Reseña de Esta bruma insensata de Enrique Vila-Matas

Otro artefacto literario de Vila-Matas al corazón de la literatura (y de Barcelona)

Es mi segundo Vila-Matas tras los Suicidios ejemplares. Soy caótico con este autor porque aun no he leído sus dos grandes obras, El mal de Montano y Batleby y compañía, pero cada vez estoy más cerca de ellos. Desde luego, aunque esté sobrevolando esas novelas cual ave rapaz su presa, llegarán, porque Vila-Matas es terco en su calidad literaria y es difícil alejarse mucho de él. En esta ocasión, os traigo su última novela Esta bruma insensata donde vuelve sobre sus pasos para reflexionar sobre la literatura.

Esta bruma insensata tiene como protagonista a Simon Schneider, un hokusai, es decir, un distribuidor de citas para otros escritores. Simon ahora trabaja para un autor de gran éxito que se hace llamar Rainer Gran Bros (pronto sabremos que se trata de su propio hermano), que vive oculto en Nueva York desde hace años y ha escrito cinco novelas veloces renacido como escritor norteamericano. Gran Bros, bebedor compulsivo, mantiene a Simon con una pequeña paga que le envía por sus servicios. Todo lo recibe y lo manda Simon desde una peligrosa casa a punto de derrumbarse al filo de un acantilado en Cap de Creus. Por allí pasea hasta Cadaqués, rememorando su juventud en ese pueblo ya de por sí tan artístico y cultural, los excesos de su hermano y las relaciones con la gente que estuvo y está allí. Cierto día, Gran Bros escribe a su hermano para decirle que visitará Barcelona y quiere verle. Vivimos entonces todo lo que despierta ese mensaje en Simon desde una mañana que siempre parece augurar la posibilidad de algo bueno. Vila-Matas nos dejará pegados al libro ganando tensión ante la inminente reunión de los hermanos en una Barcelona convulsa por el procés; en un ejercicio de hiperbolismo literario/cinematográfico, recurre a Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas y Francis Ford Coppola en Apocalypse Now para resumir esa situación anómala al hilo del vuelo constante de helicópteros sobre la Ciudad Condal, «el hecho fue que durante unos minutos dejaron de volar sobre el Eixample y de intentar transportarnos a aldeas remotas en el delta de un río que llevaba hasta el corazón de las tinieblas».

Pero todo esto no es más que la disculpa de la novela. Vila-Matas siempre va más allá. Es Enrique Vila-Matas un apóstol de lo metaliterario. Parece llevar tiempo enterrando la novela a través de sus ejercicios metaliterarios de autoficción; así lo expresa a través de Simon, «cuando imaginaba «artefactos literarios», me lo pasaba en grande, mucho más que cuando tenía que describir, por ejemplo, una mesa camilla. Porque con los «artefactos» era como si me encontrara en casa, mientras que, cuando narraba de forma novelesca, me aburría mucho teniendo que cambiar por el mundo«. En esta novela, el autor se replantea el acto de escribir, cómo escribir y para qué escribir en un brillante ejercicio de literatura sobre literatura sin que esa endogamia y la ausencia de una clara línea narrativa perjudique su libro sino todo lo contrario. Las citas, su acumulación, hacen hasta que el protagonista padezca sobrepeso a consecuencia de ellas: «me dirigí hacia la calle Londres y, mientras subía por la cuesta de la calle Aribau, jugué a simular que iba tan saturado de citas que me había convertido en un individuo de notable peso físico que apenas podía dar un solo paso». Es más o menos unánime la crítica al autor de El mal de Montano como uno de los más brillantes, inteligentes y lúcidos escritores del actual panorama literario español, alguien que exuda amor por la literatura por todos sus poros y cuyos libros pueden leerse también como amenos ensayos sobre al arte de contar.

Ocurre con el escritor barcelonés algo muy parecido a lo que sucede con Woody Allen: acabamos de ver su última película, que no suele ser muy novedosa respecto a su anterior, y ya deseamos ver la próxima: crea adicción (como dice Valérie Miles, crítico del The New York Times). Como Simon Schneider, Vila-Matas sueña con una literatura que no esté atada al tiempo, a la ideología o a lo circunstancial. Una literatura que exista por sí misma, sin necesidad de apoyo de ningún tipo: A veces, cuando veo que he tenido que escribir sobre un tiempo ya tan caducado, me pregunto si no será que a lo mejor, como dicen algunos, a la ficción le gusta el pasado y por eso tiende a correr el riesgo de no ser sino cosa del pasado, que es lo que solían decir los hegelianos hablando del arte en general y Borges hablando de la lluvia. El juego de muñecas rusas con los personajes/escritores continúa fascinando hasta el punto de lograr aquello que busca: literatura que no depende de nada más que de sí misma.

Un libro interesantísimo, para releer y releer hasta la extenuación y no dejar de disfrutarlo. Como sostuvo Paul Auster (casi nadie al aparato…): «Con Enrique Vila-Matas solo tienes que dejarte llevar porque estás en manos de un maestro». Léanlo.

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