La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, está en estas páginas
Mi reina maga favorita me regaló en 2019 En busca del tiempo perdido de Marcel Proust editado por Penguin Random House en su colección DeBolsillo. La ilusión fue enorme, pero no encontré el momento de ponerme con él hasta más de un año después. Aun siendo siete tomos que necesitan de una lectura tranquila y esparcida en el tiempo (no os recomiendo leerlos seguidos), no me he alejado de ellos demasiado. Poco a poco os he ido trayendo las reseñas de Por la parte de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, La parte de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, Albertine desaparecida y ahora, por fin, terminamos el libro con su séptimo volumen, El tiempo recobrado. No ha sido una lectura fácil, pero ha merecido la pena. En busca del tiempo perdido puede parecer un libro inabarcable y (aunque ciertamente lo es en términos narrativos, interpretativos, reflexivos, temáticos) la organización en volúmenes facilita su lectura: divide y vencerás. Si os animáis con esta obra magna de la literatura universal, tomaos la lectura con mucha calma y la disfrutaréis toda la vida.
En El tiempo recobrado, Marcel repasa su vida mientras pasea por un París asediado por los alemanes durante la I Guerra Mundial, “la noche era tan bella como en 1914 y París estaba igualmente amenazado”. Se encontrará por la calle con un barón de Charlus envejecido y “entregado a sus placeres sexuales, sin pensar en modo alguno en que los alemanes estaban –si bien inmovilizados por una sangrante barrera constantemente renovada– a un ahora de automóvil de París” asistiendo a una casa de citas regentada por Jupien, “aquí es al contrario de los conventos de carmelitas: gracias al vicio vive la virtud”. Proust aprovecha para reflexionar sobre las guerras y nos deja algunas ideas interesantes de la mano del Sr. de Charlus, “la verdad es que todas las mañanas se declara de nuevo la guerra. Así pues, quien quiere continuarla es tan culpable como el que la ha comenzado, más quizá, pues el primero tal vez no previera todos sus horrores”. Tras este paseo, Marcel asiste a una reunión vespertina en casa de la princesa de Guermantes y es aquí donde Proust vuelve a deleitarnos con un baile de personajes castigados por la edad tanto física como psicológicamente, “la acción de los años, que había transformado a todas las personas a quienes había visto en la reunión vespertina de la princesa de Guermantes y a la propia Gilberte, había convertido sin lugar a dudas a cuantas sobrevivían – como lo habría hecho con Albertine, si no hubiera perecido – en mujeres demasiado diferentes de lo que yo recordaba. Sufría al verme obligado por mí mismo a alcanzarlas, pues el tiempo, que cambia a las personas, no modifica la imagen que hemos conservado de ellas”.
El libro también es un ejercicio de descubrimiento de la vocación de escritor del narrador tras hojear el Diario de los Goncourt. Ese ejercicio surge de manera involuntaria por medio de tres situaciones que lo perturban: el traspié ocasionado por el pavimento desigual en el patio de los Guermantes, el tacto de una servilleta y el tintineo de una cucharilla. Estos tres eventos producen el milagro de la memoria involuntaria. Por medio de ella, Marcel encuentra el tiempo perdido, comprende todos los signos que ha recibido y se propone comenzar su obra de escritor a través de la cual podría interpretarlos. Como explica Flor Méndez, Marcel “quiere fijar eternamente el pasado por medio de la obra de arte ya que la obra de arte es el único medio de recobrar el tiempo perdido” y Marcel lo explica así: “comprendí que todos esos materiales de la obra literaria eran mi vida pasada”, ese tiempo perdido que ahora se torna en recobrado y que debe interpretar, “el deber y la tarea de un escritor son los de un traductor” de sí mismo y del mundo que le rodea. En esta parte del volumen, Proust realiza un ejercicio de reflexión en torno al arte en general y a la literatura en particular. Refiriéndose al estilo del escritor, Marcel hará un breve alegato a favor del arte “el estilo para el escritor no es un asunto de técnica, sino de visión. Es la revelación de la diferencia cualitativa que hay en la forma como se nos presenta el mundo, diferencia que, si no existiera el arte, seguiría siendo el secreto eterno de cada cual. Solo gracias al arte podemos salir de nosotros, saber lo que ve otro de este universo que no es el mismo que el nuestro y cuyos paisajes habrían seguido siendo tan desconocidos para nosotros como los que puede haber en la Luna. Gracias al arte, en lugar de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse y, mientras haya artistas originales, tendremos mundos a nuestra disposición, más diferentes unos de otros que los que giran en el infinito y, muchos siglos después de que se apagara el foco del que emanaba, ya se llamara Rembrandt o Vermeer, siguen enviándonos su rayo especial”. Y ojito a la reflexión sobre el arte popular que nos deja Proust ya a principios del siglo XX: “la idea de un arte popular (…) me parecía ridícula. Si se trataba de volverlo accesible al pueblo, sacrificando los refinamientos de la forma, “buenos para ociosos”, yo ya había frecuentado bastante la alta sociedad para saber que sus miembros -y no los obreros electricistas- son los verdaderos iletrados. Un arte popular por la forma habría estado destinado más a los miembros del Jockey que a los de la Confederación General del Trabajo”. De la literatura, Proust nos regalará una de las frases eternas de este libro, “la verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura”. Flor Méndez a este respecto defiende que el estilo circular, casi regenerativo, es “la forma de construir de Proust: la obra y la aproximación a la obra, la búsqueda del tiempo perdido y la aproximación al tiempo recobrado, indica el convencimiento de Proust de la superioridad de la literatura sobre la realidad. El fin del libro es el triunfo de la literatura luego de tres mil páginas de preparación”. A esta idea circular se suma Lidia Casado en anikaentrelibros “El protagonismo que vuelven a tomar los ambientes, situaciones y personajes del primer libro y los recuerdos que de ellos tiene Marcel proporciona una estructura circular a la heptalogía, que acaba donde empezó, aunque con las vivencias de 20 años de trayectoria personal, histórica y social entre ambos momentos. Proust logra así recobrar el tiempo perdido, el que ha estado tratando de aprehender durante toda la saga y cierra así de forma magistral no sólo la vida de su Marcel sino el conjunto de su obra”.
Es un libro muy difícil, pero cuando sales de él te das cuenta de lo bien que está escrito y de la de temas que brillantemente toca. No debe hacer mucha literatura de este nivel, y aunque Proust aceptara el olvida al que serán sometidos sus libros, “la duración eterna está tan poco prometida a las obras como a los hombres”, más de cien años después seguimos disfrutando de esta auténtica joya de la literatura universal. Muchos han sido los estudiosos de En busca del tiempo perdido, muchos escritores han dirigido sus mayores alabanzas a la obra de Proust (esta edición recoge en cada volumen las palabras de Virginia Woolf, Nabokov, André Gide, Samuel Beckett, Walter Benjamin, Graham Greene y Roland Batres), pero yo os recomiendo el concienzudo análisis que realiza Harold Bloom a la figura de Proust en su Canon occidental (poned todas las salvedades que queráis a la obra y os los aceptaré todos, pero los análisis de Bloom son buenísimos). Bloom dirá de Proust que su mayor fuerza “reside en su caracterización: ningún novelista del siglo XX puede igualar su lista de vívidos personajes” y en concreto En busca del tiempo perdido, “desafía a Shakespeare en su capacidad de representar personalidades”. Para Bloom, este libro es un tratado sobre los celos que finalmente supera pues los celos solo forman parte del presente, ni del pasado ni del futuro, “El tiempo recobrado, rescata la novela de la fantasía literaria de los celos (…) Proust nos prepara para una visión distinta de la realidad, para la cual existe un pasado y quizá incluso un futuro, mientras que para los celos solo existe el presente, por retrospectivos que puedan ser estos”. Bloom terminará reconociendo que “lo que salva a Proust de ser un esnob y el paranoico celoso que podía haber sido es una inmensa labor, a la vez terapéutica, estética y (¿qué otro nombre podría darle?) mística”. Yo he sentido esta sensación de terapia, reto estético y profundidad mística durante la lectura de los siete tomos. Es un libro infinito y cuando sales de él te abraza una amarga sensación de que prácticamente nada de lo que lea tras En busca del tiempo perdido va a estar a su altura. Y esto, lejos de ser un problema, es el reflejo de la enorme satisfacción por haberlo leído.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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