Reseña de Algo en lo que creer de Nickolas Butler

La novela con la que Butler se postula al trono de Haruf

 

Desde que leí Canciones de amor a quemarropa [antes de empezar con este blog] no he dejado que pase un mes de la publicación de un nuevo libro de Butler sin hacerme con él y leerlo. Le doy toda la prioridad que puedo en mi lista de pendientes. Es un autor que me tiene ganado y, de verdad, no hace nada extraordinario; no tiene un estilo característico, ni una organización temporal de la trama diferente, ni utiliza un lenguaje refinado, ni formará parte de ningún grupo de autores. Butler destaca por la sencillez de su prosa y sus tramas. Siempre que puedo recomiendo Canciones de amor a quemarropa y El corazón de los hombres; ahora incluiré en esas recomendaciones su última novela, Algo en lo que creer. Os cuento por qué.

La novela transcurre en ese Medio Oeste americano tan característico en el autor, en algún pueblecito de Wisconsin. En ella, la familia formada por Lyle, Peg y Shiloh, es el centro de la trama. Shiloh es adoptada por Lyle y Peg cuando era una niña y ahora vuelve a casa al calor de la familia para salir de una situación problemática. Vuelve a casa con su hijo, Isaac, que no tiene padre ni se le espera. Los roces entre los padres y la hija surgirán por la educación de Issac. Shiloh descubre en la religión una razón para vivir y pretende que su hijo siga su fe y la practique con la misma intensidad. A los roces entre ellos se suma un factor inesperado, la relación de Shiloh con Steven, el pastor de la iglesia no denominacional a la que asiste Shiloh, que ejerce una fuerte influencia en ella. Ante los problemas de convivencia y de educación que se desatan, Lyle y Peg tienen miedo de volver a perder a su hija y le verán envueltos en continuas disyuntivas ante las que elegir si pesa más la sensatez o el amor. Butler dibuja personajes con bastante precisión. En esa precisión están los antihéroes, que en este caso son claramente Shiloh y Steven y los héroes que en este caso son Lyle y Hoot, el mejor amigo de Lyle que sufre un cáncer terminal. Los héroes de Butler, como los de Haruf, irradian bondad, “la bondad es, desde luego, una buena medida de la capacidad de una persona para trabar amistad con otras y tal vez también para amarlas”. Creo que este es el rasgo más característico de las novelas de Butler, la bondad de sus héroes. A esta capacidad para tratar la bondad, quizás añadiría la habilidad para desarrollar tramas en las que no pasa nada, o sí pasa, pero sin grandes estridencias ni alardes de guionista egocéntrico. En esto también se parece a Haruf.

La trama es importante y en ella destaca Lyle como protagonista cargado de amor, sentido del humor y lealtad. Con esos valores Lyle conquista a sus amigos, sus vecinos, su mujer y ahora a su nieto. Lyle nos da lecciones continuamente de lo que supone ser padre, “parte de ser padre consiste en querer a tus hijos mucho más de lo que ellos te querrán nunca” y abuelo, “algún día me entenderás. Si de mí dependiera, le dejaría comer helado tres veces al día, con cada comida. Es lo que hacemos los abuelos. Es nuestro trabajo. Si quisiera que el chico me odiase, lo atiborraría a coles y berza”. Es el amor (por su hija y, sobre todo, por su nieto) el hilo conductor de la novela y de la vida del protagonista. De fondo está la religión, a veces muy presente y otras solo como telón de fondo para generar un contexto incontrolable y que deja poco margen de acción a los personajes. Siendo más preciso, de fondo no está tanto la religión como el sentimiento religioso. La forma en la que cada uno de los personajes viven la religión. La novela nos presenta dos formas antagónicas de profesar una religión. Por una parte, a través de los personajes de Lyle y Hoot y, por otra parte, a través de Steven y Shiloh. En el caso de Lyle, “nunca se había sentido muy predispuesto a seguir a nadie. Era cierto que había acudido a la iglesia durante décadas, pero nunca de forma reverente, sino más bien como uno va a correos o a la gasolinera, como parte de una actividad rutinaria. Tampoco le interesaba la política; había vivido lo suficiente para ver cómo todos los políticos que había admirado alguna vez se convertían en una decepción miserable, cuando no directamente en mentirosos. Y, por lo que a él respectaba, la religión no era mucho mejor –quizás peor, incluso, si hablaba con franqueza–, salvando su respeto y su afecto por Charlie”. Y en el caso de su mejor amigo Hoot, “nunca he entendido a las religiones organizadas. Ser una buena persona. No hacer daño a los demás. No engañar. No ser avaricioso. Con eso me parece suficiente. No necesito una maldita guía para no salirme del camino correcto. Ni una tabla de piedra grabada por un rayo. Ni una recompensa celestial. No necesito guardar un día de la semana. Todos los días de nuestra vida son importantes, del primero al último. A medida que te haces viejo, cada vez te das más cuenta de ello”. Steven y Shiloh, al contrario que Lyle y Hoot, entienden la religión de una forma absorbente e insana, hasta tal punto que se dedican a organizar sesiones de su iglesia no denominacional en las que el pequeño Isaac es un médium entre Dios y enfermos a los que se supone que cura. Lyle es el único que desde el principio desconfía de Steven, “creo que a esos predicadores se les mete una cosa en la cabeza y se convencen a sí mismos de ella. Creo a Isaac tan capaz de curar esas estúpidas migrañas como a mí de salir ahí fuera ahora mismo y hacer que deje de llover. Pienso que Steven quiere creer y se convence a sí mismo… Y creo que también puede ayudar el hecho de que se haya encaprichado con nuestra hija”, algo que le traerá no pocos problemas y disgustos con su hija, Shiloh, y su mujer, Peg.

Algo en lo que creer es una buenísima novela. Entretenida, sencilla, profunda, eléctrica sin estridencias, absorbente, cargada de sentido filosófico y ético, con ciertos toques de compromiso social y altas dosis de sensibilidad. Una novela, como todas las de Butler, que no te dejará indiferente y que te apetecerá recomendar a todo el mundo. Definitivamente, el trono de Haruf tiene un digno sucesor: Nickolas Butler.

 

¡Nos vemos en la próxima reseña!

 

Foto: Patio de Escuelas Menores, Universidad de Salamanca.

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