Una loa (floja) al montañero
A veces los lectores somos impulsivos y nos dejamos llevar. Elegimos libros porque el anterior del autor nos gustó, o porque la editorial nunca nos ha fallado, o incluso por cuestiones más aleatorias como la portada. En este caso, Las ocho montañas me encantó y eso ha sido lo que me hizo abalanzarme sobre Sin llegar nunca a la cumbre.
Cognetti nos relata su viaje al Himalaya con dos amigos. Su relación con el entorno, con los habitantes, con la cultura, la religión y las costumbres tanto nepalíes como tibetanas. En un estilo directo, conciso, claro, a veces abusando de la enumeración en frases cortas, Cognetti dibuja un catálogo de sensaciones muy interesantes sobre su experiencia en el Himalaya. Sin embargo, me han faltado conocimientos previos para disfrutar el libro, porque el autor no se detiene a explicarte el contexto, la sociología, la religión, ni la cultura, sino que da por hecho que el lector lo conoce. Y ha sido un problema para mí. De la misma forma, en aspectos más técnicos de la travesía, la alta montaña es más física y exigente psicológicamente que la media montaña, y esto no lo refleja bien el libro. A pesar de estos escollos que me he encontrado en la lectura, reconozco que el libro gana hacia el final. Se pone interesante en las últimas veinte páginas, y menos mal. El momento del mal de altura («el demonio de las alturas«) está bien tratado y refleja a la perfección la importancia del compañerismo en la montaña, «alguien me pasó un tazón de sopa, pero en cuanto la olí supe que no podría tomarla. Cogí una cantimplora con té hirviendo, volví a meterme en el saco de dormir totalmente vestido y me acurruqué. Pero, ¿qué hago aquí? ¿Por qué tengo que estar temblando a cinco mil metros, rodeado únicamente de hielo y oscuridad, con punzadas en el estómago? ¿Por qué no puedo estar en mi casa, con la mujer que amo, la cena servida, un poco de música, en una cama caliente? ¿Qué es esta maldita llamada de la montaña? (…) Tenía recuerdos fragmentarios de la noche, y ahora intentaba juntarlos como hacen los borrachos a la mañana siguiente. Sobre todo, sentía que tenía una deuda con mis amigos: ¿quién me había esperado en lo alto del puerto? ¿Quién me había cogido la mochila y desenrollado el saco de dormir? ¿Quién me había preparado el té? En un momento dado, alguien me había mirado a la cara, me había dado dos pastillas, me había dicho que me abrigara y que bebiera mucho«.
Si algo me gustó de Las ocho montañas eran las reflexiones en torno al encanto de la Naturaleza. Y en este libro también encontramos algunas interesantes, como aquello que les suscitaba andar, sin más, andar: «qué bonito era, qué instintivo y necesario se había vuelto ponerse de nuevo en camino. Dejar el mundo conocido atrás y descubrir siempre un trozo de mundo nuevo. Andar era nuestra misión diaria, nuestra medida del tiempo y el espacio. Era nuestro modo de pensar, de estar juntos, de pasar el día, era el trabajo que nuestros cuerpos ya hacían solos. (…). Andar reducía la vida a lo esencial: comer, dormir, ver gente, pensar. Ningún invento de nuestra época nos servía de nada, mientras andábamos, aparte de un buen calzado y, en mi caso, un libro en la mochila. (…) Más que necesitar tan poco, lo que me sorprendía era darme cuenta de que no deseaba nada más. Solo cuando parábamos se manifestaba el apremio, la nostalgia, las aspiraciones, todos los vacíos que había que llenar«. Y qué verdad es esta. Es tal cual. A mi también me pasa.
Así que, si os animaís a leer a Cognetti hacedlo porque amáis la naturaleza, disfrutáis al aire libre, os gusta la montaña, la filosofía que acompaña al caminante y al viajero. Cognetti conecta con el lector que se siente en la montaña, en los bosques, en las llanuras, y en el campo. Pero si no te mueves en este ambiente, si eres más urbanita que un semáforo, tienes dos opciones: o te calzas unas botas y sales a andar con un libro de Cognetti en la mochila, o lees otros libros. Andar y leer son procesos que liberan la mente. Son compatibles y necesarios. Al menos para mí. Seguiré leyendo libros de este tipo, aunque en este caso me pensaré un tercero de Cognetti.
¡Nos vemos en la próxima reseña!