Coetzee y yo no nos llevábamos bien. Nuestra relación empezó con un recopilatorio de ensayos que no terminó de hacerme gracia. Pero ahora Coetzee y yo somos íntimos. Tengo que buscar más libros suyos. Tengo que leerlo todo de este autor. Aun sostengo que a los Premios Nobeles hay que darles varias oportunidades. Toda la culpa de este cambio de parecer con este autor sudafricano la tiene Desgracia. Un libro durísimo. Hace poco terminé La azotea y también dije de él que era un libro que dejaba marca. Últimamente estoy en racha. Estoy acertando con las lecturas. Todo son grandes dramas difíciles de digerir y cuyas historias no tienen una salida digna. Llegué a este libro a partir de descubrir el subgénero de “novelas de campus” tras leer Lucky Jim, pero ahora no tengo claro que Desgracia pertenezca a ese género. Creo que en esta ocasión el tema universitario es puramente circunstancial.
En Desgracia Coetzee relata la vida de David Lurie, un profesor de universidad de Literatura tan culto como misógino, con un sentido del humor ácido y políticamente incorrecto, que no es capaz de relacionarse con mujeres sin buscar en ellas el atractivo sexual o de imaginarse con ellas en la cama. Dos veces casado y dos veces divorciado, Lurie mantiene relaciones con una prostituta mientras considera que es feliz: “¿Qué si es feliz? Con arreglo a la mayoría de los criterios él diría que sí, cree que lo es. De todos modos, no ha olvidado la última intervención del coro en Edipo rey. No digáis que nadie es feliz hasta que haya muerto”. O, en el caso de Lurie, hasta que se enamore de una estudiante. Esa es su perdición. Consciente de la tormenta social y ética en la que se mete, no renuncia a ella. Estamos ante un hombre culto que lo tenía todo y acaba desveniéndose sin perder la claridad y la coherencia sobre lo que le estaba ocurriendo: “Las Bodas de Cronos y Harmonía: algo antinatural. Eso fue lo que se pretendió castigar con el juicio, una vez despojada el habla de las palabras grandilocuentes. Fue juzgado por su manera de vivir. Por cometer actos impropios: por diseminar su simiente vieja, cansada, simiente que no brota, contra naturam. Si los viejos montan a los jóvenes, ¿cuál será el futuro de la especie? En el fondo, esa fue la argumentación de los fiscales. De eso trata la mitad de la literatura, del modo en que las jóvenes se debaten por escapar del peso de los viejos, y todo en aras de la especie”.
Apartado de la universidad sin presentar batalla, pues afirma que es demasiado viejo para cambiar o ser humillado en público, un Lurie agotado y abandonado se recluye en una pequeña hacienda que tiene su hija en el Cabo Oriental. Allí las cosas no mejoran y una circunstancia a todas luces desalmada y espeluznante condicionará su vida: “La sangre de la vida abandona su cuerpo y es reemplazada por la desesperación, una desesperación que es como el gas, inodora, incolora, insípida, carente de nutrientes. Uno la respira y las extremidades se le relajan, todo deja de importar incluso en el momento en que el acero te roce el cuello”. La relación su hija no mejora (aunque a mi juicio quien mantiene la postura más acertada es el propio David) y acaba sometiéndose a unas circunstancias sociales asfixiantes y hediondas. Las situaciones no dan tregua, la historia se va enfangando cada vez más, el destino de los protagonistas cada vez es más oscuro y sus posibilidades de redención menores. Molidos a palos, literales y figurados, los protagonistas van de desgracia en desgracia hasta la inhibición vital más absoluta. Viven porque no les queda más remedio. Porque morir no solucionaría los problemas: “Cada vez es más difícil, le dijo Bev Shaw una vez. Más difícil, pero también más sencillo. Uno se acostumbra a que las cosas sean cada vez más difíciles, ya no se sorprende de que lo que era todo lo difícil que podía ser pueda ser más difícil todavía”.
Más allá de la literalidad del relato, Coetzee aprovecha para hablar de política, de relaciones humanas, de colonialismo y de apartheid, de los problemas de la nueva Sudáfrica (“cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica”). Con violencia, pero también con mucha sensibilidad y altas dosis de sensatez en David Lurie, Coetzee nos regala un libro crudo y apasionante que no te permitirá levantar la vista de sus páginas. Embriaga tanta miseria (es duro, pero es verdad). Hazte el favor de darle una oportunidad a Coetzee y a este libro. Yo lo he hecho y hoy lo celebro. Creo que a ti tampoco te defraudará.
¡Nos vemos en la próxima reseña!