El testimonio desgarrador de la autora contra el silencio dramático y cómplice de abusos sexuales
No soy partidario de recomendar efusivamente libros, porque creo que a veces se consigue el efecto contrario pero, por favor, hacedme caso. Tenéis que ir a vuestra librería de referencia y comprar Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró. Y después, recomendadlo a mucha gente. Es un texto tan brillante como doloroso, y por eso debe ser leído.
Por qué volvías cada verano narra los abusos padecidos por la autora durante la adolescencia por parte de un familiar perteneciente a las fuerzas policiales, así como las consecuencias que dicho caso tuvo en su entorno familiar y social. Si recordar es volver a pasar por el corazón, la autora de este texto ha tenido que pasar muy malos ratos escribiendo este libro. La autora, sin ánimo de revancha, pero sí de contar su propia experiencia, relata su soledad a las personas que tenía cerca su pasividad cómplice, por ejemplo, cuando le dice a su madre, “Y vos seguías ahí, inmutable. Sin entender que lo único que necesitaba era que me veas y te quedes. Que no me sueltes la mano. Que me enseñes a respetarme, que te hagas cargo. Que me busques al ver mi cama vacía. Que recibas mis llamados y descifres mi llanto. Que tomes el primer micro y me busques en medio de la noche, justo cuando él empezaba. Que tejas mi pullover en invierno y cosas a mano mi traje de la murga. Que vayas a las reuniones de padres, a los actos del colegio. Pero también que le pegues un tiro y me lleves con vos. Sí, con vos. Que saques la vista del celular y me mires a los ojos. Que estés. Que no me entregues” o cuando se refiere a su familia, “para mí la gente no hace lo que puede, hace lo que quiere. Para mí, mi familia no hizo lo que pudo con esta situación. No. Para mí ellos eligieron hacerse los pelotudos, eligieron mirar para otro lado. Se cagaron en mí. (…) Hacer como si nada pasara es respaldarlo. Es ser complaciente con una bestia (…), condescendiente (…) es aceptar y promover las brutalidades de un hombre que cree que puede tomar prestada la niñez de una mujer y destrozarla”.
El libro es polifónico. Aparecen diferentes personajes, diferentes voces, que completan el testimonio. Familiares y amigos, pero también personas que están del lado del violador, como su hija, antes mejor amiga de la víctima ahora su enemiga, “sos una cloaca. Lo único que hacés es despedir mierda. Estás podrida. Nadie te quiere (…) Abrí los ojos, no tenés a nadie. Ni antes ni ahora. Todo lo que decís son mentiras. Creeme, vas a tener que tragarte cada una de las palabras que escupiste con esa jeta de virga que tenés”. Según la propia autora en unas declaraciones recogidas por el blog argentino Feminacida, “es importante que se pueda transmitir todo, el contexto, el momento. El hecho en sí fue grave, me generó tristeza, pero lo que más me dolió fue todo lo que se decía en relación al abuso”.
Uno de los aciertos del libro está en asumir algunos postulados contrarios a la tendencia social general, pero que son necesarios que se extiendan. Uno de ellos es explícito y consiste en luchar contra los términos “víctima” y “abusador”, porque, los nombres limitas las atrocidades y las posibilidades. Por una parte, el término víctimas es doloroso para ellas porque “llamarlas víctimas es volver a gacharlas otra vez. Y otra vez. Es convencerlas de que les cagaron la vida, de que su historia empieza y termina ahí, con el tipo adentro. Les hacen creer que son a partir de él, que su identidad se construye a partir de la violación, que sus derechos fueron vulnerados y que ya nadie les va a garantizar que no se las vuelvan a coger. Las convencen de resguardarse puertas adentro, de cerrar las piernas, de que son responsables y por eso merecen su propio castigo. Sí. Porque primero son víctimas de él y después de ellas mismas: una vez que él acabó adentro, ya están listas para acabar con la mierda que les quedó, con su vida. Sí, como escuchaste. Así que subite la pollera y prepárate, que el próximo paso es desangrar. Pero por dentro”. Por otra parte, el término abusador es limitante de la magnitud de su maldad, “hasta cuando les ponen nombre te cogen. Llamarlos a ellos abusadores es hacerles un favor. Es reducir su locura, su perversión, una minúscula muestra de negligencia. Es ponerles una etiqueta presentable a psicópatas que no solo se cogen a pibas por la fuerza o las desvirgan con sus dedos hasta sangrar, sino que también las golpean y les dan masa hasta volverlas polvo”. Y estoy totalmente de acuerdo. De ahora en adelante, intentaré referirme a ellas como mujeres maltratadas o mujeres violadas y a ellos como violadores o psicópatas.
Otro acierto del libro es que no hay cierre, ¿qué importa la sentencia? El dolor no desaparecerá, “después de la última vez que lo hizo, fuiste vos la que siguió. Y duele más, ¿no? Sí, duele el doble, porque no te lo hace otro, te lo hacés vos misma. Porque podés todo, menos curarte. Porque podés todo, menos olvidarte”. Las fracturas sociales y emocionales de una situación tan traumática como esta también se reflejan en los testimonios de la protagonista; el dolor es punzante cuando relata su relación con el sexo o con sus parejas, “las putas cogen mejor porque cogen sin miedo. Yo cojo con vergüenza, con dolor (…) Pocas veces en mi vida gocé y eso se nota. Se nota en mi mirada, se nota en mi andar, se nota en mi voz. ¿A quién quiero engañar? Siento culpa. Culpa por despertar y no ser la víctima que todos esperan. Culpa por elegir coger después de que me cogieran. Culpa por querer mojarme, por desear muchos hombres, por querer acabar cada día, por sonreírles en vez de sentir desprecio. Culpa por querer que acabe el dolor. Por querer acabarle al dolor. Por querer acabar. Con esto”. A medida que releo el libro para la reseña, voy pensando que este es un buen libro para leer en los institutos. Es formativo. Es combativo. Este tipo de literatura es importante, es pedagógica, es necesaria. La literatura siempre ha sido un instrumento político, pero libros como este u otros como El aliado de Iván Repila o la selección de libros que hice para el 8 de marzo del año pasado, cumplen una función reivindicadora de injusticias contra la mujer. Quizás una de las mayores lacras sociales de la historia y de la actualidad, sino la mayor porque es agravante de otras situaciones como la pobreza, los conflictos armados o la precariedad laboral.
El libro destaca también por otras tres virtudes. En primer lugar, no hay ambientes ni escenario. Hay un contexto social cómplice y ruin. Hay conversaciones y hechos en un lugar cualquiera, porque aquí no hay más que violencia, dolor y ganas de contar para luchar contra la impunidad. En segundo lugar, el lenguaje es directo, coloquial, para que se entienda mejor. No hay sentidos ocultos, ni situaciones que descifrar. No hay nada que suavizar, las palabras tienen poder y ese poder hay que ejercerlo llamando a las cosas por su nombre. En tercer lugar, el calor de los testimonios contrasta con la frialdad de los textos judiciales. Estas tres virtudes (lejos de la teologales, fe, esperanza y caridad que tanto han contribuido al silencio de las mujeres maltratadas a lo largo de la Historia) son las que convierten al texto en un hito literario. Creo que son intencionales y que buscan amplificar el texto ciñéndose a los testimonios. Me imagino una obra de teatro de este libro y el escenario está vacío. Los actores van de negro. No necesitamos nada más que el texto. Esto es difícil de lograr y López Peiró brilla con luz propia.
Os animo a leer Por qué volvías cada verano. Un libro que sirve a la autora para intentar hacer justicia, pero creo que también es un ejercicio de salud personal y pública. La literatura sana, y Belén López Peiró consiguió transformar el dolor en arte y en instrumento político al mismo tiempo. Después de leedla, recomendadla.
¡Nos vemos en la próxima reseña!