Reseña de Donde no hago pie de Belén López Peiró

Hay historias que lamentablemente nunca se terminan de contar

Hay historias que no se pueden contar en un solo libro. A veces hacen falta más. Y a veces por muchos libros que se dediquen a la historia nunca se termina de contar. Es el caso de las agresiones sexuales, de las violaciones, de los abusos de poder y de la violencia contra las mujeres. Belén López Peiró empezó su historia en Por qué volvías cada verano, editado por Las afueras. Y la historia termina como deberían terminar todas las violencias, con una sentencia inculpatoria para el agresor.  Ambos libros, dice Paloma Navarro en Vice, “reseñan la valentía de una intimidad, cuentan la verdad de muchas voces silenciadas y buscan, hasta el día de hoy, una forma de reparación”. Pero no hay reparación completa posible, por eso estas historias nunca ocuparán los suficientes libros.

Después de un año sin noticias, una llamada de la Fiscalía anuncia a Belén que, finalmente, su denuncia por abuso sexual ha sido elevada a juicio. Esa mañana invernal comienza para ella otro duro proceso: encontrar representación legal, entender las lógicas burocráticas de la justicia, tejer redes de apoyo para afrontar la causa contra su tío, un comisario poderoso, y reunir coraje para reabrir un expediente que conduce al pasado familiar. La autora y narradora revisa los recuerdos, ensaya respuestas al agobio de audiencias humillantes e indaga en los laberintos judiciales. Pero sobre todo indaga en sí misma, en cómo se siente, se pregunta hasta dónde debe llegar, qué quiere conseguir, qué le parecerá justo o al menos suficiente, qué espera sentir cuando termine el proceso, incluso si será capaz de terminar el proceso. López Peiró no tiene nada claro, el proceso es larguísimo y agotador y a pesar de seguir subiendo la empinada cuesta judicial, se pregunta ¿para qué? En un momento del proceso llega a dudar de todo… “cinco años preparándome para el juicio. Cinco años de visitar abogados, comisarías, fiscalías, psicólogos y tribunales. Cinco años para encontrar una abogada, una procuradora y una comisión que me acompañe. Y ahora no quiero ir a juicio”. Sin embargo, a pesar de las dudas, escribe, y escribe porque “escribir es registrar. Pericias, interrogatorios, audiencias, idas y vueltas, las ganas de que llegue el juicio, de declarar y que todo termine”.

Hay un pasaje que me parece especialmente revelador y que ayuda al lector, sobre todo al masculino heteronormativo que estamos a eones de distancia de estos problemas, a entender lo que pasa por la cabeza de una mujer que decide declarar contra su agresor (perdonad el exceso de literalidad): “de qué me voy a disfrazar cuando ya no pueda decir que estoy mal, que es la causa, y mis amigas me pregunten cómo estoy; qué voy a decir cada vez que quiera justificar un abandono o una tristeza, un capricho; qué voy a inventar ahora cuando no quiera coger, recibir besos o abrazos; cuando no quiera levantarme de la cama y ya no tenga que ir a declarar, ¿qué voy a decir? Qué voy a decir cuando me pregunten qué te pasa, cuando me digan, ¿qué hiciste de tu vida? No sé, qué se yo, yo estudié, escribí, trabajé, y nada, eso, o también la causa, sí, también denuncié a mi abusador, (…), y otra vez lo mismo, otra vez ser la más poronga, otra vez empezar de cero, y ahora delante de mí no hay más que cielo celeste y pasto verde para ir y andar y yo que no sé qué hacer con todo eso, con esa inmensidad y tengo miedo y mejor no, mejor me quedo acá”. Guau. Es así todo el libro. Es angustioso. Es brutal. Es revelador, darse cuenta de que el infierno no termina con las violaciones; el infierno es recordarlo, es contarlo, es repetirlo una y otra vez, en alto, en voz baja, a una misma o escribirlo para el resto. Qué valiente es Belén. La sinceridad y la honestidad con la que está escrito es tan necesaria como cruda; eso es, este es un libro para masticar poco hecho, casi crudo.

El 3 de enero de este año, la autora publica una breve pero luminosa columna en El País donde cuenta cómo termina su historia (al final no fueron suficientes dos libros, ya me lo temía), y cierra con tres frases cargadas de rabia, empoderamiento y sororidad: “Por todas las que no pudieron hablar o denunciar. Por mí. Yo a partir de ahora me dedico a escribir otra cosa”. Eso es Belén. Ya estamos deseando leerte otras historias.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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