En la Literatura también tenemos muestras de obsolescencia, obsolescencia literaria. Libros que nacen para morir al poco tiempo. Literatura de papelera de reciclaje. Pero, en mitad de esta realidad, Trueba es un valor seguro. Nunca defrauda. Cambia de registros. Arriesga. Prueba cosas nuevas. Y todas le salen bien. Creo que es mi cuarto libro de este autor y todos me han encantado: Cuatro amigos, Blitz y Tierra de campos.
En este caso Trueba dibuja perfectamente una familia de clase media española a la que le suceden continuos disparates, a veces divertidos a veces dolorosos. Una historia tragicómica con las proporciones muy bien calculadas. Se mueve continuamente en un equilibrio inestable en el que la familia es la vez la salvación y el problema. Durante buenas partes del libro pensaba “son la versión española de la familia Simpson”. Al inicio de la novela Trueba nos insinúa el tono del libro cuando afirma que “el hombre es el único animal que no encuentra descanso en familia, sino depredación insaciable”. Y es que, a través continuos saltos de escena, en forma de pequeños sketches (una vez más Trueba demuestra que es un maestro del ritmo del guion), la novela avanza cediendo el protagonismo a cada miembro de la familia. Trueba teje una historia a mil hilos de colores diferentes, y el resultado es una bufanda cálida y agradable al tacto.
El amor es el epicentro del tsunami familiar. Inesperado y terrible.
“A las tormentas de verano nadie las espera. Como el amor, surgen de pronto, te encuentras en el lugar equivocado en el momento equivocado, te obligan a correr, saltar, huir, ponerte a cubierto. Y luego, de pronto, el sol surge de nuevo, arrastrando de la oreja al arco iris”.
Y de esta forma, los protagonistas de esta historia van descubriendo diferentes formas y estados del amor, donde el fracaso amoroso es el claro vencedor la mayoría de las veces:
“el fracaso amoroso en el hombre provoca estados tragicómicos (…) La gran crisis de la vanidad conduce a un bajón absoluto de defensas y a una irremontable tendencia a la molicie (…). Los hombres, utilizan a las mujeres para enamorarse de sí mismos por persona interpuesta”.
Y más adelante, cuando uno de los personajes tiene que aceptar el matrimonio como la madurez en el amor, Trueba le hace madurar pasiva e inesperadamente, dice “comprendió, allí sentado, en mitad de la reunión familiar, que había muchas formas de querer a alguien, muchos modos de amar, que quizá la pasión tan sólo fuera un espejismo”.
Pero la novela no sólo habla del amor, habla otras muchas cosas, habla del paso del tiempo, de la vejez, del valor de la familia, de la importancia de los amigos, y está nutrido de pequeñas referencias a otros aspectos. Por ejemplo, Trueba utiliza a la abuela para dar profundidad a la novela, es la única persona sensata de todo el elenco de personajes y con un humor tremendamente incisivo. En dos momentos de las conversaciones en las que participa la abuela, casi siempre con uno de sus nietos, Gaspar (el otro personaje cabal), cuando este le señala “el abuelo casi nunca habla de la guerra”, ella responde “porque estuvo en el bando ganador. De las guerras sólo hablan los que las pierden. Por eso yo no hablo de mi vida”. Y en otro momento, en el que ella le pregunta a Gaspar como van sus escritos (el nieto quiere escribir un libro), él evadiendo la respuesta, coge el primer libro que encuentra en la mesilla de noche de la abuela, y esta le dice “no busques en los libros lecciones que aprender. Los libros tienen que hacerte daño, cambiarte la vida”.
Si habéis llegado hasta este momento de la reseña, es importante que no penséis que se trata de una novela triste, todo lo contrario, es un canto al esperpento, a la locura transitoria de unos personajes prisioneros de sus sentimientos y alejados de la razón, a la fuerza del vínculo familiar (“la familia es el único local que permanece abierto toda la noche”), en definitiva, un canto a la vida, como le dice al final del libro un taxista a uno de los hermanos, “alegra esa cara, joder, que sólo tenemos una vida. Y yo he visto a muchos gatos maldecir por tener siete”. Es esta sonrisa tragicómica (porque si piensas la frase es más dramática de lo que parece) la que no se te quitará en las más de doscientas páginas que tiene el libro.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
Con sólo leer la reseña, me muero de ganas de leerlo. Me recuerda tanto a «Tierra de campos»…
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Siiii! Hola Sandra y bienvenida al blog. Tierra de campos también tiene su parte trágica que sirve para que disfrutes más de los buenos momentos. Trueba no se pone trágico como un fin en sí mismo, es una pasada.
Gracias por el comentario!
Saludos!!
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