Una tragedia moderna sobre la mujer del siglo XX
Cada libro tiene una historia detrás y en este caso llego a La bajamar, escrito por Aroa Moreno Durán y editado por Random House, porque se celebra su presentación en mi librería de referencia, Letras Corsarias. Decido que iré, pero con el libro leído. Lo compro días antes y no me da tiempo a terminarlo, me quedo a falta de unos pocos capítulos para terminarlo. Aun así, decido ir para conocer a la autora y compartir las sensaciones que me estaba dejando. Fue una tarde agradable y enriquecedora, como todas las que paso en esa librería.
La bajamar se abre con una escena trágica, “No les enseñaban a nadar. A pesar de vivir en la ría. El agua estaba muy fría porque era noviembre. El agua estaba negra. Los peces arañaban calor de la superficie. Cuando el niño se cansó de mover los brazos y se hundió, ya nadie pudo ver más. (…) Una pescadora, acercándose a la ría, gritó que nadie se tirara. Ya que nadie se tire o serán dos los cuerpos. Y nadie se tiró”. El relato transcurre en Pasaia, aunque en la novela no se ubica en ningún momento. Las protagonistas son tres mujeres con una vida complicada que se encuentran en la casa familiar. Las tres son hijas y madres a la vez. La abuela es Ruth, de noventa años, que se acuerda de lo antiguo, pero pierde la memoria reciente. La hija, Adriana, tuvo que crecer en los años de plomo de Euskadi. La nieta, Adirane, vuelve al pueblo esquivando su complicada situación sentimental. Cada una está tratada en una voz diferente. Aroa Moreno reconoce que su favorita es Adriana, la trató con mimo por ser la generación de su madre, una generación con muchos frentes abiertos: empezaron a trabajar, pelearon contra el machismo, disputaron muchos espacios… Es un personaje más complejo y por eso le dio esa profundidad que no tienen el resto. Adriana renuncia a su pareja y a la parte ideológica y política por cuidar a su hija. ¿A cuántas cosas renunciaron esta generación de mujeres? Adriana está escrita en primera persona para llegar más adentro. Adirane, por su parte, escrita en tercera persona -aunque conocemos sus pensamientos-, maneja un catálogo de emociones casi contradictorias, no le sabe poner nombre a como se siente, pero el lector identifica la ansiedad que sufre; una ansiedad fruto de la anticipación de que algo le va a pasar a ella o a la niña, lo que le lleva a alejarse de su hija para ponerla a salvo de su amargura. La autora llega a afirmar que “tenía que haberla alejado más aun, pero como escritora no era capaz, me costaba entenderla”.
La novela, con un lenguaje bello y lírico que apetece paladear, aborda magistralmente la dureza de la separación, de meter a tus hijas en un barco para alejarlas de la guerra. Te sitúa perfectamente en esa dureza, si a mí me cuesta dejar a mi hijo con mi madre unas horas, no quiero ni pensar lo que tiene que ser la maternidad en tiempos de guerra o posguerra. La angustia, la dureza, la impotencia, la frustración y, sobre todo eso, la incomprensión de la hija. Una hija que no entiende lo que subyace a todas esas carencias y disgustos. Una incomprensión que está muy tratada en la novela, especialmente entre Adriana y Aridane, a través de silencios, silencios para evitar preguntas por miedo a las respuestas. Y si creías que con esto tenías suficiente, llega el cierre de la novela y se te parte el corazón, se te rasga, como si la autora te atacara por la espalda y te abrasara con los últimos párrafos. El cierre es emocionante, tristísimo y muy necesario. Te deja en silencio. Cierras la novela en shock, pero con la sensación de haber leído un libro que no olvidarás.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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