Reseña de Miras las luces, amor mío de Annie Ernaux

La cotidianeidad desde la mirada de una escritora divertida e incisiva

Todas las historias de amor tienen un comienzo dulce. A menudo el juicio está empañado por un halo de perfección que conscientemente impide ver las cosas con perspectiva, pero da igual. Mi primera vez con Annie Ernaux ha sido Mira las luces, amor mío y tengo el miedo de no ser capaz de analizar el libro sin ese ensimismamiento producido por el amor a primera vista. No quisiera escribir una línea más sin dar las gracias a Cabaret Voltaire por editar en español a esta maravillosa normanda. Tengo por casa, Los años, pero todavía no le he hincado el diente. Todo llegará y más ahora que estoy ávido de leer más cosas de Ernaux.

Mira las luces, amor mío es un intento por captar la cotidianeidad de la vida, la imperceptible rutina diaria, las acciones involuntarias, aquello que hacemos sin pensar pero que nos define como seres sociales, entre los pasillos de un supermercado. La elección del supermercado no es aleatoria, Ernaux explica que “no hay espacio, privado o público, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, aparicencia” y escribiendo sobre ellos “he visto la oportunidad de dar cuenta de la práctica real de su concurriencia, lejos de discursos convencionales y a menudo teñidos de la animadversión que provocan estos supuestos no-lugares y que no concuerdan en absoluto con mi experiencia”. En otro momento del libro se pregunta porqué los supermercados nunca estaban presentes en las novelas, “cuánto tiempo necesitaba una realidad para acceder a la dignidad literaria”.

No hay trama. No hay acción. Solo situaciones anodinas intervenidas por la afilada mirada de la autora. Me gusta esta literatura, siempre quise escribir un libro sobre lo que pasa en un semáforo, imaginando las vidas de las personas que se paran a esperar el ampelmännchen verde, las que cruzan sin mirar, las que no tienen prisa, las que dan las gracias a los coches por esperar cuando ya está parpadeando, las que cruzan cuando aun está en rojo arriesgando absurdamente su vida, etc. Bien, pues algo así es lo que hace Ernaux, pero en un supermercado. Lo que pasa es que Ernaux es una escritora con una mirada hábil del mundo, que extrae de estas cotidianeidades aquellos aspectos que mejor definen a una sociedad. Hacia el final del libro explica que “ver para escribir, es ver de otra manera. Es distinguir objetos, individuos, mecanismos y otorgarles valor de existencia”. El ejercicio que nos plantea Ernaux en este libro me parece interesantísimo.

En sus reflexiones en torno a los supermercados hay historia, política, economía, antropología y sociología. Por ejemplo, Ernaux se para a analizar el paso por caja, “el paso por caja constituye el momento más cargado de tensiones e irritaciones (…) el tiempo de espera en caja expone, como en ninguna otra parte de manera tan evidente, nuestra forma de vivir y nuestra cuenta bancaria. Nuestras costumbres alimenticias, nuestros intereses más íntimos. Hasta nuestra estructura familiar. Los productos que depositamos en la cinta dicen si vivimos solos, en pareja, con un bebé, con hijos pequeños, con animales. Exponiendo nuestros cuerpos, nuestros gestos, nuestra destreza y nuestra torpeza, nuestro estatus de extranjero cuando pedimos ayuda a la cajera para contar las monedas (…) Pero, en el fondo, dándonos igual exponernos puesto que no nos conocen”. Ernaux se detiene ante situaciones comunes, las describe y las analiza con virtuosismo forense. Se refiere a ir a la compra con niños y termina diciendo que “en el mundo del hipermercado y de la economía liberar, querer a los niños es comprarles lo máximo posible” o a la escasez de asientos que hay en los supermercados, “los lugares de consumo han sido concebidos como los de trabajo, con una pausa mínima para un rendimiento óptimo” o a la compa de libros en estas superficies, “poner un libro en la cinta de la caja me molesta siempre, como un sacrilegio. Sin embargo me encantaría ver uno de los míos, extirpado de un carrito, entre una barra de mantequilla y unos pantis”, o al pasillo de salida sin compra “en la salida sin compra, el vigilante con la mirada clavada en las manos, en los bolsillos. Como si salir sin mercancía fuera una anomalía sospechosa. Culpable de facto, por no comprar nada”.

Como os decía, no sé si me encanta el libro porque soy víctima de un flechazo por Annie Ernaux o realmente es tan bueno como me lo parece. Sea como fuere, volveré a Ernaux, leeré Los años y me acercaré a su literatura más a menudo. Alguien que es capaz de escribir un libro tan bueno con el material del que disponía la autora para este me parece digno de destacar. La mirada sociopolítica del mundo es necesaria, pero si lo combinamos con una capacidad literaria tan excelsa, el resultado es esta pequeña joya de la cotidianeidad como sujeto literario. Maravilloso.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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