Reseña de Un amor de Sara Mesa

Mansedumbre ante un yugo social que asfixia al lector

Hoy os traigo uno de esos libros perfectos para estas navidades y para regalar a todo el mundo. Es uno de los libros que regalé con el reto #distancialectora hace unos meses a propósito del COVID19 y la lectura como actividad segura en tiempos de pandemia. Ya hemos reseñado en este blog otros libros de Sara Mesa como Cicatriz o Cara de pan. Ahora le toca a Un amor. Os adelanto que, como en los casos anteriores, este es un buen libro.

En Un amor, Sara Mesa nos traslada a La Escapa un pueblo rural que sirve de escondite a Nat, la protagonista de esta historia. Nat es una traductora en crisis que tuvo que huir de su trabajo por robar (no sabremos nunca qué robó). En el pueblo, Nat tendrá que aprender a lidiar con unos códigos sociales diferentes, a menudo machistas y retrógrados, siempre indescifrables y perturbadores para ella. Los habitantes del pueblo la desquician con sus formas, la acosan y se burlan de ella continuamente. Pero en este ambiente febril y asfixiante la autora nos propone un giro interpretativo inesperado. Sara Mesa se muestra empática con ellos, con los maltratadores, con los acosadores, con los obtusos del pueblo, y les considera seres humanos más vulnerables que Nat y la propia Nat acepta esa humillación porque se considera más fuerte. Como señala Carlos Pardo en Babelia, “esto es fundamental para sugerir el logro que supone Un amor, Mesa no sólo explora la oscura y desviada voluntad de una víctima individual, su confianza en un equilibrio restaurador, sino que lleva estas implicaciones a un plano político: la fundación de lo social”.

El título del libro se debe a la trama principal, una relación de amor entre dos personajes. En un momento surrealista de la novela, Nat comienza una relación con uno de los habitantes, Andreas. Una relación que si bien nace de la ponzoña parece que se consolida en unos códigos personales implícitos entre ellos. Sin embargo, Nat empieza a demandar cierta correspondencia, atención, mimos, algo a lo que Andreas no parece dispuesto a conceder, “¿No le bastan los hechos?, le dice. ¿Los hechos por sí mismos? ¿Por qué necesita interpretarlo todo? ¿Adónde pretende llegar?” y esto lleva a Nat a replantearse la relación y aceptar que “quizá es mejor no penetrar en el misterio, no tratar de entenderlo, para evitar que se corrompa. El malestar de la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción”. Sin embargo, el proceso de desengaño es imparable y, si bien al principio se sintió seducida por sus debilidades (“lo que la llevó a aceptar el trato de las tejas fue una visión de Andreas que ahora se difumina por completo. Le atrajo la imagen que ella se había construido de él –o quizá la que él mismo quiso dar–: un hombre de campo, sin posibilidades de cambio (…) un hombre que había perdido la capacidad de seducir (…) un hombre que posiblemente nunca salía de allí o, si lo hacía, era solo para acarrear cajas de verduras que él mismo cultivaba. Un hombre tosco, sin cultura, que vivía en el campo desde niño adaptándose instintivamente a cualquier territorio como un perro abandonado…”) ahora es consciente del sinsentido que suponía, “su relación con Andreas ha estado emponzoñada desde el principio. Fue la manera de empezar, esa que justamente la cautivó, la que se ha dado la vuelta mostrando sus costuras repugnantes. No es que antes fuese inocente y pura, pero al menos había partes –partes maliciosas, desconfiadas– que estaban dormidas. Ahora se han despertado. El daño crece, se ramifica dentro de ella”. Y es que Andreas es un personaje egoísta y envuelto en misterios insoslayables para Nat, un hombre maduro, solitario y uraño, con el que Nat se sentía diferente, “frente a Andreas, Nat había llegado a creerse poderosa. Era placentero pensar que a él –doce años mayor– lo seducía su juventud. Eso la elevaba a ella, aumentaba su valor de mercado. Pero ha habido, otra vez, un error de cálculo”. Y es que la seducción al adulto a veces está envuelta en unas ilusiones que ya no anidan en las mentes maduras, o eso parece que nos dice la autora.

La novela tiene algunos aciertos que merece la pena destacar. Por una parte, no resuelve todos los enigmas, pero no hace falta, porque la vida de los personajes está cargada de enigmas y códigos desconocidos como normalmente ocurre en los ambientes rurales. Por otra parte, los personajes de Mesa suelen ser incómodos, ya nos pasó con Cara de pan o con la durísima Cicatriz (quizás por el momento en el que la empecé y tuve que retomar casi un año después). Por último, como ya han señalado críticos y expertos en la materia, en los textos de Mesa se vislumbran ecos de Coetzee como la indefinición de los marcos y los contextos o las disyuntivas morales a las que enfrenta a los personajes (y a los lectores). Son estos tres rasgos los que deben animarte a leer este libro. La trama es lo de menos, es solo una excusa para plantear debates y dilemas morales tanto a los personajes como a los lectores. Y esta es una habilidad poco frecuente que Mesa controla con virtuosismo. Sus libros son fáciles de leer, pero difíciles de abandonar, en pocas páginas genera ambientes densos y sensaciones incómodas que te perseguirán unos días tras su lectura y cada vez que lo saques de la estantería. Por eso hay que leer a Sara Mesa.

¡Nos vemos en la próxima reseña!  

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