Reseña de Darse a la lectura de Ángel Gabilondo

Ha sido una grata sorpresa descubrir al Gabilondo ensayista

Conocemos a Ángel Gabilondo por haber sido rector de la Universidad Autónoma de Madrid, ministro de Educación, candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid y ahora Defensor del Pueblo (y por su hermano). Sabemos de él que es filósofo y académico. Suponíamos que escribiría libros de sus áreas de conocimiento e investigación. Pero, al menos yo, no sabía que también se dedicara a la literatura. No sé si escribe ficción, pero hay quien considera al ensayo filosófico una ficción. En ese supuesto, este libro tampoco sería ficción, porque se trata de un ensayo al uso. Darse a la lectura, editado por RBA, es uno de esos libros que nos gusta leer a los lectores, esos ejercicios de onanismo literario a los que nos entregamos placenteramente: leer sobre lectura, leer sobre libros, leer sobre escritura. En este blog ya hemos caído muchas veces en ese vicio (en el reciente post de A pie de página recojo la mayoría de esas reseñas y algunas referencias de metaliteratura). Sin embargo, Darse a la lectura no es uno más, no es una lectura más que haga bulto en el género.

La particularidad que introduce Darse a la lectura es el enfoque netamente filosófico. Y cuidado con las primeras impresiones porque al texto no le falta pasión por los libros, la filosofía no es fría, al contrario, es un viaje apasionante por la reflexión y la mirada hacia dentro y hacia fuera de uno mismo. Gabilondo empieza diciendo que “leer no es un sucedáneo ni un sustituto de la vida, sino una forma de vivirla”. Quizás este sea un recurso demasiado manido, ¿no? Me harto un poco de todo lo que puede convertirse en “una forma de vivir”, pero a partir de ahí el resto de la lectura es agradable e inspiradora. Señala Gabilondo que leer nace de la curiosidad y esa curiosidad es, necesariamente, transformadora, “la lectura es un movimiento político que precisamente moviliza la voluntad de modificar el actual estado de cosas (…) leer para ser otro, para que lo que hay sea de otra manera, aborda el asunto en su radicalidad”.

En ese dejarnos llevar por los libros, me gusta la defensa que hace el autor del ensayo (poco reconocido en este blog y en el perfil de Instagram). Gabilondo se refiere a los ensayos como “lecturas de pensamiento” y les dedica un capítulo. Señala que “pensar exige leer” y para esa educación del pensamiento es importante el ensayo porque “ensayar no es solo intentar, es abrir posibilidades (…) es procurar esa chispa en la que, como Platón nos recuerda, si uno se demora en ella, de repente se produce algo otro” y es en este sentido en el que leer ensayo es “un modo de leer (…) la mejora manera de cuidar y de cuidarnos es cuestionarnos, que el pensamiento es asimismo transformación, modificación y creación (…) Leer es en esta medida imprescindible para pensar más, para pensar mejor, de otro modo”. Este tipo de reflexiones abundan en el libro. Gabilondo se detiene en la importancia de la memoria (“la memoria es la gran escritora y la gran lectora”), en las oportunidades de la ficción (“la ficción es un modo de ser de la verdad (…) es otro modo de aproximación [a la verdad]”), la necesidad del estudio (“el estudio como modo singular de lectura”), el gusto por las palabras y la retórica (“la mejor manera de llegar a hablar bien es leer”), la presencia de los clásicos (“ni son una moda, lo que les permite no pasar de moda, nie l tiempo transcurre por ellos aventajándolos. Ellos dan tiempo, abren el tiempo y lo espacializan. Así son inclusivos. Reflejan la vida y la incorporan permanentemente”), la conveniencia de leer poesía (“su lectura incide determinantemente en el modo de pensar y de sentir el lenguaje”) y otros temas como lo sano que es leer o la lectura como un acto de insurrección (“la lectura convoca a la apropiación (…) aprender a leer es aprender a difundir, a transmitir y a compartir la palabra”).

Para cerrar la reseña, los que me conocéis sabéis que disfruto con las raíces de las palabras. Pues Gabilondo me ha descubierto un origen etimológico muy bonito: “página proviene del latín pango (…) un acuerdo, un pacto, el establecimiento de la paz (…) pero al mismo tiempo tiene que ver con pagus, que alude a la aldea, al lugar de reunión y de comunicación, donde convivir conjuntamente en un ámbito compartido”. Por eso, termina el libro, como lo empezó, recordando que “darse a la lectura es también entregarse a una tarea de transformación de uno mismo y de lo que en términos clásicos denominaríamos la ciudad. Precisamente esta se constituye en torno a la palabra”. Por eso, leer es crear comunidad, en el sentido más limitado es crear una comunidad de lectores y en el más amplio es crear una comunidad de ciudadanos libres e iguales. Vivir entre libros es vivir dos veces y si compartimos lo que leemos nos hacemos eternos sin saberlo. Ahí, entre los libros, están nuestros recuerdos y las personas a las que amamos. Ahí es donde nos sentimos más libres y se hace más verdadera que nunca la frase (ahora no recuerdo de quién) que reivindica la ficción “porque con la realidad no nos basta”.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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