Reseña de La única historia de Julian Barnes

Un absorbente estudio sobre el amor y el desamor

 

No sé si comparto la idea de que Anagrama está sin un rumbo claro y que la calidad de sus novelas ha bajado de unos años para acá, pero sí es cierto que tener a autores y autoras tan interesantes como, ahora, Julian Barnes los mantiene a flote. La única historia es el número mil de su Panorama de Narrativas y una pequeña delicia con algunos toques amargos. Os cuento.

Barnes decide abordar el tema del amor desde una relación donde existe una manifiesta diferencia de edad: “¿Qué palabras, por tanto, podrían emplearse para describir hoy una relación entre un chico, o casi un hombre, de diecinueve años y una mujer de cuarenta y ocho? (…) Éramos ingleses, y en consecuencia para explicarlo solo disponíamos de palabras inglesas, llenas de carga moral”. Al inicio de la novela, el narrador plantea una pregunta sobre la que pivotará toda la novela: “Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión”. El propio Barnes al ser preguntado por esto respondió: “es una pregunta trampa, no hay opción, en realidad: si al querer escoges, optas y ya no hablas de amor; con el amor no se puede ir con cuidado: hay que ir a por todas”. Y eso es lo que hace Paul, el protagonista de La única historia. Y es que esta “única historia” es, para Barnes y su protagonista, una única historia de amor: “Todo el mundo tiene su historia de amor. Todo el mundo. Puede haber sido un fiasco o no, puede haberse quedado en agua de borrajas, hasta puede ser que ni siquiera haya existido, que haya sido puramente mental, pero no por eso es menos real. A veces ves a una pareja que parece morirse de aburrimiento y no te imaginas que puedan tener algo en común o por qué siguen viviendo juntos. Es porque en su día tuvieron su historia de amor. Todo el mundo la tiene. Es la única historia”. Y no es cualquier amor, sino el primero de todos, ese es el que deja huella: “Si algo he descubierto a lo largo de los años es que el primer amor sienta una pauta para toda la vida. Puede ser que no supere a los amores posteriores, pero a estos siempre les afectará la existencia del primero. Puede servir de modelo o de ejemplo negativo. Puede ensombrecer a los amores siguientes o, por otra parte, puede facilitarlos o mejorarlos. Aunque en ocasiones el primer amor cauteriza el corazón, y lo único que encontrará quien busque después será tejido cicatricial”. La entrega del protagonista a la historia de amor con Susan es completa, Paul va a cara de perro, lo soporta todo, va a por todas con ella y ese empuje lo justifica continuamente porque el verdadero amor exige dejarse la piel.

Al inicio de la novela todo es idílico, perfecto, una continua aventura, llevando a escondidas su relación, etc., pero las cosas se complican y de los fuegos artificiales iniciales ya no quedan restos al cabo de unos años (en este momento tendría que entrar Beigbeder por la puerta y saludar a los asistentes). Ese cambio de fase en la relación no supone ningún cambio en la entrega de Paul a Susan, sin embargo, esta empieza a desestabilizarse y a abusar del alcohol. En pocas páginas Susan pasa a ser una alcohólica sin remedio y Paul aguanta el tirón durante muchos años aceptando que “el alcohólico es lo opuesto del amante” y planteándose aspectos que serán las primeras grietas de una relación robusta: “Te preguntas: ¿seguir con ella es un acto de valor o de cobardía? ¿Tal vez las dos cosas? ¿O es simplemente algo inevitable?

En esta novela se hace evidente la influencia de Flaubert en el autor inglés (la mujer madura de su relato, Susan Macleod, de cuarenta y ocho años, representa a madame Arnoux, de Una educación sentimental, mientras que Paul Casey, de diecinueve, se podría considerar una versión de Frédéric Moreau). Así se entiende que Carlos Geli en El País, afirme que Barnes es “el más francés aún de los escritores británicos” y no le falta razón. Por otra parte, Barnes demuestra un elogiado control técnico y riqueza de registros. Entre ellos, los casi imperceptibles saltos entre la primera, la segunda y la tercera personas. Opción inicial buscada, se muestra Barnes especialmente orgulloso del uso del tú en la parte central de la novela: “No es usual; en la lengua inglesa, al menos; eso sólo se lo vi al Jay McInerney de Luces de neón: es como si el autor te pusiera un brazo sobre el hombro y dijera: ‘Mira, esto te pasa a ti ahora’”, explica mostrando su dominio de la narratología. Con esa estrategia, y una prosa engañosamente sin afecto, Barnes ha creado una historia interesante que, lejos de ser única, no suena repetitiva. Sí suenan repetitivas las últimas cuarenta páginas que ensombrecen una novela agradable y ligera para estas épocas casi veraniegas. A propósito de las fechas, parece que junio es mi mes de leer a Barnes porque el año pasado leí El sentido de un final y en 2017 El ruido del tiempo . Otro “Barnes” que os recomiendo.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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