Una magistral novela negra donde lo menos importante es descubrir quién es el asesino
Voy sucumbiendo irremediablemente ante la evidencia de que leer siendo padre primerizo es jodido. Tengo muchos ratitos para leer, pero no puedo disponer de dos o tres horas seguidas dentro del libro, sino que son segmentos de diez, quince o veinte minutos… no más. Esto dificulta la lectura de obras complejas y esto fue precisamente lo que me llevó a elegir una novela negra. Me decanté por la obra de David Peace porque me encantó GB84 sin recordar que el estilo de este británico es denso y a veces exigente para el lector. Aun así, me alegro de haber leído Tokio Redux, la tercera parte de la Trilogía de Tokio compuesta por Tokio, año cero y Ciudad ocupada, también editadas por los asturianos Hoja de Lata. Es un librazo y voy a intentar defenderlo en esta reseña.
Tokio Redux narra la historial real de la desaparición del presidente de los ferrocarriles japoneses, Sadanori Shimoyama, el 5 de julio de 1949, cuyo cadáver apareció destrozado por el paso de un tren sobre su cuerpo, entre los raíles de una línea ferroviaria cercana a Tokio. La narración da voz a cuatro protagonistas que, en diversos momentos temporales (1949, 1964 y 1988), nos hablarán de su experiencia y conocimiento de las circunstancias que se dieron alrededor de esta muerte violenta, que trastornó tanto al país nipón, que se ha llegado a comparar con la del presidente John Fitzgerald Kennedy entre la población norteamericana. Peace elabora una narración a tres tiempos a través la cual realizamos un recorrido sentimental por algunas de las etapas más críticas de la historia de Japón cuyas heridas no han terminado de cerrarse del todo y que tienen como telón de fondo la derrota en la II Guerra Mundial y la ocupación americana en la isla. La pregunta que se hacen los investigadores—aún no resuelta—, es si el presidente Sadanori Shimoyama, se suicidó o fue ejecutado, y en esta línea, quién fue su asesino. Las circunstancias del presidente eran muy duras. En el momento de su muerte tenía que despedir a más de cien mil trabajadores de los ferrocarriles, pues se acaban las subvenciones norteamericanas. Para un hombre tan apegado al mundo de los trenes, esta es una decisión dramática. Esto, unido a otras situaciones sociales convulsas, en las que la llegada de los últimos japoneses, que estaban prisioneros en la URSS no es la menor, hacen que la opinión pública esté especialmente sensibilizada. Así que hay muchos interesados tanto en fingir la muerte como el suicidio para arrastrar a la opinión pública a sus intereses económicos (comunismo -China, URSS- vs capitalismo-EEUU-), políticos (dictadura o “democracia”), sociales (cultura yanqui vs tradiciones niponas), etc.
A lo largo de los tres momentos históricos que componen la narración se conjugan magistralmente los acontecimientos de la época con la trama del presidente de los ferrocarriles, al tiempo que van apareciendo un complejo elenco de personajes (algunos arrastrados de otras novelas de la trilogía) que están cargados de incoherencias, problemas, condicionantes, toda esa pesada cadena con la que Peace traza sus personajes y que tanto realismo le conceden. También brilla el sentido que Peace le da a la novela, la importancia del paso del tiempo, la prescindible respuesta de quién es el asesino o las razones que están detrás de los personajes para comportarse como lo hacen. Los críticos han hecho hincapié en que Tokio Redux es la más accesible de las novelas de la trilogía. Juan Carlos Galindo en El País sostiene que “estamos ante un libro cuyo uso del lenguaje está medido tan al milímetro que incluso a través de una traducción podemos apreciar la musicalidad del texto. Quizás su obra más brillante y, a su vez, una magnífica puerta de entrada al universo narrativo de Peace. Con Tokio Redux el autor de Yorkshire se consagra como uno de los mejores escritores contemporáneos” y, por su parte, Maite Cruz en El Periódico defiende que el estilo de Peace en este libro a diferencia de los dos anteriores de la trilogía “está mucho más depurado y resulta menos obsesivo. Páginas de diálogos impecables sin una sola acotación, alternancia entre tercera y segunda persona y, por encima de todo, un empleo del lenguaje riguroso y milimétrico. Las reiteraciones se convierten en estribillos aportando una musicalidad al texto que sobrecoge”. Seguiré la pista de David Peace, pero creo que puedo vivir sin Tokio, año cero y Ciudad ocupada, que, si tan difíciles son de leer, no me entran en mi situación actual. Sin embargo, a Hoja de Lata siempre hay que volver y ya tengo preparadas mis próximas lecturas de una editorial que nunca me defrauda.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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