La obra maestra que recrea la mayor revuelta social del siglo XIX desde las dos ciudades que alumbraban al mundo
Llego a esta novela como se llega a los clásicos, tras cruzarme con ella infinidad de veces y sin saber muy bien qué te hace decidirte un día tras haberlo ignorado otros muchos. Pero aquí estoy, con mi primer Dickens y deseando que abran las librerías para comprar Grandes Esperanzas o David Copperfield. Dickens y yo nos hemos mantenido prudentemente alejados y digo prudentemente porque nunca he querido alejarme demasiado de él. La época victoriana siempre me ha parecido muy novelesca, me gusta la Inglaterra del siglo XIX, sus formas y sus normas, sus miedos, su aristocracia y los clubes ingleses que me descubrió Willy Fog (tardé más en conocer a Phileas Fogg). Pero la puerta de la época victoriana me la abrieron Stevenson (La isla del tesoro y Dr Jeckyll y Mr Hyde) y Carroll (Alicia en el país de las maravillas) y desde entonces, con Dickens en el rabillo del ojo, he ido acercándome a él sin prisa pero sin pausa. ¿Por qué empezar con Historia de dos ciudades? No hay una razón aparente, o quizás sea que últimamente había oído hablar mucho de su archiconocido inicio: «Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno; era, en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal«.
En Historia de dos ciudades Dickens recrea los inicios de la revuelta social y política que supuso la Revolución Francesa. La historia se desarrolla entre Londres y París. La primera ciudad simbolizaría de algún modo la paz y la tranquilidad, la vida sencilla y ordenada; mientras la segunda representaría la agitación, el desafío y el caos, el conflicto entre dos mundos en una época en la que se anuncia drásticos cambios sociales. El inicio de la Revolución está tan bien narrado que las páginas apestan a sangre y mugre, a sudor y lágrimas, a rabia y odio… «siete cabezas sangrientas, siete presos llevados en volandas; las llaves de las ocho torres de la fortaleza maldita; algunas cartas, algunos recuerdos de antiguos cautivos muertos de desesperación; he aquí lo que escoltaban el 14 de julio de 1789 los pasos ruidosos del arrabal de Saint Antoine«. Es inquietante pensar que si Dickens viviera hoy quizás volvería a esribirla y la ambientaría igualmente en Londres y en París… en el Londres del Brexit y su tensa calma y el París de los chalecos amarillos. Y, por si queda alguna duda, Dickens rechaza la violencia en sus dos formas, tanto es su forma popular, por las masas, como en su forma institucionalizada como es el miedo y la subyugación. Encuentra un sinsentido ambas opciones y lo representa especialmente bien en el encuentro que tienen al final del libro la Sra. Pros y Defarge representando la lucha de «el pueblo contra el pueblo», el mayor sinsentido de todos.
Los protagonistas de Historia de dos ciudades no son ni miserables ni privilegiados, son seres ambiguos, con sus vicios y sus virtudes, esclavos de una desigualadad social heredada y, por lo tanto, asumida. Todos tienen problemas, inquietudes y miedos. Algunos siendo diplomáticos de un banco inglés (el Sr. Lorry) y otros regentando una taberna en un suburbio parisino (el Sr. Defarge), cierto, pero todos tienen sus luces y sus sombras. Los protagonistas de esta historia son Lucía Manette, hija de un médico que creía muerto y que fue inustamente encerrado en la prisión de La Bastilla por obra y gracia de la aristócrata familia Saint Evremont durante 18 años. El papel del héroe no está claro, podría ser Charles Darnay, el joven que renunció a su linaje y se marchó a Inglaterra dejando Francia atrás o Sydney Carton, un abogado inglés de mala vida y peor reputación que ama a Lucie pero asume que su posición social le aleja de ella «¿qué tenéis en común conmigo? Nos separa un abismo. Quisiera, sin embargo, deciros una cosa (…). Haré por vos todo lo que sea posible en el mundo, lo mismo que por todos los que améis. Si mi posición fuera otra y me lo permitiera, me sacrificaría con placer por vos y por los vuestros. Recordad bien mis palabras«. Otro personaje importante es el señor Defarge, un tipo que conjuga en su persona el dilema moral que el lector tendrá que afrontar… amarás tanto a Defarge por ser quien cuidó al padre de Lucía cuando salió de La Bastilla tras sus años de injusto cautiverio como lo odiarás por su empeño en dar caza y muerte a Charles Darnay. No lo juzgues severamente. Más allá de estos protagonistas, a mi me gustó el personaje de la tabernera, la mujer de Defarge, que se pasa el día tejiendo («tejiendo un plan«) mientras es la reina y señora de su negocio; lleva la taberna desde el silencio y la templanza (el recurso de la rosa en la cabeza cuando entra un policía en la taberna me pareció muy visual).
Ya sabemos cómo es Dickens, siempre mira hacia donde no apuntan las luces, se centra en la sombras y en esas capas sociales olvidadas, lo que su coetáneo francés Victor Hugo llamó «los miserables» y lo que siglos más tarde Bong Joon-ho tituló Parásitos y Kerouac subterráneos. En este caso, a través de una novela de personajes con cierto toque de aventura Dickens escarba en las raíces de la revuelta social con acierto: «el señor marqués miraba con indiferencia a los infelices que se inclinaban ante él, así como sus iguales se habían inclinado ante Monseigneur, con la única diferencia de que los primeros bajaban la cabeza por humildad y los segundos por ambición«. Hay dos partes que me sedujeron especialmente. La primera está al inicio de la novela, el episodio del vino derramado en la puerta de la taberna y cómo lo cierra Dickens con el símil de la sangre de la Revolución. La segunda es el capítulo Ecos (libro II). En él se perciben perfectamente las diferencias entre Londres (quietud) y París (revolución).
En definitiva, Historia de dos ciudades es la mejor reflexión sobre esa dicotomía entre la revolución colectiva o individual, importante para entender ese momento histórico tan brutal y con las líneas más bellas que pueden abrir un libro: it was the best of times it was the worst of times. No os la perdáis, regalaos horas con Dickens, no serán en balde.
¡Nos vemos en la próxima reseña!