Reseña de Ulises de James Joyce

Celebremos el Bloomsday todos los días

Los aniversarios son oportunidades para acercarse a clásicos universales en ediciones actuales. El centenario de la publicación del Ulises de Joyce es una ventana de oportunidad para las editoriales y los lectores. Lumen lo tenía claro y ha sacado una edición con la traducción de José María Valverde revisada por Andreu Jaume y prólogos de ambos. Y desde ya reconozco que gracias a la edición y a los prólogos he conseguido disfrutar del libro. El prólogo de A. Jaume lo citaré en la reseña y el JM Valverde es imprescindible para situar al lector en la importancia del autor, en sus inspiraciones literarias, en sus referentes biográficos representados en la obra, y en la mística que acompaña a la obra y toda las dificultades de publicación que le acompañaron durante años, hasta que crítica y colegas (o no tan colegas como los miembros del club Bloomsbury) cayeron rendidos a sus pies gracias al talento editor de la ya venerada Silvia Beach.

Supongo que es de sobra conocido el argumento del libro (o la falta de este). Ulises narra un día en la vida de Leopold Bloom, nada más y nada menos. Un rutinario día en la vida de este judío irlandés, paseando por Dublín, hablando con diferentes personajes más o menos recurrentes en su día y, sobre todo, divagando en un monólogo interior vastísimo, riquísimo y divertidísimo (todos los superlativos le vienen bien a este libro, del carácter que sea, da igual, es un libro superlativo).

Al Ulises le ha pasado algo realmente trágico: considerarlo un clásico inaccesible y un tostón, del que además es imposible salir. Como defiende Kiko Amat en una columna divertidísima sobre el libro (que os dejo al final de la reseña): “Lo verdaderamente malévolo de Ulises es que es un libro inmunizado contra esa lectura en diagonal que de tantos bretes decimonónicos nos ha sacado. No hay forma de saltar las partes aburridas o sobreras o folletinescas o experimentales, pues todas lo son, a veces durante capítulos enteros”. Pero es que el propio Joyce no contribuyó demasiado a su accesibilidad, pues en una entrevista dijo “he escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante trescientos años”, qué cabrón, jajaja. A este respecto, reconoce Andreu en el prólogo que “el aura mistérica que ha acompañado a la novela desde su aparición ha terminado por perjudicar su posteridad, convirtiéndola en una obra que todo el mundo conoce y pocos leen”. Cuando, si no tienes prisa por leerlo y sí ganas de disfrutarlo, es todo lo contrario, eso sí, si asumes algunos postulados previos.

  • En primer lugar, ser consciente de que estás ante un libro que ha funcionado siempre como resistencia contra la domesticación de la literatura y la sumisión a nuevos dogmas. Joyce quiso dejar claro que, tras su Ulises, la novela ya había dicho todo lo que tenía que decir. Propuso integrar y subvertir el canon.
  • En segundo lugar, Ulises es puro cachondeo, en palabras de Andreu, “antes que un mamotreto hermético y vanguardista, una obra viva y llena de humor, a ratos desternillante, irreverente, transgresora, excesiva, también en ocasiones pesada e incluso insoportable, pero al final luminosa y afirmativa. Atravesarla sigue siendo una experiencia insustituible y llena de sorpresas para el lector de nuestro tiempo”.
  • En tercer lugar, es una gran ironía. Desde el título, pues no hay referencias directas en la novela a la obra de Homero, pero sí hay una intención de Joyce, la de cerrar un círculo dos mil años después dando la mano a Homero. Lo que Odiseo vive en el poema épico lleno de aventuras y experiencias, Bloom lo reduce a un día cualquiera en la vida de un medio judío cornudo en la ciudad de Dublín en un año random. Entre ambos, los expertos encuentran a Cervantes (llegando a establecer brillantes comparaciones entre Quijote y Bloom y Dedalus), a Shakespeare (Ulises es una poderosa y satírica meditación sobre Hamlet y el mito de la paternidad) y a Dante (Ulises puede leerse como un descenso a los infiernos).
  • En cuarto lugar, Bloom no es el protagonista. El protagonista del Ulises es el lenguaje. Otra vez Andreu lo explica re bien, “Joyce se ocupó por cartografiar las fronteras del mundo de la palabra, sometiendo a sus personajes a un examen verbal sin precedentes. El lenguaje, en Ulises, nace, se desarrolla y se destruye. ¿Qué queda de verdad en la palabra? Esa es una de las preguntas constantes de la novela, que por ello mismo se enfrenta a los grandes padres de la tradición literaria”. Joyce se atrevió a llenar el lenguaje y la vida de sus personajes con la entonces casi inexplorada fisiología de los cuerpos pues Bloom encarna toda la experiencia somática, desde la comida y el sexo hasta la defecación y el escupitajo. Algo parecido hará Thomas Mann en mi amada La montaña mágica años más tarde y hoy en día ya no nos sorprende tanto.
  • En quinto lugar, Ulises es una obra sobre el amor (y esto siempre os gusta que sé que leéis muchas novelas de amor). Pero no un amor idílico, romántico, espiritual y bello, no, un amor más terrenal, más real, lo que queda después de los enfados, las decepciones y las infidelidades en el seno del matrimonio Bloom.

En definitiva, recomiendo leer este libro siendo conscientes de que estáis ante una de las siete maravillas de la Literatura. Ulises es una obra maestra que certifica la muerte de la forma clásica de narrar porque ya no hay un lenguaje apto para ella. Ahora, sostiene Andreu “la salida solo puede ser la parodia, el sarcasmo, la caricatura, las sucesivas eras estilísticas de la lengua inglesa despidiéndose con una última carcajada. La eclosión final de la palabra interior de Molly Bloom es el momento en que el lenguaje parece recuperar su pureza. El monólogo de la esposa se convierte así en el despertar tras una pesadilla de muerte, mentira y esterilidad que culmina en una afirmación orgásmica”, Sí.

¿Y a mí que me ha parecido? Una maravilla, una ida de olla brutal. De todo lo que le ocurre a Leopold Bloom y a Stephen Dedalus entre las ocho de la mañana del 16 de junio de 1904 y las dos de la madrugada del día siguiente, a mí hay algunos pasajes que me han parecido brillantes. El capítulo 9 con las teorías de Dedalus sobre la obra de Shakespeare (teorías denostadas en la época, y muchas aceptadas en la actualidad). El capítulo 10, que es un coñazo, son 19 descripciones personajes moviéndose por Dublín, tiene su rollo al final. El capítulo 12 es una sátira del nacionalismo irlandés narrado por Narrador sin nombre con numerosas interpolaciones en parodia de estilos épicos o administrativos, centrado en la figura de un patriota pasado de rosca, el Ciudadano (sí lo leyera Albert Rivera…). El capítulo 13 es la narración de la masturbación de Bloom mirando de lejos a una joven pelirroja que al ponerse de pie resulta que es coja (flipa con la irreverencia y la transgresión, era 1922…). El capítulo 14 es tan ingenioso como jodido de leer; Joyce aprovecha el nacimiento de un niño en un hospital de Maternidad para abordar la evolución de la prosa inglesa asumiendo diferentes estilos en paralelo con la gestación del feto (nace un hombre y nace un idioma). El capítulo 17 está escrito en forma de catecismo, preguntas y respuestas con tono objetivo y exhaustivo, y Joyce lo definió como “una sublimación matemático-astronómico-físico-mecánico-geométrico-química de Bloom y Stephen”. Y, como no, el capítulo 18, el monólogo de Molly; ocho grandes frases cuya ausencia de puntuación corresponde al fluir vago de esa mente libre de inhibiciones morales y que abre y cierra con la misma palabra, “Sí”.

Y sí, debéis perderle el miedo a este libro. Despojadle de todos los calificativos. Acercaros a él. Sin prisa. Sin expectativas. Disfrutad de una de las obras cumbre de la Literatura Universal.  Si tras mi reseña aun tenéis dudas, haced dos cosas: leed esta columna de Kiko Amat y esta de Eduardo Lago respondiendo a Amat. Es mejor la de Kiko Amat, pero aun con su postura sobre el libro a mí me abrió más el apetito para su lectura.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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