Reseña de La muerte de Iván Ilich de Lev N. Tolstói

Una profunda reflexión sobre el vacío que acompaña a superficialidad aristocrática

Empezando por el final, esta novela nos enseña a vivir desde la muerte. Hace poco, como ya comenté en la reseña anterior, escuché una frase que me ha marcado: “solo cuando aprendes a morir, aprendes a vivir”; y desde otra perspectiva, Tolstói aborda esta cuestión en La muerte de Iván Ilich, que si bien a su protagonista ya no le sirve al lector sí. Una novela imprescindible de uno de los genios de la Literatura Universal (con mayúsculas). Por cierto, si hay algún despistado, este Ivan Ilich nada tiene que ver con el conocido pensador austriaco Ivan Illich [este apellido se escribe con «ll»] autor de La sociedad desescolarizada.

La muerte de Iván Ilich narra las reflexiones en su lecho de muerte de un juez ruso que un día se golpea al reparar unas cortinas y comienza a sentir un dolor que lo aqueja constantemente y que le conducirá irremediablemente a la muerte. A medida que se acerca ese momento, Iván Ilich se plantea el porqué de esa muerte y de la soledad que lo corroe, a pesar de estar rodeado de personas en el mundo aristocrático que él mismo ha construido. La convicción de que se está muriendo y que a nadie le importa se traduce en una enorme soledad. Esa soledad tiene la excepción en uno de sus sirvientes, Guerásim, que además será quién le empezará a abrir los ojos sobre su situación vital, “Guerásim era la única persona con la que se encontraba a gusto (…) era el único que no mentía; además, según todas las apariencias, era el único que comprendía lo que estaba sucediendo y no consideraba necesario disimularlo, solo se compadecía de su extenuado y consumido señor”. El análisis minucioso de su pasado le llevará a dudar sobre si el estilo de vida acomodado y superficial ha sido el correcto, “El matrimonio (…) y esa labor estéril, y las preocupaciones por el dinero, y así un año, dos, diez, veinte: siempre lo mismo. Y cuanto más se acercaba al presente, más muerto le parecía todo. Como si hubiese estado bajando todo el tiempo por una montaña figurándose que estaba subiendo (…) Según la opinión ajena había estado subiendo, pero en realidad la vida se le había escapado un día y otro bajo los pies… Y ya estaba todo hecho. ¡Solo le quedaba morir!”. Tratará de justificarse ante su conciencia, “¿Cabe la posibilidad de que no haya vivido como debería haberlo hecho? – se le pasó de pronto por la cabeza -. Pero, ¿cómo es posible? Si he hecho lo que correspondía en cada momento”, pero a medida que se acerca su muerte deja de hacerlo y asume que, a excepción de su infancia, no ha vivido plenamente y que ya no tiene solución,

Se le ocurrió pensar que lo que hasta entonces había considerado una completa imposibilidad, es decir, que no había vivido como debería haberlo hecho, podía ser verdad. Y se dijo que esos leves intentos de lucha contra todo lo que la gente encumbrada consideraba bueno, que esos leves intentos de los que se había desentendido a las primeras de cambio, podían ser verdaderos, y que todas las demás cosas podían no ser como deberían haber sido. Su trabajo, su modo de vida, su familia, los intereses mundanos y profesionales: todo eso podía no ser como debería haber sido”.

Dicho golpe parece simbólico; sube a una escalera y cuando está en lo más alto —no solo en la escalera, sino en el estatus que ha tomado en su posición social— cae, y ahí comenzará su declive. En el podcast Un libro una hora, de la Cadena Ser, recogieron tres posibles interpretaciones a la obra. La lectura de ‘La muerte de Iván Ilich’ puede hacerse en tres niveles superpuestos, según Luis Guerrero Martínez. El primero es el nivel de la crítica social, por un lado en la insensibilidad social ante la muerte de los demás, y por otro en el del vacío al que habitúan los convencionalismos sociales. Un segundo nivel es el existencial ante la proximidad de la muerte. Y el tercer nivel se articula con lo que formularía Ludwig Wittgenstein en su ‘Tractatus Logico-Philosophicus’: “La muerte no es un ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive”. En este nivel está presente un sentimiento de extrañeza en relación con el significado de la muerte.

Tolstói decidió redactar la obra en tercera persona, como narrador omnisciente que no solo percibe los actos visibles de su personaje, sino que bucea en la conciencia de este y concibe la invisible y compleja trama de su íntimo ser, de su pensar, sentir y, sobre todo, sufrir. Tolstói sigue en su profunda reflexión sobre el alma rusa, sobre las condiciones sociales de sus personajes y sus repercusiones en su desarrollo psicológico. En La muerte de Iván Ilich, según dicen los expertos, las reflexiones que acompañaron el desarrollo de esta novela hicieron cambiar de vida a Tolstói hacia una existencia más espiritual y más reflexiva, un cambio que le acompañó hasta el final de sus días, todavía unas cuantas obras después de esta.

Si alguien no se atreve con los grandes títulos del autor, Anna Karenina, Guerra y Paz o, en menor medida, Resurrección, La muerte de Iván Ilich es un sencillo acercamiento a Tolstói y a un tema universal como es la superficialidad aristocrática que, para mí, toca su cima con la obra magna de Proust, En busca del tiempo perdido. Desde luego la obra no tiene la profundidad de las mencionadas, pero sí permite ver el estilo y la genialidad del ruso. La edición de Nórdica es bastante asequible y está ilustrada por Agustín Comotto, colaborador habitual de la editorial.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

Una respuesta a “Reseña de La muerte de Iván Ilich de Lev N. Tolstói

Add yours

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑