Te atrapa la incredulidad que genera la noticia y Tallón no lo desaprovecha
La simpatía hacia un autor es un motivo como otro cualquiera para leer sus libros. Muchos conocisteis a Xoan Tallón por Rewind y otros los seguíamos desde sus artículos en JotDown (algunos recopilados en su libro Mientras haya bares) y El País (parece que se desvinculó de ellos en 2021, lástima). Así que os traigo la reseña de su último libro, Obra maestra, editado por Anagrama, porque Tallón me cae bien. No lo conozco personalmente, pero por sus artículos, sus libros y su actividad en redes tengo una buena imagen del autor. Ya lo sé, la imagen no lo es todo y si sigo leyendo sus libros no es solo por eso. Realmente estamos ante un autor con mucho talento y con voz propia. Estas sí son razones para seguirlo de cerca. Y ahora vamos a hablar de una obra maestra (intencionadamente en minúsculas).
La historia que narra esta novela es inverosímil, cierta y conocida. El Museo Reina Sofía encarga, para su inauguración en 1986, una obra a Richard Serra. El escultor entrega una pieza creada ad hoc para la sala en la que iba a exhibirse. La escultura en cuestión −Equal-Parallel/Guernica-Bengasi− consta de cuatro bloques de acero independientes de grandes dimensiones. Inmediatamente se eleva la pieza a obra maestra del minimalismo. Finalizada la muestra, el museo decide guardarla, y en 1990, por falta de espacio, la confía a una empresa de almacenaje de arte, que la traslada a su nave en Arganda del Rey. Cuando quince años después el Reina Sofía quiere recuperarla, resulta que la escultura −¡de treinta y ocho toneladas!− se ha volatilizado.

Como señala un personaje en el libro, “la obra maestra no es la escultura de Serra, es robarla”. Y aquí Tallón ve un filón. Le cuesta centrar el tiro de la obra, el enfoque y la historia (sin final), pero finalmente encuentra en la polifonía una salida brillante. El recurso del testimonio (ficcionado o no) es todo un acierto. Y, para mí, ahí terminan los aciertos. Lo mejor del libro, junto con la historia, es que me ha enseñado a Richard Serra (que sin querer ya lo conocía). Y, sin embargo, también es la mayor debilidad del libro porque quien brilla no es Tallón, es Serra. Porque el libro se convierte en una explicación de la propuesta artística del escultor americano. Recopilando otras voces de su gremio, Tallón acerca a Serra al lector. Testimonios como el del escultor Juan Muñoz (“a través de él descubrí la capacidad de la escultura para activar el espacio”) o exministras de Cultura como Ángeles González Sinde (“Richard Serra me invitó con un leve gesto a caminar entre las piezas que componían la escultura, “Si no caminamos, no existe”, explicó”) nos vamos haciendo una idea de la obra de Serra. Son especialmente ilustrativas las aportaciones de Uwe Pickhan, una primera en la que dimensiona la figura de Serra, “Quienes han trabajado en el campo de la escultura en grandes espacios, y con grandes formatos, chocan contra un límite. En cambio, Serra empuja continuamente los márgenes y se sitúa siempre en la cumbre, por encima de los demás. Sabe cómo convertir las ideas en técnica (…) No conoce esculturas imposibles. Si pueden pensarse, pueden hacerse, simplemente hay que dar con la técnica adecuada” y otra en la que eleva sus esculturas a obra de arte: “Convierte el acero en algo capaz de levitar, casi en música. Sin bocetos y maquetas, puede levantar enormes piezas de varias toneladas sin que sea necesaria, para que se sostengan, ninguna técnica de soldadura o remache. Fue emocionante sacar adelante las elipsis torsionadas (…) Él quería construir una pieza que envolviera todo el espacio y se inclinara hacia fuera y hacia dentro al mismo tiempo”. Pero seguramente la voz más interesante para el lector sea la del propio Richard Serra que aparece en varios momentos del libro. En esos testimonios, el autor explica que “la mayor parte de mi trabajo, desde mediados de los setenta, trata sobre tu movimiento en relación con el espacio a lo largo del tiempo”, reconoce que “me interesa mucho el hecho de que el espacio sea tan importante como el material. Y eso sucede en muy pocos lugares; apenas en algunas obras de arquitectura, y en algunos paisajes” y confiesa que “no espero que la gente venga aquí y pase de una pieza a otra. No lo organizamos de esa manera, sino de modo que, se esté donde se esté, aunque se cambie de dirección, se siga estando dentro de la circulación de la obra”; en otro momento lo sintetiza de la siguiente forma: “Es imposible saber qué aspecto tienen hasta que caminas entre ellas”.
El título es gamberro, incluso irónico, y puedes pensar que Tallón se ríe del Museo, del escultor, de la trama, del Ministerio y del país entero. Así lo entiende Carlos Pardo que en Babelia dice de Tallón que “ha escrito uno de los más brillantes frescos literarios de la España reciente, una moderna feria de las vanidades donde la política, la institución del arte y la judicatura muestran sus ruindades y torpezas”. Sin embargo, será por lo neófito que soy en la escultura, yo me he quedado en ese plano del libro, y he disfrutado mucho más de las obras de Serra (que he ido googleando a medida que aparecen en el texto) que del libro en sí mismo. Aunque bien visto, quizás también sea mérito de Tallón lograr desaparecer como autor para que brille el texto, la trama y sus personajes. Sea como fuere, es un libro altamente recomendable, ya sea por el fondo o por la forma. Igual que pasa con las obras de Serra, hay que pasearse por los libros de Tallón, leyéndolos irás descubriendo todo un artefacto que marida perfectamente con lo efímero de la lectura, lo permanente de la historia y lo caduco de las páginas; como el acero de Serra se oxida, las páginas de Tallón terminarán degradándose y soltando el olor tan característico del libro viejo. Merece la pena pararse en los libros de Tallón, ya nos pasó con Rewind y volvemos a recomendarlo ahora.
¡Nos vemos en la próxima lectura!
Deja una respuesta