Una novela para pensar y ser pensado
Tengo cierto respeto al Man Booker. No puedo calibrar si se trata de un premio otorgado con criterio o si detrás del mismo hay mamoneo. No leo novelas con el premio porque sí, sino que intento seleccionarlas en función de otros criterios como el autor, la trama, el enfoque, el estilo, etc. En este caso ha sido el autor. Mi primer Barnes fue El loro de Flaubert y me llevé una gran decepción. Pero me resisto a quedarme con las priemras impresiones, así que he vuelto a dar una oportunidad. He tardado (suelo tardar en volver a un mismo autor, salvo contadas excepciones), pero ha merecido la pena. El sentido de un final me ha reconciliado con Julian Barnes. No ha sido el Man Booker. Ha sido la historia. Y eso que al leerla he tenido la sensación de que esto ya lo había visto en otro sitio. Pero sigo sin saber dónde.
Barnes presenta a Tony Webster como el narrador de la historia de una pandilla de amigos del instituto. Cuatro amigos (como la divertidísima novela de Trueba) “hambrientos de libros y de sexo, éramos meritocráticos, anarquistas. Aunque todos los sistemas políticos y sociales nos parecían corruptos, nos negábamos a considerar otra alternativa que el caos hedonista”. Vivían con el temor de que “la vida no resultara ser como la literatura”. (Qué decepción se iban a llevar cuando tuvieran que salir del cálido abrigo de los libros). En esta pandilla destacaba Adrián, el último en incorporarse, un chico brillante y con cierto atractivo social. Su vida en pandilla se alarga hasta el final del instituto cuando, tras un trágico acontecimiento, se separan para continuar cada uno por su camino. Ahora, Tony retoma aquel fatídico hecho y lo afronta desde la sensatez y la calma propias de la madurez (también desde los vicios, las manías, el escepticismo y la sabiduría que da el fracaso). O eso parece. Si en clase de Historia en el instituto afirmaban que “la historia son las mentiras de los vencedores y los autoengaños de los vencidos”, Tony termina demostrando que “la historia son los recuerdos de los supervivientes, muchos de los cuales no son vencedores ni vencidos”. Y la historia se relativiza con el tiempo, se gana perspectiva y se redimensionan los acontecimientos. Porque “hay un tiempo objetivo, pero también uno subjetivo como el que llevas en la cara interior de la muñeca, al lado de donde está el pulso. Y este tiempo personal, que es el auténtico, se mide en relación con la memoria”. Es la memoria de Tony la que marca la novela. Para bien y para mal. Con las sombras de sus recuerdos, de sus inconscientes y subconscientes, de sus sesgos y de sus intuiciones.
Sobre todo esto planea la idea de vivir, al más puro estilo beat, desde la reflexión de Camus del suicidio como “la única cuestión plenamente filosófica”. Vivir para qué, para quién, por qué… se pregunta Tony, “¿Qué sabía yo de la vida, yo que la había vivido con tanto cuidado? ¿Yo que no había ganado ni perdido, sino que me había conformado con dejarme vivir? ¿Que tenía las ambiciones habituales y que me resigné con demasiada rapidez a que no se realizaran? ¿Que evitaba que me hicieran daño y lo llamaba capacidad de supervivencia? ¿Que pagaba las facturas, mantenía, en lo posible, buenas relaciones con todos y para quien el éxtasis y la desesperación pronto se convirtieron sólo en palabras leídas alguna vez en las novelas? ¿Una persona cuyos autorreproches nunca en verdad le lastimaron?”. Hay mucho para debatir en estas preguntas. Tony enfrentando su yo adolescente y su yo adulto procura responderlas, pero será Adrián quien llegue más lejos en una carta que escribe hacia el final de su historia, “la vida es un don otorgado sin que nadie lo pida; que una persona racional tiene el deber filosófico de examinar tanto la naturaleza de la vida como las condiciones en que se presenta; y que si esa persona decide renunciar al don que nadie ha pedido, es un deber moral y humano aceptar las consecuencias de tal decisión”. Historia, filosofía, literatura, amistad, amor, suicidios, rutinas, miedos, dudas, futuro… todo esto y mucho más en menos de doscientas páginas.
El sentido de un final es auténtica literatura, esa que Tony define como la que trata “de la verdad psicológica, emocional y social tal como la mostraban las acciones y reflexiones de sus protagonistas; la novela versaba sobre el carácter desarrollado a lo largo del tiempo”. Y eso es este libro. Un libro sobre la vida, sobre cómo se piensa la vida, cómo reflexionarla, cómo ir enfrentando deseo con posibilidad, utopía con realidad, intenciones con capacidades, sueños con rutinas… esas continuas disyuntivas entre lo que quieres ser y lo que realmente eres. Una novela para disfrutar en el primer momento y para rumiar cuando la dejas en la estantería. Sin grandes alardes de estilo ni de forma, con giros más o menos previsibles, pero con acierto en la gestión de los acontecimientos. Una novela de las que tienden puentes para pensarnos mejor y para hacernos conscientes de que tenemos la mano en el timón y el barco está a la deriva. Una novela para que no tengamos que vivir dos veces, sino que aprovechemos el tiempo que tenemos.
¡Nos vemos en la próxima reseña!