Uno de los libros más duros y más bonitos que he leído.
Llega el final del año y se va completando la lista de libros leídos. A estas alturas no esperas encontrarte con algo espectacular que no hayas leído en los once meses anteriores, pero hoy un libro que entra directamente en el top 3 de los libros leídos este año, Historia de Shuggie Bain escrito por Douglas Stuart y editado en español por Sexto Piso. Este libro – y su protagonista – han adelantado por la derecha a otros títulos que ya se veían flamantes candidatos al pódium de mis lecturas del 2022. Y si no alcanza el top 2 o el top 1 es porque tiene delante a colosos como Bomarzo de Manuel Mujica Lainez y Ulises de James Joyce. Pero Douglas Stuart ha escrito un libro para la eternidad, merecidísimo del Premio Booker 2020 -el más prestigioso de la lengua inglesa-.
La novela está ambientada en Glasgow en los años 80, una creciente y próspera zona minera que con la llegada de Thatcher se ve abocada al desempleo, el abandono y la desesperación. Allí vive Agnes Bain, una mujer bellísima y sin suerte que siempre soñó con alcanzar una vida mejor: una casa bonita y una felicidad que no tuviera que pagar a plazos. Cuando su marido, un taxista mentiroso y machista, la abandona por otra, Agnes se ve sola a cargo de tres hijos en un barrio sumido en la miseria y la decepción, hundiéndose más y más en el pozo sin fondo de la bebida. Sus hijos harán lo posible por salvarla, pero, obligados ellos mismos a salir adelante, acabarán por rendirse uno a uno. Todos menos Shuggie, el hijo menor, el único que se niega a ceder, el que con su amor incondicional mantiene a flote a Agnes. Vale, quizás esté exagerando y haya quien crea que Historia de Shuggie Bain es un título más sobre literatura de perdedores, de borrachos, de excluidos sociales, de víctimas del capitalismo y la globalización que se sienten pisoteados por un sistema que les aparta y les recluye en barrios ghetto donde se pudren con su subcultura y sus litros y litros de alcohol barato. Y podría ser verdad. Pero este libro tiene una chispa de magia, la inocencia y el amor que Shuggie Bain, el menor de los hijos de Agnes, siente por su madre. Shuggie me recuerda a Zezé, el protagonista de Mi planta de naranja lima (posiblemente el libro que más he recomendado en mi vida). Es muy difícil no sentir ganas de abandonar el libro en cada capítulo, querer alejarse de la miseria y el sinsentido de la vida de Shuggie y Agnes, pero al mismo tiempo Stuart les va dejando tímidos agarres para que su caída no sea definitiva, intenta mantener viva una llama que dé algo de luz y de calor a sus vidas… pero es que Agnes es pobre, alcohólica y enamoradiza, y eso no tiene solución. Shuggie es su ángel de la guarda, aguanta todas sus borracheras, sus caprichos y sus manías, todos los sinsentidos que provoca la adicción al alcohol, “Shuggie se quedó en casa asegurándose de que su una Agnes borracha se mantuviese lejos de la puerta y del teléfono. Se sentó junto a la ventana viendo cómo encendían los árboles de Navidad en los demás salones mientras él mordía los visillos. De este modo, con la boca llena de tejido blanco, le parecía tener menos hambre. Estaba manchando las cortinas buenas delante de su madre, esperando que le llamase la atención o algo, pero Agnes no dijo nada (…) Shuggie estaba sentado a los pies de su madre como si fuese su sombra”. Shuggie es quien gestiona la pensión que recibe la madre y esconde algo de dinero para comer y que su madre no se lo gaste todo en botellas de cerveza el mismo día que cobran; quien le limpia los vómitos y le tapa con una sábana cuando se queda dormida semidesnuda después de que algún minero de la zona la haya violado tras emborracharla; quien la busca por la ciudad la noche de Nochevieja porque se ha quedado solo en casa y no tiene a nadie con quien celebrar la entrada de año; quien se ilusiona cuando su madre tiene épocas en las que parece remontar… Shuggie es un superviviente, en el mejor sentido de la palabra, porque todo lo esto lo hace desde la bondad y la inocencia de un chico de 8-10 años. A toda esta situación, Shuggie tiene que sumar el linchamiento que sufre en el colegio. Porque Shuggie es un niño sensible y un tanto redicho, un niño que le gusta disfrazarse, que le roba los tacones a su madre, que no le gusta el deporte ni el riesgo; un niño que no entiende las burlas y los insultos que tiene que aguantar por parte del resto de sus compañeros del colegio, pero que tiene claro que si se esfuerza al máximo conseguirá ser tan “normal” como los demás chicos (se pasa el libro intentando corregirse, piensa que si camina como un hombre se convertirá en un chico normal, que si entiende el fútbol también lo será) y logrará ayudar a su madre a escapar de este lugar sin esperanza. En una entrevista Douglas Stuart reconoce que la inspiración para el libro le vino de su propia vivencia, “fui un chico que creció con ayuda económica de los programas gubernamentales porque Margaret Tatcher desmanteló no solo Glasgow, sino a mi propia familia y sus oportunidades. Soy el hijo pequeño de una madre soltera adicta desde que tengo uso de memoria hasta que la perdí muy pronto cuando era un adolescente. Además, era gay y hablamos de un tiempo en el que en la clase trabajadora la masculinidad era muy estrecha así que cuando escribo de amor, de pérdida o de pobreza o de aislamiento, hablo de ello desde dentro”.
He llorado, he llorado mucho leyendo el libro y ahora mismo, mientras escribo esta reseña, tengo de nuevo el corazón encogido releyendo algunos párrafos que subrayé en su momento. Es un libro bellísimo, con dos finales. El primero es lacrimógeno al máximo y el segundo deja una tímida sonrisa esperanzadora. El segundo final es con el que Stuart redimensiona el caso particular en caso social. Desgraciadamente hay muchos Shuggies en el mundo; muchos niños y niñas que sufren una violencia estructural de un sistema podrido. Stuart pone el enfoco en tres de los grandes problemas de las sociedades actuales: la homofobia, la violencia contra las mujeres y las consecuencias de la crisis económica en las clases bajas. Pero lo hace a través de una historia conmovedora. Y eso enfada y agita al lector porque personaliza el drama, nos enrabieta y queremos abandonar la novela casi al empezarla; pero os anima a seguir, sufrid con Shuggie, enfadaos tiernamente con Agnes y entended su situación, despreciad a los hombres de Agnes, y a las vecinas, y a los hijos de los mineros, pero intentad hacerlo sin juzgarles severamente pues, todos en este libro, son víctimas de algo que les sobrepasa. Como a ti, lector, Stuart está por encima de ti provocando rabia, lágrimas y finalmente una sensación única de haber leído un libro maravilloso, único y que, al menos yo, voy a recomendar mucho estas navidades.
¡Nos vemos en la próxima reseña!