La virtud y la frikada a veces están más cerca de lo que parece
Me acerco a este libro por recomendación de Gonzalo, de Tipos Infames. Estoy curado de espanto con las propuestas de Gonzalo, al que quiero y le mando un beso desde aquí, pero La telepatía nacional de Roque Larraquy, editado por Fulgencio Pimentel, me ha roto la cabeza, me ha exigido mucho como lector, tanto que estuve rondando el abandono. Y es que, como he leído en alguna reseña del libro, Larraquy en tan solo tres libros “ha conseguido romper con creces la manida compartimentación entre categorías en que suele asentarse la rutina de la escritura: la suya no es novela histórica, ni psicológica, ni ciencia ficción, ni denuncia, no escritura premeditada ni automática, no es ensayo ni poesía ni novela propiamente dicha, y a la vez se parece a todo y lo desborda”. Y a mí me gusta saber qué estoy leyendo, o al menos que esa heterodoxia me atraiga y me mantenga pegado a la historia (como me pasó con el Ulises de Joyce, con el Libro del desasosiego de Pessoa o con La broma infinita de Foster Wallace) y aquí no pasa.
La novela arranca en septiembre de 1933 cuando desembarca en el puerto de Buenos Aires un cargamento con diecinueve indios de la Amazonia peruana. Es una entrega de la Peruvian Rubber Company para Amado Dam, miembro del comité encargado de la creación del primer Parque Etnográfico del país, un lugar destinado a exhibir ejemplares de las distintas razas humanas. Pero las cosas no salen según lo planificado y por falta de documentación los indios terminan ilegalmente recluidos en la casa de Dam, quien descubrirá que esconden un secreto tan fascinante como temerario: un artefacto de madera que contiene un perezoso en estado de hibernación. ¡Qué cosa más rara! La idea es original, la ejecución no es mala, pero la trama apenas se desarrolla. Te quedas con ganas de más, y lejos de ser un aliciente, es un vacío que te aleja irremediablemente del libro. Esto que para mí ha sido un obstáculo, para Nadal Suau es el principal aporte del texto, “son las estructuras y las decisiones prosísticas que toma Larraquy las que consiguen hacer de su lectura una experiencia desconcertante, inequívocamente literaria. La aparente sencillez del estilo esconde giros irónicos de diverso tipo (políticos, históricos, antropológicos, literarios, psicológicos, lingüísticos), mientras que algo esencial parece estar en fuga, irreductible al sentido. El resultado es un libro muy divertido, aunque desolador en última instancia, y abrupto a su manera”.
Definitivamente me ha superado el libro, así que quizás lo mejor que pueda hacer con esta reseña sea recurrir a quienes tienen experiencias literarias previas con el autor. Es el caso de Mercedes Halfon quien destaca del libro que “es un objeto extraño, difícil de describir, pero a la vez propio del programa que este escritor viene desarrollando desde hace exactamente una década. Una línea en la que la revisión histórica, la ficción sobre el discurso científico y la especulación narrativa se hacen presentes en textos de una gramática precisa, cincelada, que a la vez se permite fugas, interrupciones, desvíos y un humor que esquiva cualquier intención de lectura rápida” y finalmente concluye que el libro “es una máquina que funciona de modo fragmentario, espectral, que despliega sus ideas de forma disgregada, a través de diferentes voces que aparecen, como si el autor se las hubiera encontrado en algún archivo olvidado y las quisiera revelar. Las resonancias a la historia argentina, sus luchas, sus identificaciones falsas, emergen desde una mirada alucinada y furiosamente humorística, como el resto diurno de un país”. Parece que el libro ha calado bien entre los expertos. Cosa que me alucina. O quizás es que, en su condición de críticos literarios, tengan que aparentar ser más excéntricos que el resto. Por ejemplo, Luis Manuel Ruiz se explaya así destacando los méritos la novela, “su personalísima macedonia de horror, sorpresa, humor negro, genialidad y asco sólo puede calibrarse con una inmersión directa en sus páginas. Práctica que recomiendo encarecidamente a cualquiera, si lo que busca es literatura en estado bruto, sin excipientes, a salvo de los refinados y azúcares de las estanterías del supermercado”.
Las buenas críticas que acompañan al libro han chocado con mi ortodoxia literaria. Supongo que leer este tipo de libros es una oportunidad para respirar un poco de aire fresco, salirse de la monotonía a la que críticos y libreros están expuestos, pero a mí me ha parecido demasiado experimental. En ocasiones, la virtud y la frikada están más cerca de lo que pueda parecer.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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