me ha cerrado la herida de Historia de Shuggie Bain. No olvido Corazón que ríe, corazón que llora. Y tengo alguno más en la recámara. Quizá pronto haga un post sobre este género. De momento incorporo El bar de las grandes esperanzas a este prestigioso grupo de niños que toman la palabra escrita para ablandar nuestros corazones de adultos insensibles. Menos mal que tenemos madres, amigos y bares que lo hacen todo más llevadero.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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