El problema no es la novela, son las expectativas
Huyamos de las novedades editoriales. Es una buena recomendación en la mayoría de los casos. Nos sepultan. Nos abruman. Y suelen ir a hombros de espumosas campañas editoriales que generan unas expectativas que el tiempo demuestra difíciles de sostener. Es lo que le ha pasado, a mi juicio, a Tierras muertas de Núria Bendicho Giró, editado por Anagrama en catalán y por Sajalín en castellano. Considerada como la mejor novela en catalán de 2021 para La Vanguardia, se presentó al premio Llibres Anagrama 2020 y, aunque no ganó, el jurado recomendó su publicación. Hasta aquí no hay fallo. Como intentaré defender en la reseña, la novela se sostiene sola, es buena. El fallo viene después, en las ínfulas editoriales.
Como señala Marta Domínguez de Página Dos, “el nombre de la novela viene de un clásico de la literatura catalana: Terra Baixa (Barcanova/Siruela), de Ángel Guimerà. Este drama rural escrito en 1896 habla de la opresión de una sociedad conservadora, del caciquismo rural y de la lucha entre dos mundos irreconciliables”. La propia autora, en una entrevista para La Vanguardia, reconoce que “el título es un guiño a Guimerà, por la tierra alta y la tierra baja; para mí, todo son tierras muertas. En la novela rindo homenaje a todos los escritores que me han enseñado a escribir”. El libro presenta una situación familiar dramática. Tras una ausencia de tres años, Joan, uno de los vástagos de la familia Capdevila, regresa a casa para encontrar la muerte. Alguien le ha disparado por la espalda en la masía aislada donde vive con sus padres y hermanos, y todo apunta a que el asesino es uno de ellos, “había sido el viento el que gritaba con fuerza cuando la noche anterior un tiro de escopeta nos había despertado a todos. Y los demás gritos disonantes, desesperantes, fueron los que nos condujeron al otro lado del montículo que desde que tenemos memoria preside la entrada del camino que lleva al establo. Allí estaba Joan. Padre y Pere intentaron levantarlo por los hombros, pero sus piernas ya no tenían fuerza. No paraba de gritar. Comprendí que por la boca se le escapaba la vida. Lo cogieron de los brazos y trataron de arrastrarlo. Los gritos no cesaban. Entonces, Pere hizo que se detuviera un instante el cuerpo ardiente de Joan y se puso tras él para cogerlo por los pies y así remolcarlo. Padre reanudó la marcha hacia la masía. María los seguía con la mirada fija en los charcos de sangre que iban dejando atrás”. Poco a poco, a través del coro de voces familiares, descubres que sobre la familia pesa la maldición de la sangre, dos muertes y un terrible secreto, “Cada cual ha de aprender a vivir con sus secretos o morir por ellos, porque no se olvidan nunca. Y ese fue el motivo final de la muerte de Joan, el intento de olvidar la desgracia en lugar de fortalecerse para aceptar que las cosas son como son, que el mundo que siempre había llevado dentro no era el que era ni lo había sido nunca, que el ser humano siempre tiene algo que esconder en su interior porque por algún motivo Dios lo había expulsado de la abundancia y lo había condenado al desierto henchido de maldad”.
Aunque está bien representado el dolor, el destino fatal, las dificultades, etc. (“en estas tierras muertas, Joan era un niño – lo habría continuado siendo pese a que hubiese resistido uno o dos años más – que no había querido despertarse nunca en medio de tanta miseria”) hubiera estado bien, al menos a mi juicio, que la oralidad de la familia rural estuviera presente, no es creíble el léxico utilizado por una familia de “paletos de pueblo” como estos. Y esta debilidad del libro es la que le aleja tanto de Faulkner, al que pretendidamente tanto se quiere acercar la editorial tanto al destacar la crítica de Jordi Puntí (jurado del premio Anagrama) como al redactar la biografía de la autora. Por otro lado, la novela está estructurada en trece monólogos de trece personajes distintos que nos cuentan su propia visión de la historia, la autora se defiende alegando que “la polifonía me permite retratar la distorsión en que viven las mujeres”, sin embargo, si no lees el libro muy seguido, es fácil perder el hilo del árbol genealógico. En definitiva, no es Faulkner, ni por asomo. Estas similitudes tan hiperbólicas de las editoriales me ponen un poco nervioso. Respeten a los grandes escritores universales y no presionen a jóvenes escritores con comparaciones que rozan la falta de respeto a un lado y al otro de la comparación. Bendicho ha escrito una buena novela, se sostiene sola, no es un libro que me vaya a sobrar con el tiempo; sin embargo, la sombra de Faulkner lo va a oscurecer siempre. Flaco favor le han hecho a Tierras muertas los que la han querido situar “a la derecha del padre”. Por dejarlo más claro aun, si no hubieran mentado a Faulkner, quizás hubiera disfrutado más la novela.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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