De lo mejor que he leído este año
Llego a El peón de Paco Cerdà, editado por Pepitas de calabaza, sin tener referencias previas ni del autor ni de la historia. Había leído buenas críticas, tenía buenas referencias de personas de las que me fio y me gusta el ajedrez, así que no podía haber fallo. Y las sospechas se han ratificado: no lo ha tenido.
Cerdà nos propone un texto que viaja en dos direcciones simultáneas que desarrollan acepciones diferentes de la palabra “peón”. Un camino nos lleva a la histórica partida entre el americano Bobby Fischer y el español Antonio Pomar en el Interzonal de Estocolmo, el campeonato previo al título mundial, una partida donde los peones jugaron un rol fundamental. El otro camino conduce a un análisis sociopolítico sobre los peones, entendidos estos como esos actores sin capacidad transformadora propia, casi marionetas de sistemas mucho más complejos y ambiciosos que ellos mismos o como jugadores que pasan desapercibidos. Cerdà utiliza magistralmente bien ambas situaciones, pues son convergentes y terminan por presentar a Fischer y a Pomar como dos peones de sus gobiernos. En su reseña para Babelia, Leontxo García, termina reconociendo que “el arriba firmante conoció en persona a Pomar y Fischer. Y da fe de que es muy difícil encontrar peones de la historia con mayor poder de atracción para que las aventuras y desventuras de otros seres tan fascinantes como infortunados pivoten sobre ellos”. Fischer para la Administración Nixon, “Aunque todavía es un adolescente, Fischer se ha convertido en el peón americano sobre el campo de batalla balnquinegro que los soviéticos dominan con mano de hierro en la fría guerra. El gran sacrificio, mayor incluso que el de dama, ha sido ofrecido. La combinación que este sacrificio humano desencadenará desprende el aroma a final incierto, trágico, sublime, desmedido y patriótico que impregna todo asunto romántico. Más que la inmortalidad, sutil y etérea, está en juego para Bobby algo más hercúleo y concreto: la mera supervivencia”. Y en el caso de Pomar para la dictadura franquista, esto se ve a la perfección en el análisis que hace el autor de una fotografía donde posan Pomar y Franco (os dejo la foto a continuación), “El chico sonríe. Se siente peón avanzando hacia la octava casilla para coronar y, al fin, promocionar en una metamorfosis de cuento: el niño mallorquín de familia humilde que conquista el ajedrez mundial desde una España mísera de solemnidad. El general sonríe. Sabe bien que, a pesar de la teoría, ningún peón se transforma jamás en dama. Que su destino no es otro que servir al bando. Que peones y reyes son como los alfiles de distinto color: sus caminos –siempre blancos, siempre negros– nunca se cruzan pese a compartir tablero o bando”.
Franco y Pomar en 1946.
El peón es la figura más limitada del ajedrez y “uno se pregunta si el peón (…), de verdad cree que va a alterar el tablero con un movimiento tan humilde, tan insignificante en el juego medio de la partida”, un movimiento en apariencia sencillo e insignificante pues “rey, dama, torre, caballo y alfil. Todos pueden deshacer sus movimientos: desandar el camino, regresar al origen, rectificar. Solo el avance del peón es irreversible. Condenado a moverse siempre hacia adelante, es el único incapaz de volver atrás”. El peón como la clase baja, en contraposición con la nobleza que representa el rey; hay un momento de la partida entre Fischer y Pomar en el que se ve a la perfección esta diferencia, “el rey negro debe escapar (…) El rey se aparta de la diagonal mortífera con un paso atrás. Retroceder: el sueño imposible de todo peón, el privilegio de la clase noble”. La aspiración del peón es convertirse en dama y así en la pieza más versátil del tablero, pasar de la nimiedad al protagonismo en un avance lento pero seguro. Es esta idea la que triunfa en el libro, la idea de los peones con sus condicionantes y limitaciones, tanto ajedrecísticos como sociopolíticos, están muy bien tratados. El análisis histórico y los personajes/peones secundarios e históricos son geniales para ilustrar lo que Cerdà quiere que transmita la idea de peón, como en el caso de Marilyn Monroe con el presidente JFK: “la dama era un nimio peón”. Estos personajes secundarios sin los que no se entienden las grandes historias. Personas que se entregaron a una causa, contribuyeron a ella y fueron olvidadas por gran parte de la opinión pública. En un encuentro con el ABC, Cerdà explica que “mi intención es que no caigan en olvido, dar voz a los que no la tienen y reivindicarlos. El libro quiere ser unhomenaje a la letra minúscula de la historia, a los secundarios de lujo sin los que no se entiende la gran historia. Pretende reivindicar la capacidad que tiene una persona de transformar la realidad; y que no se entiende el mundo de hoy sin tantas luchas pequeñas, individuales, como representan estos héroes”. Los peones tienen esta doble lectura, a veces son un juguete del destino, pero al mismo tiempo el destino depende de ellos.
El caso de Pomar era desconocido para mí. Fue un ajedrecista genial, injustamente olvidado. Se convirtió en el primer Gran Maestro del ajedrez de España. Ganó siete campeonatos individuales de España en sus diecisiete participaciones, y se enfrentó a nueve campeones del mundo:Alekhine, Euwe, Botvínnik, Smyslov, Tal, Petrosian, Spassky, Fischer y Karpov. Pero su figura pública nunca superó aquel pasado de niño prodigio, “El Mozart del ajedrez. Una luciérnaga quemada por los focos. Un enorme y malogrado país. El icono deportivo de una España en blanco y negro devota de toreros y vírgenes. Ese héroe griego y calvo que batalló como el ejército de Pancho Villa en el Interzonal de Estocolmo. Un don Quijote, lanza en ristre, dispuesto a pelear solo y sin ninguna ayuda contra los molinos de ajedrez. Abandonado por los mismos que lo utilizaron. La leyenda del ajedrez español que tuvo que vivir como simple y anónimo funcionario de Correos. El niño prodigio eterno”.
Me ha encantado. Merecidos todos lo premios y justificadas todas las críticas. Estoy de acuerdo con Manuel Hidalgo en El Cultural cuando sostiene que “Cerdà ha puesto en página un extraordinario artefacto literario, extraordinario como artefacto -preciso, muy bien ensamblado, de muy eficiente mecánica por su estructura y ritmo de funcionamiento- y extraordinario como literatura, con sus frases cortas y pulidas, con su prosa exacta que no desdeña una poética bien dosificada, con su escritura, en definitiva, capaz de poner en pie vigorosos perfiles de personajes, de abarcar el mundo en un concreto momento histórico de transformación y pugna, de crear una intriga, una épica de perdedores/ganadores”. Es que es tal cual. Es un librazo. Es una idea excelente desarrollada excelentemente. Si se le pudiera poner algún pero, es el hilo cronológico a veces desordenado que lleva la partida de Fischer y Pomar, aunque es posible reconstruirla en orden gracias a que cada capítulo es un movimiento de la partida. Otro detalle genial. Tengo muchas ganas de que alguien reedite Campos de fuerza de George Steiner, pero hasta ese momento, coloco este libro en el top 3 del tema junto con La defensa de Nabokov y Duelo de alfiles de Vicente Valero, ambos reseñados en este blog. Más literatura sobre ajedrez, que hay pocos deportes más literarios que este.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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