Un sorbito corto e incompleto de la obra de un autor inmenso
Nunca estaré suficientemente agradecido a Acantilado que esté editando la obra de Joseph Roth. No sé cuánto nos quedará por leer de este maravilloso autor, pero yo ya voy por el “tercer acantilado” y tengo alguno más pendiente. Creo que junto con Stefan Zweig son mis dos autores preferidos de la editorial. Ahora os traigo una novelita muy particular, Fresas. Ignacio Vidal-Folch imagina un contexto en la biografía del autor para el libro, “uno de los manuscritos de la maleta con la que vivía en su cuarto del segundo piso del hotel Tournon, en París, donde residía exiliado en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y donde poco antes de morir concluyó La leyenda del santo bebedor, obra maestra de ternura, de dulzura, de poesía”. Veamos por qué os la recomiendo.
El libro parece ambientarse en la ciudad natal del autor, Brody en la Galitzia austrohúngara, “la ciudad en la que nací se encontraba en el este de Europa, sobre una extensa llanura escasamente poblada (…) vivían unas diez mil personas de las que tres mil estaba locas”. Brody, que ahora es una ciudad ucraniana, está rodeada de campos de lúpulo, que se vendía a las industrias cerveceras, y pantanos y bosques, con muchas matas de fresas, que daban pie a un gran comercio, y ahora al libro. Fresas es un monólogo autobiográfico sobre la infancia de Roth, la ciudad y sus habitantes a los ojos de un jovencito inquieto. Por la novela van pasando personajes que ya encontramos en otros libros fundamentalmente los judíos emigrantes, ricos, empobrecidos, huidizos o maltratados, cada uno a su forma y a su modo. Ahora destacan algunos vecinos ilustres como el Sr. Britz, el Sr. Barbado o el Sr. Conde, todos ellos prohombres de la ciudad que contribuyeron a marcar la infancia del protagonista casi tanto como la quiosquera, el alcalde o el hombre ahorcado. Estos personajes circulan por los acontecimientos y las anécdotas que marcaron la vida de la ciudad: la apertura del hotel, la llegada del tren, el quiosco del parque, la nieve, la construcción de los corredores subterráneos o la construcción de los grandes almacenes… pasaje este último que se queda a medias por el carácter incompleto del relato. Una vez, dos en el último mes, en el que reseñamos un texto incompleto. El anterior era de uno de los grandes amigos de Joseph Roth, el gran Stefan Zweig y su Clarissa. A pesar de ser un texto sin final, condensa los temas predilectos de Roth y nos dibuja con nostalgia lo que era la vida que estaba a punto de desmoronarse tras la caída del imperio austrohúngaro, manteniendo su característico sentido del humor, su capacidad expresiva y un sibilino eco costumbrista, “Donde yo nací, el otoño estaba hecho de oro y de plata líquidos, de viento, bandadas de cuervos y ligeras heladas. Era casi tan largo como el invierno. En agosto las hojas se ponían amarillas y en los primeros días de septiembre ya estaban en el suelo. Nadie las barría. Sólo cuando llegué al oeste de Europa vi que el otoño se recogía con la escoba en ordenados montones de estiércol”.
Una novelita para los amantes de Roth, para quienes disfrutamos con su narrativa, para los que salimos de La leyenda del santo bebedor, el Hotel Savoy o El triunfo de la belleza, queriendo leer más textos del autor. Tanto es así que tengo La marcha radetzky en casa, pero no quiero leerla para tenerla siempre pendiente. Si os gusta Roth o si os apetece conocerle, este librito es una muy buena oportunidad para tomarle el pulso a un autor que os sorprenderá después con sus mejores obras, de las que aquí solo mojaremos los labios para intuir cómo será una “borrachera rothiana” de muchas páginas.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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