Una bocanada de aire fresco literario

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Uno de los fenómenos editoriales de este año está siendo Las ocho montañas de Paolo Cognetti. No dejé pasar la Feria del Libro sin hacerme con un ejemplar para disfrutarlo en estas vacaciones. Y así ha sido. Lo disfruté, y mucho. Quizá porque soy un nostálgico de la montaña atrapado en una metrópolis.

Cognetti nos cuenta cómo es la vida rural de Grana, un pueblecito en la montaña alpina italiana. A través del protagonista, Pietro, Cognetti aprovecha para desarrollar un tratado muy bien elaborado sobre las personas de montaña, sus valores, sus principios, sus creencias, su forma de entender el mundo y de disfrutar de él. Sí creo que exista un perfil de persona que se siente cómodo en la montaña, y suele ser el mismo tipo de persona que detesta la urbanidad, que se agobia en las aglomeraciones, en las calles perfectamente delineadas, en los semáforos y en los horarios. Es ese tipo de persona que disfruta de las cosas sencillas, de los regalos que nos comparte la Naturaleza, del sonido del agua bajando un río, del canto de un pájaro en mitad de un inmenso silencio, de una sombra en el camino, del color de los bosques en otoño, de la fiesta primaveral, de un animal que decide encontrarse en tu camino, de sentarse en una piedra a disfrutar del paisaje y darse cuenta de lo pequeños e insignificantes que somos… Pues bien, todo esto lo retrata estupendamente Cognetti en su libro. A este respecto, hay un pasaje al inicio del libro donde el padre le pregunta a Pietro estando en un río que si el agua fuese el tiempo que corre, en qué lado creía que estaba el futuro. Pietro le responde que el futuro está donde va el agua. Y el padre le corta con un tajante «error». Más adelante, en un paseo solitario y tranquilo de Pietro por la montaña, él mismo reflexiona de la siguiente forma. «si el punto en el que te sumerges en un río es el presente, pensé, entonces el pasado es el agua que te ha adelantado, la que va hacia abajo y donde ya no hay nada para ti, mientras que el futuro es el agua que desciende desde arriba, trayendo peligros y sorpresas. El pasado está río abajo; el futuro, río arriba. Eso es lo que tendría que haberle respondido a mi padre. Sea lo que sea el destino, habita en las montañas que tenemos sobre la cabeza«. Quizás esta cita sea el mejor resumen del libro. En ella está contenida toda la filosofía que desprende la historia y toda la moraleja. Decía Manrique que la vida son los ríos que van a dar a la mar que es el morir. Y así lo piensa también Cognetti, pero con una imagen más reconfortante: hay que mirar hacia arriba (de donde viene el río) y estar preparado para lo que pueda venir.  Al morir todos seremos mar y en nada nos diferenciaremos, ni ricos, ni pobres, ni afortunados, ni guapos, ni talentosos… todos seremos parte de una inmensidad de agua salada, pero lo importante está en lo que hacemos hasta ese momento, en que el río no nos pille despistados.

También trata de las relaciones entre las personas. Por una parte, hace un dibujo muy particular de la familia del protagonista centrando su interés en la relación padre – hijo. Una relación que en vida estuvo llena de encontronazos, pero que en ausencia del padre (y con Pietro siendo una persona adulta y madura) toma un cariz muy tierno y sensato. Por otra parte, algo que a la postre es el hilo conductor de todo el relato, Cognetti presenta una relación de amistad entre Pietro y Bruno, un amigo de la infancia. Una relación con altibajos, con ausencias y presencias inesperadas, con generosidad y empatía. Una relación bonita a pesar de ser abrupta e intermitente; pero, por los amigos de verdad no pasa el tiempo. Y esto también lo transmite muy bien el autor.

Por último, Cognetti nos presenta una particular visión de la búsqueda del yo. Esa búsqueda que requiere de grandes virajes en ambientes, personas y entornos. Pietro, vive a caballo entre Milán y Grana, no aguanta mucho tiempo en ninguno de los dos. En ese ir y venir descubre su verdadero amor por la montaña, en un momento del relato dice «no recordaba bien por qué me había alejado de la montaña ni qué había amado cuando había dejado de amarla a ella, pero tenía la sensación, cuando cada mañana emprendí su ascenso, de que nos estábamos reconciliando«. Y es cierto, con la montaña te enfadas, pero también te reconcilias. Seguramente en el fondo te enfades y reconcilies contigo mismo al reencontrarte con tus esencias en esos paseos de montaña. Volviendo a Pietro, llega un momento de su vida en el que necesita irse más lejos, a contextos desconocidos, y se traslada a Nepal, al Himalaya. Allí termina de encontrarse a sí mismo  a la par que reflexiona sobre su amistad con Bruno y su relación con su madre y su forma de convivir con el mundo. Es el momento en el que el libro llega a su madurez y donde más lo he disfrutado, sintiéndome en algunas ocasiones identificado con Pietro. En ese momento entiende la filosofía que le intentaba transmitir su padre, y al final del libro consigue concluir que «de mi padre había aprendido, mucho tiempo después de que dejara de acompañarlo por los senderos, que en algunas vidas hay montañas a las que no se puede volver. Que en las vidas como la mía y la suya no se puede regresar a la montaña que está en el centro de todas las otras o en el centro de tu propia historia. Y que no pueden sino deambular por las ocho montañas quienes, como nosotros, en la primera y más alta han perdido a un amigo«.

Decía Shakespeare que «estamos hechos de la misma materia que los sueños y nuestra pequeña vida termina durmiendo«, y Cognetti nos invita a aprovecharla haciendo aquello que se nos da bien y que nos gusta. Disfrutemos de la vida y de las montañas (¡y de los libros¡). Allí donde residen los más importantes valores y principios de la Humanidad. Leed el libro, no encontraréis una obra maestra pero, si os gusta la Naturaleza, os identificaréis con todo lo que transmite este libro, que hay que saberlo encontrar y aprovechar. Feliz lectura a todos y a todas.

 

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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