Un célebre diálogo sobre la bondad, la dignidad y la respetabilidad de la sabiduría
La colaboración que desde hace más de dos años mantengo con Acantilado a veces me regala joyas inesperadas. Es el caso del Consuelo de la filosofía de Boecio, una de las obras cumbres de la filosofía del siglo VI, inspiradora de mentes tan brillantes como las de Boccaccio o Dante. No me prodigo mucho en la lectura de obras filosóficas porque me tira mucho la novela, pero de vez en cuando está ilustrarse con ciertas obras fundamentales. Tanto es así que se ha descrito como la obra más importante e influyente en el Occidente cristiano medieval y del Renacimiento temprano, así como la última gran obra occidental del periodo clásico. Ahora nos la ofrece Acantilado en una edición cuidada y sencilla.
En Consuelo de la filosofía Boecio mantiene un diálogo socrático con la Filosofía, desde la cárcel, sobre su situación, su pérdida de status en Roma y su inminente juicio por traición; ante tal naufragio, dice la Filosofía, “sería un sacrilegio que la filosofía dejara solo en su camino al inocente”. El diálogo se estructura en cinco libros. En el primero, Boecio expone su tristeza, y se presenta la Filosofía, que le explica que el hombre ha olvidado su finalidad verdadera. En el segundo, dialogan sobre de la fortuna y los bienes (ficticios o verdaderos) que ésta acarrea. Ya en el tercer libro, la Filosofía le explica a Boecio que la buenaventura de los hombres no se encuentra en bienes pequeños y particulares, sino en Dios, el ser supremo. En el cuarto, Boecio se intenta revelar y plantea a la Filosofía algunas posibles contradicciones entre su discurso y la tozuda realidad y reflexionan sobre por qué a pesar de Dios hay mal en el mundo. En el último libro, ambos discuten sobre la voluntad humana con relación a la omnipresencia divina. A partir del segundo libro se van estructurando de forma que profundiza en cada uno de los ingredientes de la felicidad humana, a saber: “Este es un resumen de los ingredientes de la felicidad humana: riquezas, honor, poder, fama y placeres. De todos ellos, Epicuro concluyó lógicamente que el placer era el bien supremo, porque todos los demás también estaban destinados a dar placer, aunque fuera estrictamente espiritual”. Sea como fuere, la lectura del libro me deja una idea que ya intuía y que ahora refuerzo: ni la riqueza, ni el honor, ni el poder, ni la fama ni el placer aportan la felicidad por separado ni conjuntamente. La felicidad hay que encontrarla en uno mismo. Sin embargo, no estoy de acuerdo con la idea del dios creador, y me jode que Boecio sí lo plantee, quizás por ser hijo de su tiempo, pero hoy en día esto está bastante discutido y, bajo mi punto de vista, en el libro no se aborda la cuestión científica a fondo (recordemos que estamos en el siglo VI y el debate fe vs razón no se dirimió en serio hasta siglos más tarde).
Es interesante el debate abierto en el libro IV que llega al V en el que Boecio le plantea a la Filosofía el problema de que las conductas corruptas son las que mandan en Roma (por qué los hombres malvados a menudo prosperan y los hombres buenos caen en la ruina) y, arguye Boecio, “no me extrañaría tanto si el orden del mundo se debiera al azar, pero como sé que Dios lo gobierna todo no salgo de mi estupor”. Desde aquí surge un debate generoso y bonito sobre dios, el azar, el libre albedrío y la divina providencia que no debéis perderos.
El libro está estupendo, continuamente nos sitúa en un nivel argumentativo y reflexivo alto, utilizando un lenguaje culto y suponiendo la capacidad del lector para seguir los razonamientos. Si a alguien le cuesta mantener el ritmo, podemos ir “traduciendo” a Boecio a partir del refranero popular, por ejemplo, “¡Qué gran error el vuestro si pensáis que podéis adornarnos con cualquier cosa ajena a vuestra naturaleza!”, es decir, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, o “la consideración no depende de los méritos que otorga cierto cargo, sino que éste depende de vuestros méritos”, es decir, “si quieres saber cómo es Pablito, dale un carguito”, o también, “paradójicamente, creo que a los hombres les beneficia más la fortuna adversa que la favorable”, es decir, “ unas veces gano y otras aprendo”. Y así con otros ejemplos.
Cuando leemos una obra clásica debemos hacer un doble ejercicio. Por una parte, debemos situarnos en el contexto del autor y, por otra parte, debemos valorar la obra según el conocimiento de esa época. El gran Bertrand Russell, defendió la obra de Boecio sosteniendo lo siguiente, “escrito cuando estaba en prisión y condenado a muerte, es tan admirable como los últimos momentos del Sócrates platónico. Uno no encuentra una perspectiva similar hasta después de Isaac Newton […] Habría sido notable en cualquier edad; pero en la época en la que vivió, es absolutamente increíble”.
Si conseguís resolver este viaje temporal y filosófico, disfrutaréis mucho la obra de Boecio, sus reflexiones, sus dilemas, sus planteamientos, sus problemas y sus miedos. La obra nos permite descubrir las bases del pensamiento actual y comparar épocas, éticas y formas de ver la vida y el comportamiento humano. Una oportunidad para encontrar consuelo en un texto filosófico, aunque sea porque abre un diálogo irresoluble, pero sumamente enriquecedor sobre el origen de la bondad, la virtud, la belleza, la felicidad, el poder sanador del diálogo, de la conversación. Un libro corto, pero de largo recorrido. Una pequeña delicia para estos tiempos de confinamiento.
¡Nos vemos en la próxima lectura!
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