Una viaje atemporal y claustrófobico a la mente de un estudiante
Este es uno de esos libros que recomendar a cualquier amante de la educación. Quizás no aporte nada extraordinario, pero aborda un tema universal como es el miedo a la frustración. El alumno Gerber, de Friedrich Torberg, fue publicada en 1930, inspirada no sólo en la propia experiencia del autor sino también en los suicidios de diez estudiantes en una sola semana del invierno de 1929 en Austria.
Torberg nos invita a un viaje claustrofóbico por la mente de Kurt Gerber, un adolescente que sufre un cambio vertiginoso: desde un estado plácido, basado en la seguridad en sí mismo de un alumno brillante, aunque indisciplinado y rebelde, hasta la más absoluta desorientación con la consiguiente incapacidad para afrontar la vida y sus miserias. Los responsables de este viaje dantesco son dos: un profesor despiadado (el «Dios» Kupfer) y una niña preciosa (Lisa). El amor puede que sea más universal, sin embargo a mi entender funciona mucho mejor el primero de los escenarios, no sólo por la brillante recreación de un entorno escolar que remite a esos ambientes educativos despóticos y miserables de principios del siglo XX (salvo honrosas excepciones) sino por la profundidad de las reflexiones de Gerber que son las que dan sentido a la novela. Quizás la más destacada sea el colérico ataque a las calificaciones, «¿Insuficiente? ¿Quién merecía escuchar esas palabras ásperas, pronunciadas con seguridad y gravedad: «Eres insuficiente»? ¿Quién había otorgado a los miembros del profesorado el derecho a clasificar a seres humanos a lo largo de tantos siglos, a tomar una decisión única e irrevocable que empuja a uno hacia un futuro adonde se dirigirá con paso firme, convencido de que nada puede ocurrirle, mientras que el otro se derrumba y se agacha, náufrago en una isla desierta, rodeado por el murmullo del mar de la desolación (…)?«. En esta reflexión también toca la problemática de la objetividad en la evaluación, «pero ¿quién valora las aptitudes? ¡Sólo usted, señor profesor! Y quién sabe qué decisión habría tomado usted si ese día hubiera optado por la clemencia, hubiera solucionado su estreñimiento o su esposa no le hubiera traído el café quemado. Y aun suponiendo que haya tomado su decisión con objetividad y sentido común, ¿qué ocurriría si hoy se sustituyera a todo el cuerpo docente y vinieran otros profesores a formarse una idea de los alumnos?«. No es baladí lo que Gerber plantea y la literatura académica está plagada de investigaciones y evidencias al respecto. A Gerber le ciega el odio que crece en su interior hacia el profesor Kupfer, «puedo intentar convencerlo de la insignificancia de su misión, hacerle comprender que tiene que abandonar tan sigilosamente como sea posible el triste callejón sin salida que usted significa para las vidas de muchas, muchas personas (…) guiarnos era su deber, fue usted quien nos condujo hacia su callejón sin salida del cual intentamos huir con la mirada puesta en la amplia calle, y no sé si llegaré sano y salvo«. Y es que Kupfer es un docente tiránico cuyo principal objetivo no es enseñar sino doblegar a sus alumnos. Los humilla y los hunde hasta que su honor cae triturado junto a la pizarra. Es maquiavélico en los métodos, es injusto en sus evaluaciones y absoluto en sus declaraciones. Todos hemos tenido algún profesor así. En mi instituto sufrimos también con el profesor de Matemáticas, Tejedor, un ser absolutamente despreciable que hizo la materia inabarcable a muchos de sus estudiantes, nos insultaba (¡adobe! ¡gañán! ¡zote! ¡cenutrio! y otras perlas) y menospreciaba nuestras reacciones. Quizás Kupfer sea demasiado prototípico, pero me imagino que la historia de la educación está repleta de ejemplos tan nefastos para el desarrollo de los más pequeños como este. Pequeños docentes cargados de contradicciones e inseguridades que se endiosan delante de estudiantes frágiles e indefensos que no se rebelan por el miedo a una evaluación negativa que les condicione la relación con su familia, sus amigos y sus posibilidades de futuro. Los docentes que juegan con esto son absolutamente prescindibles en las escuelas.
Más allá de la trama concreta, El alumno Gerber es un relato atemporal que nos habla de la fragilidad en la adolescencia y del inquietante papel de las instituciones educativas en las sociedades represivas que, lejos de educar, condenan. Sencilla y absorbente, vas entrando en la volcánica mente de Gerber mientras eres testigo de como sus miedos se van confirmando, sufres con él y te va atrapando en su angustiosa espiral de derrota. Muy bien escrito.
¡Nos vemos en la próxima reseña!