Una invitación a la cotidianidad y el cuidado mutuo. Una lectura fundamental en los tiempos que vivimos
Es conveniente ser omnívoros en la lectura. Leer lo que nos gusta y lo que no sabemos si nos gusta. Atrevernos con autores desconocidos y con opuestos ideológicos de los que quizá podamos aprender algo. Es lícito evitar ciertos autores y tendencias, pero hay que ser lo suficientemente inteligente como para aceptar que la verdad no es un círculo de tiza en el que solo quepa mi visión del mundo. Así me he atrevido con La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de proximidad de Josep María Esquirol, editado por Acantilado, y galardonado con el Premio Nacional de Ensayo 2016.
La resistencia íntima es un vibrante texto contra la posesión material, la rapidez, la fugacidad y el neoliberalismo salvaje que nos marca continuamente objetivos, metas y tiempos, una competencia permanente y nada provechosa intelectualmente. La tesis de Esquirol se fundamenta en la idea de resistencia, “la resistencia íntima se parece a la eléctrica en que, paradójicamente, al resistir el paso de la corriente, da luz y calor a los que están cerca; una luz que ilumina el propio camino y que sirve de candil para los demás, guiando sin deslumbrar. No una luz que revela los valores supremos en el cielo de la verdad, ni el sentido oculto del mundo, sino una luz de camino, que protegiéndonos de la dura noche nos alumbra, nos hace asequibles las cosas cercanas y nos conforta (…) una filosofía de la proximidad cuyo opuesto no es la lejanía, sino la abstracción desconectada de la vida”.
La obra hace un llamamiento a admirar lo simple y llano, lo cotidiano, una reivindicación del comer juntos, la proximidad, la intimidad, la familia, un regreso a casa…con todo lo que ello supone, “Pascal se da cuenta de que en la soledad el hombre se enfrenta a su propia nada y, para apartar este espejo, busca continuamente divertirse y estar ocupado. Pero la huida, y sobre todo la huida permanente, no puede acabar bien: “toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación”. Estar en la habitación o, lo que viene ser lo mismo y que también menciona Pascal, “quedarse en casa por placer”. Cuando se es capaz de hacerlo, disminuye la necesidad de divertirse, y más todavía la de ganar o dominar”. La idea de casa es importante en el autor y es una de las que más me han hecho pensar, la resistencia como recogimiento y amparo ante las disoluciones: ““La casa centra el mundo y el hogar centra la casa. El hogar es el fuego de una casa, centro que calienta (…) calentarse y conversar. Este centro, no geométrico sino existencial, reúne y orienta”. Esquirol se hace algunas preguntas importantes como ¿cuál es la mejor manera de vivir? Y propone cierta cotidianidad, “una cierta plenitud de la vida corriente está al alcance de mucha gente y va en dirección opuesta a la lógica de la propiedad, del poder o de la fama (…) La ética de la vida corriente no lo es de la apariencia, mientras que el poder, la riqueza y la gloria se cifran a menudo en la apariencia (…) La lógica del cuidado del alma es democrática; está al alcance de todos”.
Casa y cotidianidad maridan bien con reflexión (“la vida más explícitamente reflexiva, en lugar de verse como un ir más allá, más lejos, puede entenderse como un intento de volver a la proximidad”) y cuidado (“el cuidado por el otro es inherente a la resistencia (…) médico, enfermero, cooperante…, son formas del mismo gesto de resistencia ante las fuerzas entrópicas que atacan y asedian la vida humana”). A través de esta y otras preguntas, Esquirol nos invita a pensar, “pensar es una experiencia porque no deja las cosas como estaban. El pensar sitúa en un camino de transformación personal: no solo al final, sino ya a medio camino, no se es quien se era. Pensar es reflexionar: volverse hacia sí mismo y hacia la originalidad de la vida, que resulta ser, al mismo tiempo, una transformación, una conversación (…) La experiencia transforma, individual y colectivamente (…) Y así, la filosofía es cuidado del alma: porque el ejercicio del pensamiento transforma”. Otras dos ideas muy interesantes son las que se refieren a la libertad y a la actualidad. Esquirol relaciona la libertad con la regulación (“la libertad es, a la vez, una condición y una aspiración”. “La libertad humana ha de concebirse desde esta situación: los propios límites de la condición son la condición humana misma y lo que nos abre el horizonte de lo posible (…) vista así, la dimensión social no es ni obstáculo ni límite de mi libertad, sino su condición”). Además, hacia el final del libro el autor se detiene en la idea de la imperiosa necesidad de hacer frente a la actualidad (“la fuerza imperiosa de la actualidad nunca podrá anular la resistencia de la inactualidad. Por eso la resistencia le resulta tan perturbadora al poder establecido. Lo inactual es lateral, pero no retrocede fácilmente”. Es cierto que esta resistencia íntima solo la puede ejercer quien se quiera situar fuera del sistema o quien tenga tiempo libre para ello, porque quien tiene que luchar cada día por el reconocimiento de sus derechos no se puede situar en la inactualidad. Y esto me lleva al apartado crítico.
Son muchas las críticas vertidas contra el autor, algunas de mayor o menor valor intelectual. Aquí me gustaría destacar una que vertió Enric Vila, “Igual que La Ventana discreta de Antoni Puigverd o El largo proceso de Jordi Amat, La resistencia íntima es un libro evasivo y opiáceo, ideal para la gente que quiere seguir viviendo dormida, aunque sea entre libros, o recluida en una intimidad de pareja resentida o de hombre que se escapa con los amigos a la primera oportunidad. Poner énfasis en las ascuas del hogar, en la profundidad de la vida cotidiana o en la esencia curativa del lenguaje no tiene nada de derrotista”. Yo tengo otra menos visceral y tiene que ver con el uso de un marco reflexivo en el que no me siento cómodo. El uso reiterado de términos como ruego, plegaria, perdón, herida, culpa, trascendencia, alude a una respuesta religiosa a las preguntas filosóficas con la que no puedo por menos que discrepar. Sin embargo, le reconozco a Esquirol la generosidad de proporcionar calma, aquella que surge del silencio, un silencio cargado de reflexiones íntimas, al calor del hogar y en una conversación con uno mismo a la que todos tendríamos que asistir, “lo contrario de la palabra no es el silencio, sino la violencia (…) En todas las cimas hay calma, decía Goethe, y toda calma es ya una cima, podríamos añadir”. Lean este libro y dedíquense un tiempo a pensarse en el mundo. Esquirol tiene razón; debemos alejarnos del ruido, el exhibicionismo virtual, el materialismo, el consumismo y la insatisfacción perpetua. Y seguramente haya otros caminos, pero el de la resistencia íntima puede ser agradable de transitar. Nos vemos en el camino, y quizá nos encontremos con los personajes de Beckett esperando a Godot.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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