Un relato que brilla en la ponzoña del amor desvirtuado y doloroso

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La entrada de la editorial Tránsito en mi vida ha sido abrumadora. Me ha partido el corazón en trocitos dos veces. Ya le he dicho a Sol (su editora) que si todos los libros que va a decidir editar van a ser como los dos primeros –La Azotea y La memoria del aire- los voy a disfrutar mucho, pero le voy a pasar la factura del psicólogo.

El libro narra el brutal relato de una mujer maltratada por el que pensaba que era el hombre de su vida. Muy doloroso. Es una lectura agonizante, continuamente en el abismo. Te mantiene en ese instante previo al llanto, en el vacío estomacal, “me dijo: “nunca has digerido esa violación, por eso ves violencia en todas partes, mientras que tú eres la violenta a causa de esa violación mal digerida”. Me estaba diciendo, solo unas pocas horas después de haberme pegado, que yo era culpable de haber provocado su reacción, Que, en resumen, yo me había buscado, enamorado mediante, ese golpe que me teñía el brazo de negro”. La narración de la violación es pavorosa, lees en carne viva, sufriendo y con mandíbula en tensión. Te das cuenta cuando acabas el capítulo y te relajas. La expresión se dulcifica, pero la herida en el corazón permanece. Sin embargo, la parte más dura no es la de violencia física, sino el dolor que producen sus razonamientos de persona enamorada de un monstruo. Justifica todo, incluso su dependencia afectiva, “nada como el miedo para atarse a alguien”. Se dirige a su debilidad, a su indecisión, a su ternura por un ser absolutamente despreciable, “la tristeza de los hombres es una enfermedad que me contamina con bastante facilidad, no estoy hecha de mármol ni de goma ni de jabón ni de nube, su desaliento no me resbala, penetra, mi piel es una esponja”. Esta parte es realmente difícil.

En el libro también hay belleza y luminosidad. La belleza de la superación, de la resiliencia, de la autoconfianza y el empoderamiento. La luminosidad al superar los propios fantasmas, retirar el velo en la mirada, de la distancia con el acosador, de empezar a disfrutar de la vida y de marcar una línea de tiza que no se debe sobrepasar jamás. Creo que hay una frase al final del libro que resulta maravillosa “dicen que el cuerpo, cuando es sometido a un dolor muy grande, produce su propia morfina; yo creo que el alma también”. Y es que si lo piensas bien, solo nos tenemos a nosotros mismos y no debemos traicionarnos nunca.

Leedlo si os gustan los libros que dejan cicatrices. Si buscáis algo que os retuerza las entrañas. Y si os apetece una lectura embriagadora y sencilla, pero de una profundidad y una actualidad extraordinarias.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

3 comentarios sobre “Un relato que brilla en la ponzoña del amor desvirtuado y doloroso

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