Una lección en el borde del abismo
La literatura japonesa me atrapa. No he profundizado mucho, pero lo que he leído me ha parecido todo bueno. Me estrené con Kenzaburo Oé en su libro Arrancad las semillas, fusilad a los niños y creo que tras Una cuestión personal vendrán otros: La presa, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura o El grito silencioso. Oé recibió en 1994 el Premio Nobel y desde entonces seguro que su apellido suena con más fuerza a grito de alabanza. El reconocimiento del Nobel es indudable, pero pocos premiados siguen siendo leídos tras 25 años del Nobel. Es difícil sobrevivir a los premios y al tiempo. Kenzaburo Oé no deja de estar de actualidad. Además, es una pena, pero últimamente me he visto cercado por realidades parecidas a las que figuran en esta historia de Una cuestión personal y creo que el libro me ha dejado más huella de la cuenta.
Bird es un joven profesor de inglés que vive atrapado en su rutina y sus convenciones sociales. Él sueña con escapar y perderse por África, dejar toda su vida, sus clases de inglés, su vida en pareja, su familia, sus amigos… y huir. Pero su esposa acaba de dar a luz a un bebé con malformaciones, condenado a una muerte inminente o, en el mejor de los casos, a una vida vegetal, “mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que no conozco, y ha llegado con la cabeza vendada. Tendré que enterrarlo como a un soldado muerto en combate”. El egoísmo enfermizo de Bird le impide aceptar a su hijo y no está dispuesto a renunciar a sus sueños y a sus comodidades por atender a una persona dependiente, “de pronto sintió crecer en su interior una pregunta de extrema bajeza, una especie de neblina negra que había nacido cuando se enteró de que el bebé seguía vivo: ¿Qué significaría para nosotros, mi esposa y yo, pasar el resto de nuestras vidas prisioneros de un ser casi vegetal, de un bebé monstruoso? Tengo que… librarme de él. Además, ¿qué ocurriría con mi viaje a África? En un impulso de autodefensa, como si el bebé estuviera atacándole desde la incubadora, Bird se preparó para la batalla. Al mismo tiempo se ruborizó y comenzó a sudar, avergonzado de sí mismo”. Durísimo. Bird planea matar a su hijo si el pequeño no muere antes. Con esta situación indeseable para tu peor enemigo, Bird tiene que seguir adelante. Y no puede. Vuelve a beber, a pasar las noches en las calles, a acostarse con una antigua amiga en la que encuentra consuelo, en definitiva, Bird se autodestruye sin remedio. Su mujer sigue ingresada y la mantienen al margen de toda furia devastadora para Bird, y Bird intenta mantener las formas cuando está con ella, pero… ella le conoce: “Si volvieras a beber acabarías no sirviendo para nada, Bird. Y ahora nuestro bebé te necesita. (…) Realmente espero que estés bien, Bird. A veces pienso que en cada ocasión crucial que se presente, tú estarás borracho o dominado por algún sueño fantástico, y que te irás flotando por el cielo como un pájaro”. Su espiral autodestructiva está muy bien abordada por Oé, el diálogo interior del protagonista y las conversaciones con su amante, Himiko, le permiten al autor profundizar en las dudas que nublan la mente de Bird, “si mi esposa ha tenido un bebé anormal, no es culpa nuestra. Solo ha sido un accidente. Y yo no soy tan malvado como para estrangularlo ni tan bueno comok para remover cielo y tierra en pos de que viva. Lo único a mi alcance es dejarlo en un hospital universitario, donde morirá de forma natural. Si cuando todo haya terminado me siento como una rata de alcantarilla, pues bien, así será”. Nadie puede ayudar a Bird, tiene que resolver esto de forma autónoma y madura, tiene que tomar decisiones íntimas, decidir qué quiere hacer con su vida, “es una cuestión personal. Cuando estás solo dentro de una cueva privada, al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne a ti y a todo el mundo”. Bird es un adulto mimado, alguien que no ha tenido que enfrentarse a los problemas, siempre ha huido de ellos o los ha pospuesto, pero esta situación le hará madurar, “intenté zafarme varias veces de los problemas. Y casi lo logro. Pero parecía que la realidad lo obligara a uno a vivir adecuadamente cuando se es parte del mundo real. Quiero decir que, aunque uno intente permanecer en la red del engaño, al final descubre que la única alternativa es salirse de ella”. Los problemas se afrontan, no vale regocijarse en la miseria como los gorrinos en el barro. La historia tiene un final precioso. Oé nos recuerda que la perseverancia es el secreto de la vida; y yo añadiría, del éxito.
Un librazo. Genial. Al principio se hace duro, cuesta arriba, la historia es atroz, joder. Oé mantiene la sensación de ahogo, de locura, de desbordamiento. Una cuestión personal es un grito sordo, el hundimiento de una persona que veía su vida encarrilada, sencilla, y como una ilusión se convierte en la mayor decepción. El lector se ahoga con Bird, bebes de su locura. No es posible situarse enfrente de él y zarandearle hasta que se dé cuenta. No hay moralina que valga. Nadie puede opinar sobre una situación así. Solo queda apoyar e intentar que los implicados no acaben dentro de un pozo emocional, oscuro, frío, lúgubre (como el museo) y sin salida. Y Oé es al mismo tiempo la cuerda que los sacará, la “tira” que dirían los mineros. Porque Oé nos sacará y tras la última página no seremos la misma persona que empezó el libro. Por eso tenéis que leer Una cuestión personal, porque enseña, curte y marca en el alma.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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