Un libro sobre los referentes lectores de una de las mentes más brillantes de la Historia.
Es este uno de esos libros que se leen más como curiosidad que como entretenimiento literario con tramas y desenlaces. Nórdica libros nos regala fragmentos de la obra de Michel de Montaigne en los que se refiere a sus lecturas de cabecera y sus gustos literarios.
En las escasas setenta páginas de este libro, Montaigne reflexiona sobre cómo selecciona sus libros («solo busco en los libros el gusto que me proporcione un honrado entretenimiento; o, si estudio, solo busco la ciencia que trate del conocimiento de mí mismo y que me instruya en un bien morir y un bien vivir» o «suelo requerir los libros que utilizan los saberes, no los que los instituyen«) o cuáles eran sus manías lectoras («si tal libro me resulta enojoso, tomo otro y no me dedico a aquel más que en las horas que empieza a adueñarse de mí el hastío de no hacer nada«). También tiene tiempo para referirse a los libros de Historia y afirmar que «las únicas obras de Historia buenas son las que escribieron quienes estaban al frente de los acontecimientos o participaban en dirigirlos o, al menos, quienes tuvieron la oportunidad de hacer otro tanto con otros semejantes«, algo con lo que yo no estoy de acuerdo, pero que quizás en el siglo XVI tuviera sentido afirmarlo. Me ha gustado encontrar en Montaigne a alguien que relee libros porque su memoria ya los había borrado, «para remediar un tanto las traiciones de mi memoria y sus fallos, tan excesivos que más de una vez he vuelto a abrir libros como si fueran nuevos y no supiera nada de ellos, aunque los hubiese leído con gran atención unos años antes y hubiera garabateado en ellos mis anotaciones«, y algo incluso más revelador para mí, «he adquirido la costumbre desde hace algún tiempo de añadir al final de cada libro la fecha en que acabé de leerlo y la opinión que, por encima, me mereció«, pues algo adaptado al siglo XXI es lo que pretendo yo con este blog.
Mención aparte merecen sus autores de referencia. Montaigne (1533 – 1592) leía a poetas como Virgilio, Lucrecio, Catulo y Horacio. Tiene a Plutarco y a Séneca como esos pensadores con los que aprende «a ordenar mis opiniones y mis circunstancias» pues transmiten «la flor y nata de la filosofía presentada de forma sencilla y pertinente. Plutarco es más uniforme y constante; Séneca, más zigzagueante y variado...» mientras que de Cicerón reconoce «sin empacho, su forma de escribir me resulta aburrida y también cuanto en él hallamos«.
Me resulta muy curioso ver cómo la mayoría de los autores de referencia de uno de los mayores (y mejores) pensadores de la Historia ya no se leen ni apenas se conoce. La mayoría de la gente (siento la imprecisión pero así lo creo) puede tener alguna referencia de Séneca o de Cicerón por el cine y la cultura, pero desconocen su obra; y, por supuesto, no saben nada de Virgilio o Plutarco. Es una pena que estos autores sean desconocidos hoy en día. O quizás no. Quizás tengamos asumidas sus reflexiones en nuestra cultura. Pero creo que les hemos perdido. No tenemos sus referencias y de ahí parte de la deriva intelectual del mundo. La falta de referentes intelectuales. Algo que sí tuvo Montaigne, y es que para pensar bien hay que leer. Para formarse una opinión, para desarrollar una reflexión interesante, hay que tener mucho leído y rumiado.
Ojalá más Montaigne (sí, tengo pendientes sus ensayos y debería tenerlos en mi mesilla de noche para, de vez en cuando, recurrir a ellos). Ojalá más libros. Ojalá más filósofos e historiadores. Ojalá más libros que nos hagan pensar y que nos ayuden a pensar. De momento, agradezcamos a Nórdica esta selección de textos de Montaigne. Leedlo si tenéis oportunidad. No os defraudará.
¡Nos vemos en la próxima reseña!