Reseña de La mejor voluntad de Jane Smiley

Más de dos años sin leer a Smiley era demasiado tiempo

Más de dos años sin leer nada de Jane Smiley era demasiado tiempo, así que me he lanzado a La mejor voluntad a ver si refrescaba aquellas buenas sensaciones que me dejó La edad del desconsuelo. Demos las gracias a Sexto Piso por editar en español a esta escritora americana tan interesante. Sigo teniendo pendiente Heredarás la tierra, pero llegará porque anda por casa en la edición de Tusquets. En fin, vayamos al lío.

En La mejor voluntad, Smiley nos propone algunos dilemas universales (ruralidad vs urbanidad, herencia vs adquisición, comprar vs reutilizar) a través de la vida de la familia formada por Bob Miller, Liz y su hijo Tommy. Bob y Liz llevan un orgulloso estilo de vida autosuficiente, viven en una casa que ha construido Tom, se alimentan de la comida que cultivan, visten la ropa que tejen y se conectan con el mundo exterior sin teléfono, televisión ni automóvil a través de los viajes que hace el pequeño Tommy a la escuela. Bob es el narrador y vive ensimismado con su hijo Tommy, “antes de que naciera, yo imaginaba un programa de crianza que consistiría puramente en dar ejemplo. Yo iría haciendo mis cosas y él me acompañaría, asumiendo progresivamente la responsabilidad de las tareas para las que fuese lo bastante listo y fuerte. Tendríamos muchas conversaciones instructivas, pensaba: yo le enseñaría diferentes técnicas y él me haría preguntas inteligentes. La realidad ha resultado ser aún mejor”. Sin embargo, Tommy empezará a tener comportamientos disruptivos, propios de un chico de su edad que intenta resistirse a lo que se espera de él y que comienza a darse cuenta de las injusticias que habitan y definen el mundo. Una violencia juvenil que responde a una violencia estructural, a una sociedad consumista, individualista, falsamente meritocrática y profundamente superficial. Una violencia que sorprende a sus padres y sobre la que Bob dirá lo siguiente, “me pregunto cómo sería criar a un niño con dinero. Toda su vida hemos estado inventando cosas para él; ha sido nuestro sujeto experimental, y reconozco que ha sido uno bueno, receptivo, agradecido, flexible con esas ideas que pintaban bien sobre el papel pero que no funcionaron”. Esta actitud cristaliza en el comportamiento de Tommy con Annabel, una compañera de clase, negra y pudiente. Tommy es víctima de una violencia estructural, la violencia que resulta de las comparaciones, de las clases sociales, del consumismo capitalista y de la necedad de confundir valor con precio. La violencia de Tommy se ejerce contra el paraíso naturalista y autosuficiente, al más puro estilo Walden, que Bob y Liz habían construido para él. La utopía de sus padres se tambalea y, como un seísmo que remueve la tierra, deja a la vista la envidia, los celos, las inseguridades, el orgullo y la decepción de la paternidad. Las decisiones de Bob y Liz serán determinantes para el futuro de Tommy y marcarán un antes y un después en su relación de pareja y en su relación con el mundo. Somos lo que queremos ser dentro de lo que nos dejan ser. La libertad es un espejismo capitalista y ni “la mejor voluntad” de un bienestar individual, inofensivo, sencillo y alejado del ruido materialista puede sobrevivir a la persuasión de un constructo basado en la comparación permanente. Lo que pasa, y en esto también acierta Smiley, es que ambos modelos se necesitan, incluso el modelo minoritario (representado por la familia Miller) busca la confrontación permanente con el modelo mayoritario (representado por el resto de personajes y especialmente en la madre de Annabel), para definirse por oposición, “soy lo que tú no eres”, “disfruto de lo que tú no tienes”. En definitiva, Smiley nos propone el contraste entre dos casas que eran símbolo de dos estilos de vida que, en cierto modo, se admiraban mutuamente.

Ahora que se acerca el momento de ser padre, creo que el libro propone algunos debates que todos debemos afrontar en el momento de ser padres: la posibilidad de influir positivamente, el valor del ejemplo, el control del entorno para ofrecer seguridad, la búsqueda de la felicidad para el niño pero también para el padre, plantearse qué es el orgullo, idea de libertad y de justicia, la autonomía y la autoridad, etc. Todas estas cuestiones están de fondo en la novela de Smiley y se tratan con la madurez a la que nos tiene acostumbrados en su literatura. La autora mantiene sus temas favoritos, pero sin repetirse en los enfoques, dilemas y propuestas. Es un gusto que siga escribiendo y espero que aun me quede mucho Smiley por delante. A vosotros, si no habéis leído La mejor voluntad os lo recomiendo, y si tenéis cerca algún otro de la misma autora, no perdáis más tiempo y disfrutad con sus historias, que son las de todos.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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