Reseña de El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez

La máxima expresión del realismo mágico para tratar el sinsentido de las dictaduras

Leer a García Márquez es siempre un buen plan. No me canso de meterme en sus historias y exprimirlas. No deja de asombrarme. Esto me pasa con pocos escritores. Los que seguís este blog ya habréis echado un vistazo a las reseñas de Los funerales de la Mamá Grande, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera o mi admirado Cien años de soledad. Ahora os traigo El otoño del patriarca, novela publicada en 1975 (es la siguiente tras Cien años de soledad) durante su estancia en Barcelona considerada como una fábula sobre la soledad del poder, ambientada en un país caribeño gobernado un anciano dictador que recrea el prototipo de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX.

García Márquez utiliza un narrador omnisciente, que no es uno solo, somos todos los que asistimos al derrumbe del dictador y su patria. Vamos del pasado al presente y los tiempos huyen como las aguas vivas de un río que desemboca en el océano de la imaginación. Es el realismo mágico llevado al extremo, sustentado en el lenguaje. Dentro de ese tsunami de palabras e hipérboles, aparecen algunos personajes entre las brumas con arrobador magnetismo, inolvidables, tallados con plumazos vibrantes, fragmentados, pero movidos por una corriente subterránea en una delirante narración.

La historia empieza a ser contada a partir de su desenlace. Como Pedro Páramo, el narrador plural de El otoño del patriarca va en busca de un padre, de una especie de padre cruel de una patria abatida que lo reconoce y reconstruye a través de distintos niveles descriptivos y conceptuales. En cada capítulo una muerte distinta se configura, en cada uno un narrador distinto repite en espiral el hallazgo del cadáver.

El espacio es un escenario privilegiado: la casa y el cuerpo del tirano. Un cuerpo desvencijado, el plato fuerte de un festín grotesco de aves carroñeras (los gallinazos colombianos). El tiempo del anciano está trazado en una geografía celeste donde el paso de los cometas, de las estrellas fugaces, permite calcular los tiempos transcurridos. Así transcurre el tiempo de los dictadores para García Márquez.

La manera de involucrar los personajes es magistral, pues siempre giran alrededor del patriarca, para bien o para mal. Son satélites que viven bajo el dominio o la sombra del ungido, del que manejaba esa república de la infamia como el patio de su casa. Destacan Manuela Sánchez, Bendición Alvarado, el general Rodrigo de Aguilar, Patricio Aragonés o Ignacio Sáenz de la Barra.  Sobre todos ellos, el personaje de Leticia Nazareno como la aparición de lo femenino que dialoga en el mundo interno del personaje con la mujer universal que se compadece la debilidad del patriarca y lo reconforta con su piedad, con su comprensión total del agobio infantil y narcisista del personaje. Leticia es su mujer legítima que le da un hijo que él reconoce como legítimo, Enmanuel. Por lo general la persona más amada del poderoso es el blanco de los peores odios contra ella y en todos los sentidos. Es un odio que culmina con la muerte atroz de la madre y el hijo. Hay una profunda tristeza en el duelo, la mayor tristeza tal vez del relato. Sin embargo, el patriarca en apariencia sabe lo que ha perdido y pasa de la melancolía a la venganza que es el motor transformador de la novela, a tal grado que el patriarca se olvida del poder que lo tenía embriagado y vivirá para la venganza que encarna Ignacio Sáenz, quien cometerá los peores crímenes en nombre de la afrenta.

García Márquez construyó una maquinaria narrativa perfecta que desgrana una historia universal (la agonía y muerte de un dictador) en forma cíclica, experimental y real al mismo tiempo, en seis bloques narrativos sin diálogos, sin puntos y aparte, repitiendo una anécdota siempre igual y siempre distinta, acumulando hechos y descripciones deslumbrantes.  El tratamiento de la figura del dictador es magistral. Tendremos otros ejemplos de novelas sobre dictadores, pero creo que García Márquez marcará un hito en el que se fijará también Vargas Llosa para su Fiesta del Chivo; en este caso el Gabo consigue la evolución del personaje de patriarca, Pater nostrum, a vulgar dictador descarnado que ha sido capaz de destruir la memoria de su pueblo, de sus gobernados: ha cambiado los libros de historia, ha desfigurado los hechos hasta hacerlos tan irreconocibles como el suyo a fuerza de la furia purificadora de los gallinazos que todo lo curan pues su naturaleza consiste en concluir con los procesos de putrefacción.

El libro es asombroso, creo que es la máxima expresión del realismo mágico, una catarsis de magia en forma de Literatura de la más alta estirpe. Pero seguramente sea el más difícil de leer del genio colombiano. Su dificultad radica en (1) la utilización de largos párrafos (algunas frases tienen nueve y once páginas) incluso el último capítulo completo de sesenta páginas es una única frase, y en (2) el cambio de narrador no se avisa, simplemente ocurre, por ejemplo: “nadie quería saber de ellas y Manuela Sánchez menos que nadie pues no quería saber nada de la vida desde el sábado negro en que me sucedió la desgracia de ser reina, aquella tarde se me acabó el mundo”. Sin embargo, si consigues saltar esos escollos, vas a disfrutar de nuevo de un universo maravilloso donde encontrarás traiciones, conspiraciones, engaños, trampas a la lotería, conquistas, intentos de canonización, envidias, miserias, y hasta la venta del mar para saldar las deudas del Estado. No sobra nada y no falta nada. De nuevo la sensación de que García Márquez solo escribía libros redondos, como esos que llegaron a la Biblioteca de la Universidad de Salamanca en el siglo XVIII. Una auténtica delicia, un lujo y una suerte poder disfrutar del genio de este colombiano eterno. Larga vida a mi tocayo, a su magia y a su lírica.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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