Reseña de El africano de J.M.G. Le Clézio

Unas memorias que subtitularon mis recuerdos

A riesgo de que me increpéis, tengo que reconocer que no conocía a Le Clézio. Me llamó la atención el libro en alguna estantería perdida de alguna librería de las que frecuento, hojeé y ojeé el libro y me lo llevé. Sé que Le Clézio tiene obras notables como El Desierto, El diluvio o La cuarenta, todas ellas pendientes de lectura. Creo que volveré a él porque me ha causado una grata sensación y porque, según he podido leer, sus temas de interés también son los míos: diversidad cultural, colonialismo, ecología, antropología… aspectos a los que no puedo llegar desde mi ámbito académico e investigador, pero que la Literatura se encarga de aliviar.

En El africano, Le Clézio narra una parte importante de su infancia y adolescencia. Cuenta su experiencia en el África colonial, las relaciones con su padre y con el exuberante entorno geográfico y humano del gran continente negro. De hecho, para mi es más relevante el retrato del continente que del padre, aunque la razón de ser del libro sea la relación del autor con su progenitor. África tiene un encanto especial, una magia intrigante. Para mi ejerce un respeto ancestral y en este libro Le Clézio expresa muy acertadamente lo que para mí significó África: “África era el cuerpo más que la cara. Era la violencia de las sensaciones, la violencia de los apetitos, la violencia de las estaciones (…) África era la libertad total del cuerpo y del espíritu”. África para el autor era un territorio, una sociedad, unos valores, una religión, unas costumbres, sacadas de un cuento, “la realidad estaba en las leyendas”. Le Clézio llega al continente muy joven desde Francia, “Habíamos llegado a la otra punta del mundo (porque Niza era la otra punta del mundo)” y recuerda que para él llegar a África fue “la entrada en la antecámara del mundo adulto”, verse de cara con la violencia, “recuerdo la violencia (…) y, sobre todo, el hambre, la falta de todo. Esta violencia no era de verdad física. Era sorda y ocultada como una enfermedad” y el poder indómito de la naturaleza, “una naturaleza donde todo era excesivo, el sol, las tormentas, la lluvia, la vegetación, los insectos, un país a la vez de libertad y limitación”. Tras un tiempo viviendo con su hermano y su padre, el autor descubre la verdadera África, “era más la del Africa farm, un África real, de gran densidad humana, doblegada por la enfermedad y las guerras tribales. Pero también fuerte e hilarante, con sus innumerables chicos, sus fiestas bailadas, el buen carácter y el humor de los pastores que encontraban por los caminos”.

La relación con el padre es el otro punto fuerte de la novela. Le Clézio crece entre los cuidados de su madre mientras su padre trabaja como médico en diferentes países empobrecidos y en vías de desarrollo (Mauricio, Camerún, Nigeria…). En un momento de su vida, deciden que los niños deben conocer a su padre y viajan hasta Nigeria donde él sigue ejerciendo como médico, “creo que en las primeras horas que siguieron a mi llegada a Nigeria (…) lo que me causó un shock no fue África, sino el descubrimiento de ese padre desconocido, ajeno, posiblemente peligroso”. El joven Le Clézio se mueve entre la admiración, el respeto y el miedo a su padre. Le admira por su compromiso profesional, le respeta como figura de referencia y le teme por el uso severo de la violencia física contra él y su hermano. A pesar de la violencia, Le Clézio es capaz de extraer aprendizajes del ejemplo paterno como la visión crítica del colonialismo, “él había roto con Mauricio y su pasado colonial, y se burlaba de los plantadores y de sus aires de grandeza; él, que había huido del conformismo de la sociedad inglesa (…), que había vendado, cosido y curado a los buscadores de diamantes y a los indios subalimentados; ese hombre no podía sino sentir náuseas por el mundo colonial y su injusticia presuntuosa, sus cócteles parties y sus golfistas de traje, su domesticidad, sus amantes de ébano, prostitutas de quince años que entraban por la puerta de servicio, y sus esposas oficiales muertas de calor que por unos guantes, el polvo o la vajilla rota descargaban su rencor en la servidumbre”. Supo extraer lecciones de las vivencias del padre, “mi padre descubrió, después de todos esos años en los que se había sentido cercano a los africanos, su pariente, su amigo, que el médico solo era otro actor del poderío colonial, no diferente del policía, del juez o del soldado. ¿Cómo podría ser de otra manera?”. Se dio cuenta de que África termina por cambiar tu forma de ver el mundo y a ti mismo. Sin embargo, Le Clézio escribe este libro de adulto y por lo tanto es un libro de memorias, de recuerdos (si recordar es volver a pasar por el corazón) y es más fácil separar el heno de la paja… “en la actualidad, con la distancia que da el tiempo, comprendo que mi padre nos transmitía la parte más difícil de la educación, la que ninguna escuela da. África no lo había transformado. Había revelado el rigor en él. Más tarde, cuando mi padre vino a vivir su jubilación al sur de Francia, aportó con él la herencia africana. La autoridad y la disciplina hasta la brutalidad. Pero también la exactitud y el respeto, como una de las reglas de las sociedades antiguas de Camerún y de Nigeria, en las que los niños no deben llorar ni deben quejarse. El gusto por una religión sin florituras, sin supersticiones que, supongo, había encontrado en el ejemplo del Islam”.

El libro me transportó a mis días en Namibia, esa toma de contacto con el África dura y generosa. Y es que África es jodidamente cautivadora, fascinante, absorbente, hechizante, seductora. Creo que por eso me ha gustado tanto el libro, porque ha sabido expresar lo que yo solo pude sentir. África te pone en tu sitio. África te hace enfrentarte a tus miedos, incoherencias y contradicciones. África es salir de tu zona de confort, coger perspectiva, relativizar, redimensionar y reaprender.

Si algo tiene el libro, más allá de las memorias del autor, es la sensibilidad y el atino con los que Le Clézio presenta el continente. No llega al nivel de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, pero se trata de otro estilo narrativo, con otras intenciones y otras motivaciones. El Africano es un libro ameno, sencillo, interesante, un pequeño tratado etológico, ontológico y antropológico. Una oportunidad para adentrarte en un continente infinito.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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