Reseña de El idealista de Viet Thanh Nguyen

Mantiene el nivel de la primera y mejora en el tratamiento de las contradicciones del protagonista

Tengo un problema con las trilogías -tetralogías, pentalogías y demás parientes también- y es que no tengo claro si debo esperar a que terminen de publicarse todas para ponerme con ellas. Si lo hago la espera puede ser agotadora, si no lo hago me quedo con las ganas de más. Sea como fuere, el tiempo trascurrido entre una novela y otra no debería ser excesivo (George R.R. Martin te la tengo jurada). Ese ha sido el caso de El idealista, escrito por Viet Thanh Nguyen, y editado por Seix Barral. ¡Han pasado 5 años desde su predecesora! ¡y todavía falta la tercera parte! El idealista es la secuela de El simpatizante, reseñada en este blog en 2017, novela ganadora del Premio Pulitzer en 2016 que será llevada a la televisión a través de una serie protagonizada por Robert Downey Jr. (Sherlock Holmes y Iron man) y dirigida por Park Chan-Wook (surcoreano reconocido por películas como Thirst o La doncella).

En El idealista, nuestro protagonista llega a París huyendo de su estancia en EEUU (donde termina El simpatizante) y se instala en la casa de una antigua camarada comunista. Su precaria situación económica al llegar a la capital gala en 1982 le aboca al menudeo de drogas entre los grupos intelectuales progresistas del París socialista del recientemente aclamado Miterrand. Nuestro protagonista sigue sin nombre. Esta decisión del autor se justifica por el origen bastardo del protagonista y para despersonificar la historia, pues donde realmente brilla Viet Thanh Nguyen es en las disquisiciones filosóficas que acompañan a la condición de inmigrante del protagonista. Es esa condición la que debe prevalecer en la novela y personificar podría decantar la lectura del libro hacia un caso particular, lejos de la intención del autor. Dicho esto, me sobran páginas de razonamiento sobre la condición de inmigrante, tanta charlatanería patriótica es agotadora. Sin embargo, hay otras reflexiones que me parecen muy oportunas. Por ejemplo, las permanentes contradicciones con las que convivimos las personas (“¡Ah, la contradicción! ¡Ese perpetuo olor corporal de la humanidad!”) y que en su caso son muy marcadas, “en realidad era un espía comunista que trabajaba infiltrado entre los reaccionarios, pero lo acabaron mandando a reeducación por ser quizá demasiado entusiasta a la hora de fingir que era un aliado americano amante del capitalismo”. Este acercamiento al capitalismo será lo que le carcoma por dentro durante toda la novela. Dedicarse al menudeo de drogas y tener acceso a ciertos ambientes de postín y a ciertas comodidades le lleva a plantearse continuamente su situación con respecto a su ideología, “me estaba convirtiendo en un capitalista, lo cual era un signo de inmoralidad, sobre todo porque el capitalista, a diferencia del vendedor de droga, nunca reconoce su inmoralidad, o por lo menos no la admite (…) El capitalista es un criminal legalizado que tiene en su punto de mira a miles de personas, o millones incluso, y que no se avergüenza de su saqueo”. Este tipo de reflexiones son el cenit de la novela, es donde brilla. Hacia el principio de la novela (en torno a la página 90) hay un speech de un personaje, el doctor maoísta, que no tiene desperdicio sobre el comunismo, el capitalismo, las revoluciones y los aparatos represivos/ideológicos de los estados. Estas disquisiciones se mantienen hasta el final de la novela donde, junto con un final inesperado, el autor despliega toda una declaración de intenciones que, para mí, deja la novela en lo más alto con una argumentación final muy interesante sobre las revoluciones (“La revolución siempre es un acto de locura, porque no es una revolución a menos que esté comprometida con lo imposible”) y la condición de ricos y pobres, “un día esos don nadies del mundo que no tienen nada que perder por fin se cansarán de no tener lo bastante y se darán cuenta de que tienen más en común con los don nadies del otro lado del mundo, o simplemente del otro lado de la frontera más cercana, que con los que sí son alguien en su propia tierra, a quienes les traen sin cuidado, y cuando esos don nadies que no tienen nada por fin se unan, se levanten, salgan a las calles y reclamen sus voces y su poder, lo único que deberán hacer quienes sí son alguien y tienen algo es nada, conscientes de que su Aparato Ideológico del Estado no podrá parar a toda esa gente, porque pese a todo su poder, su Aparato Represivo del Estado no los puede matar a todos, ¿verdad que no?”.

El idealista es un buen thriller, al que le sobran algunas páginas sobre la condición de inmigrante (que además el autor ya ha tratado en otras novelas) pero muy entretenida y cargada de sentido e intención para mostrar las contradicciones propias del ser humano y las del ser humano con respecto a los demás a través de situaciones y conflictos surgidos al amparo del capitalismo, la supervivencia o las ideologías. Una novela muy entretenida que no te debes perder, a riesgo de terminar mordiéndote las uñas esperando el desenlace en una tercera entrega que aun no está escrita y que esperemos no tarde en salir otros cinco años…

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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