Reseña de Una vida sin fin de Frédéric Beigbeder

Una combinación perfecta entre literatura, ciencia y filosofía

Mi tercera novela de Frédéric Beigbeder se ha hecho esperar demasiado tiempo. Cinco años después de las dos anteriores, Oona y Salinger y El amor dura tres años, os traigo Una vida sin fin, publicado en 2018 y editado por Anagrama en 2020. No entiendo cómo he tardado tanto a un escritor tan amable con el lector, tan divertido y (en este caso) tan divulgativo. Me gusta Beigbeder y no debería dejar pasar tanto tiempo para pasar ratos con sus libros.

Benjamín Prado explica el libro aludiendo a “la búsqueda por ahora quimérica de la inmortalidad” sobre la que Beigbeder “reflexiona con una brillantez hipnótica a partir de la historia de un célebre periodista televisivo al que su hija pregunta angustiada si todos vamos a morir y él, en consecuencia, la va a dejar sola. Su padre le responde que no, y a partir de ese momento, con la obstinación característica de quien trata de cumplir algo que le ha prometido a sus hijos, se dedica a recorrer el mundo en busca de la fórmula de la eternidad”. Esa obstinación es al mismo tiempo divertida y descabellada (quizás no sea posible la una sin la otra). Tiene reflexiones brillantes sobre cuestiones tan filosóficas como la muerte (“Existe un plazo de tiempo entre el fallecimiento y la extinción: las estrellas son la prueba de que es posible seguir brillando después de la muerte”), la existencia eterna (“Tal vez ese sea el secreto de la eternidad: un océano de aburrimiento para ralentizar la existencia”), el miedo a envejecer (“El miedo a la edad es una angustia de la muerte travestida de hedonismo retardado”) o el placer en el sistema capitalista (“El placer en todas sus formas ya está castigado por la ley, mientras que al mismo tiempo la publicidad incita a él. Esta orden paradójica fabrica millones de esquizofrénicos: puede dar las gracias al sistema capitalista”). Todas estas frases ingeniosas están perfectamente vertebradas en una novela con un ritmo trepidante que combina la historia personal de los personajes con las entrevistasque realiza el protagonista de la novela con destacados científicos reales como los profesores George Church, André Choulika, Stylianos Antonarakis (flipas con su Google Scholar, en realidad con el de Church también) o Yossi Buganin entre otros. Me ha faltado la entrevista con mi admirado Carlos López-Otín, casi me dan ganas de presentárselo a Beigbeder y regalarle La trilogía de la vida, los libros en los que uno de los científicos más citados hace un brillante repaso por cuestiones tan científicas y filosóficas como la enfermedad, la longevidad, la felicidad, el envejecimiento o el cáncer, sin perder un ápice de rigor científico pero haciendo gala de la mayor cortesía del maestro: la claridad.

Volviendo al libro, el personaje de Léonore -la pareja del protagonista- es importante para la novela siendo el contrapeso a la deriva de inmortalidad que lo arrastra hasta el absurdo. Léonore le pone frente a sus incongruencias, “suponiendo que lograras vivir trescientos años, ¿qué harías con todo ese tiempo? (…) Quieres vencer a la muerte para desobedecer al destino, no para vivir feliz. Nunca has sabido qué significa la felicidad. No te reprocho nada”. Y el protagonista le dice que en el fondo buscan lo mismo, porque ella es médico, “tu trabajo es vencer a la muerte” y ella le da la estocada final, “mi trabajo es salvar vidas. Yo no combato la muerte, sino la enfermedad. El sufrimiento y la minusvalía son mis enemigos”. Más adelante, en un tono más filosófico ella le reprocha su idealismo infantil de una vida maravillosa que no tenga fin y le espeta “una vida sin fin es una vida sin objetivo (…) si a la vida le quitas la muerte, ya no hay reto alguno. Ya no hay intriga. Demasiado tiempo mata el placer, ¿no has leído a Séneca?

No me ha suscitado ningún pensamiento nuevo, me reafirma en lo que ya creía, pero me lo he pasado realmente bien leyéndolo. Y me ha hecho pensar, me ha recordado cuestiones que tengo muy rumiadas en mi cabeza, pero que se mantienen apartadas en el día a día. Y la literatura también es ese espacio para parar a pensar y disfrutar con la divagación y la ficción que nos haga más llevadera la rutina. Tanto es así que Beigbeder al final de la novela encuentra la receta quimérica de la inmortalidad: la literatura, “estás en disposición de saber que la literatura puede vencer al tiempo” (todo el rato la hemos tenido delante sin darnos cuenta) y deja dos reflexiones muy ingeniosas y divertidas, primero dice que “en lo político soy demócrata, pero en lo religioso soy facha: me simplificaría la vida que me dirigiera una señal intangible” y termina reconociendo que “he creado más belleza con mi esperma que con el trabajo de una vida entera”. En definitva, un libro muy divertido, muy ilustrativo y con gran potencial para generar conversaciones y debates con amigos y lectores. Una vez más, y ya van tres, Beigbeder ha vuelto a regalarme momentos de los que busco cuando empiezo una novela. Si hay alguna posibilidad de vivir más años, quisiera dedicarlos a ver crecer a mis seres queridos y a leer todo lo que seguro que en esta vida no me va a dar tiempo.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

PS. Por cierto, no os perdáis su entrevista en ICON con un titular digno del autor “La mía va a ser una de las últimas generaciones mortales del planeta, lo que resulta un honor, pero también una mierda”.

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