Una brillante crónica convertida en reflexión sobre el rol del arte en las revoluciones
Es posible que no me hubiera acercado a esta crónica política y social sobre Cuba si no hubiera visitado antes la isla. Y ahora La Habana en un espejo, escrito por Alma Guillermoprieto y editado por Random House, se convertirá en una de mis recomendaciones básicas antes de viajar a Cuba y, desde ahora mismo, lo incluyo en la lista de Libros para leer antes de viajar a Cuba que inicié en diciembre de 2019 antes de mi viaje.
La Habana en un espejo es la crónica de la autora de su estancia en la isla a la que acude para impartir clases de danza. Alma era una bailarina formada en las mejores escuelas de danza moderna de Nueva York y allí la recluta la directora de la Escuela Nacional de Danza de Cuba para que se instale en la isla y forme parte del plantel de profesores. Junto a este cambio de ciudad, la autora vive una sacudida de conciencia política y social fruto de su estancia en la isla y de las conversaciones en las que allí participa exponiendo sus contradicciones y haciendo muchas preguntas para las que, inteligentemente, no tiene respuestas previas. Las partes referentes a la danza a mí me resultaron un tanto tediosas, pero el libro brilla en otros puntos, especialmente en los que se refieren a esa sacudida axiológica que sufre la autora.
Pronto, Alma consigue desquitarse de la mística revolucionaria que tamiza todo en la isla cuando, en una conversación con mandos intermedios de la escuela de danza, le reconocen que “lo que ha habido aquí no ha sido una gran insurrección marxista – leninista, te lo aseguro, sino una gran insurrección nacional en contra de la dominación de los yanquis”. Cuba por oposición de Estados Unidos es un argumento muy utilizado, pero hay que desconocer la historia de Cuba para no estar de acuerdo con esta afirmación. El libro es de 2005, Fidel vivía. La última página es un acierto a lo que significa hoy Cuba, y lo que sigue siendo Fidel para la isla y para el mundo: un referente de lo que pudo ser, ojalá fuera y no será, “En Cuba, poco queda de la Revolución que conocí (…) Fidel se mantuvo siempre hostil a aquellos derechos ciudadanos e individuales que hasta sus simpatizantes más fervientes exigen ya, y a cambio no logró siquiera su propio sueño; una vida digna e igualdad social para todos los cubanos. El apuesto comandante en jefe envejece ante los ojos del mundo. Y hoy lo que se siente es justamente una nostalgia de aquellos años duros, cuando la vida era a veces insoportablemente difícil, y tenía significado”. Sigue su lectura de la actualidad lamentándose de que “de la Cuba de Fidel le heredará al futuro su estatus actual de curiosidad turística. La Revolución que iba a ser la vanguardia de la historia es admirada hoy como reliquia suspendida en el tiempo por visitantes que vienen huyendo de un mundo excesiva y horrorosamente moderno”.
Esta nostalgia de los años sesenta baña la crónica de Guillermoprieto. El choque inicial tuvo que ser fuerte, de Nueva York a la Habana hay muchos más kilómetros político-sociales que geográficos, “En La Habana me acababan de hacer el primer examen médico completo de mi vida, y la radiografía, los análisis y los tres días de hospital no me iban a costar nada. O, más bien, me acababan de aclarar que se me estaba ofreciendo este cuidado a cambio de una cierta conducta, de una postura ante el mundo que presuponía valor y compromiso con la sociedad (…) nunca se me había ocurrido que yo tenía la obligación moral de protestar contra una injusticia. Jamás imaginé que yo pertenecía a una comunidad más amplia que la de mis amigos y compañeros en la danza”.
El eje vertebrador de la crónica, aun bañada por la nostalgia, son las interesantes reflexiones sobre el rol del intelectual, el artista y el arte en general, en la Revolución Cubana (exportable a otras afines). Os traigo tres ejemplos que, por otra parte, quiero tener a mano cuando quiera recurrir a este libro.
En primer lugar, el nulo reconocimiento al trabajo del artista, “la Revolución hace bien en desconfiar de ustedes, porque [la mayoría de] los artistas son siempre esclavos de su propia subjetividad. Tú le das mucha importancia a tus percepciones, que no son más que el reflejo de tu origen de clase. Crees que lo que estás viendo o pensando es verdad, pero esa verdad está dictada por tu concepción pequeñoburguesa del mundo. Te fijas en cosas que jamás serían importantes para ningún proletario (…) ¿Cuál es la población de América Latina? ¿Cuántos son como tú? ¿Y cuántos pobres hay? ¿Ya sacaste la cuenta? Muy bien. Entonces, ¿a quién le deben dar prioridad las revoluciones? No te confundas, querida, no te confundas. Esta lucha es a favor de los pobres. La verdad objetiva se encuentra del lado de ellos, y esa es la que tienes que buscar y mantener presente”. Muy cerca del final de este razonamiento encontramos el “sin embargo, te quiero” de los cubanos, es decir, a pesar de todas las restricciones y el sufrimiento de no ver reconocido tu trabajo, “yo sigo aquí porque si yo abandonara este proceso, por el resto de mis días me quedaría con la conciencia de no ser más que un comemierda, porque esta Revolución es lo único que le ha dado sentido a mi vida. ¿Tú sabes lo que es despertarte por las mañanas y saber que lo que tú te comes en el desayuno no se lo has quitado de la boca a nadie? (…) Y todo esto es por Fidel, fíjate bien, porque no es por nadie más (…) No es ni siquiera por el Che, aunque casi. Es por Fidel, que a punta de cojones ha convertido este puterío de los yanquis en un país de verdad”.
En segundo lugar, la relación entre la Revolución y la cultura, “los guerrilleros, hasta los que tenían más educación formal, no eran hombres de cultura ni amantes del arte. Y si no me oye nadie te incluyo a Fidel. Se trata de gente que desconfía de los intelectuales, como la mayoría del pueblo. Pero la diferencia entre mi vecina y Raúl Castro u Osmany Cienfuegos es que estos dos están en el poder, y ahora justifican su miedo a la cultura diciendo que el arte cubano que existía antes de la Revolución era burgués. Puede ser. Pero ellos no tienen ni la más puñetera idea de lo que es ni arte burgués ni arte socialista ni arte mandinga”. Ojito a esto que se centra en Cuba, pero pasa en todo el mundo capitalista de la misma forma o quizás incluso más acentuado.
Y, en tercer lugar, una pregunta muy oportuna y sobre la que me gustaría seguir leyendo, “¿Es posible un intelectual fuera de la Revolución? ¿es posible un intelectual no revolucionario?”; esta pregunta surge en una conversación en la que estaba un tupamaro que defendía que “los intelectuales, con su tendencia desbordada al pensamiento crítico, no son de fiar” y un cubano que estaba de acuerdo con el Che en lo que definió como el pecado original de los intelectuales: no haber empuñado un arma contra Batista, porque “la aflicción moral del intelectual latinoamericano que ha llegado a la comprensión de las necesidades reales de la Revolución solo podrá ser resuelta en la práctica revolucionaria. Está obligado a responder con los hechos a su pensamiento de vanguardia so pena de negarse a sí mismo”.
Estas reflexiones son algunas de las ideas que sacuden la conciencia política de la autora y de todos aquellos que en algún momento nos hemos interesado por la Revolución Cubana. Porque si algo deja claro Guillermoprieto es que añorar el éxito del modelo socialista no es contradictorio con enfrentarse a una dictadura. Debemos ser capaces de discernir entre ideales y posibilidades, entre principios y acciones. Esto es algo sobre lo que ya reflexionamos en este blog gracias al libro de Javier Argüello y sobre lo que, seguramente, seguiremos divagando en próximas lecturas. De momento, os recomiendo esta premiada crónica de una autora que en 2019 recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Una oportunidad para viajar física y metafísicamente estas vacaciones.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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