Entre el virtuosismo y el pestiño literario
Llego a este libro después de verlo recomendado en las principales estanterías de mis librerías de referencia. Los libreros, los críticos culturales y algunos perfiles de Instagram le daban la bienvenida con mucha energía a esta reedición de Los galgos, los galgos de Sara Gallardo por parte de la editorial Malas Tierras. Se reconoce el esfuerzo de la editorial por recuperar la obra de la escritora argentina (una obra que se publica originalmente entre los años 60 y 70); en este blog ya leímos, y disfrutamos muchísimo, Enero. De Los galgos, los galgos, se destaca su valor como la cumbre de la madurez creativa de Gallardo. Le reconozco algunas virtudes, sin embargo, creo que es más pestiño que virtuosismo literario.
Los galgos, los galgos, cuenta la historia de Julián. Un joven argentino que a la muerte de su padre hereda Las Zanjas, una estancia que ocupa con desconcierto y alegría. Custodiados por los galgos Corsario y Chispa, Julián y su novia, Lisa, construyen una casa, plantan árboles, cabalgan los bañados y se aman sin saber que el mal que avienta los amores no ronda afuera, sino que anida dentro de uno. Mientras el indolente Julián persevera en sus conmovedores esfuerzos por convertirse en un hacendado moderno, su temperamento melancólico y la influencia de su familia se van convirtiendo en un lastre que entumece su vida y sus afectos. Las peripecias desencadenadas por el cambio llevan al protagonista a París y luego de regreso a Buenos Aires, en un mundo que parece no tener lugar para él, con el tiempo que corre veloz como los galgos amados.
Lo de menos es la historia y las etapas que va pasando Julián a lo largo de su vida, la herencia de la casa y su reconstrucción, el exilio en la ciudad, la vuelta a Buenos Aires y de fondo la relación que mantiene con Lisa y otras mujeres de su vida, pero lo mejor es la capacidad de transmitirnos los vínculos, certezas e incertidumbres que nos produce la vida (y, por lo tanto, la muerte), el amor (y, por lo tanto, el desamor), el vínculo familiar (y, por lo tanto, la necesidad de un espacio propio), y la relación con el entorno (y, por lo tanto, con uno mismo). De todo esto va realmente la novela. Una novela a la que seguramente le sobren algunas páginas, pero que cuando consigues entrar en ella se disfruta. Es necesario detenerse en las frases, en las conversaciones, en las reflexiones de Julián y sus disquisiciones y dudas más o menos profundas. Así, paladeando el estilo de Gallardo se puede salvar su lectura, que ciertamente en muchos tramos es un pestiño. Es cierto que la crítica la ha considerado “una inolvidable historia de amor y un vigoroso retrato social que se ha ganado un lugar destacado en la literatura argentina”; pero será que tengo en muy alta estima a la literatura argentina, pero a mí no me ha parecido para tanto. He leído cosas muchísimo mejores que esta, por no irme muy lejos, prefiero su primera novela, Enero, que ya reseñamos en este blog hace unos años.
¡Nos vemos en la próxima reseña!