Una novela excelsa que mejora al lector
Entre tanta novela contemporánea, diferente, innovadora en sus formas o en sus recursos, con estilos rompedores o un lenguaje muy efectista, a veces es recomendable detenerse a leer novelas más tradicionales, que funcionan igual de bien y contribuyen a la formación del lector. No son grandes fuegos de artificio, sino el trabajo artesanal del escritor paciente y metódico. La catedral y el niño de Eduardo Blanco Amor es de estos libros. Libros del Asteroide recupera una novela desconocida para los lectores españoles que vivimos (y leemos) lejos del universo gallego en el que Blanco Amor es un autor reconocido su nombre en plazas y calles.
El libro narra la vida de Luis Torralba, un niño de 8 años que vive en Auria (se corresponde con el Ourense de la actualidad, en el uso de un recurso como ya hiciera Clarín con su Vetusta ovetense). Luis es hijo de padres separados, separados en muchos más aspectos que la propia relación entre ellos. La madre representa el universo gallego burgués y clerical de principios de siglo, previsible, tranquilo e impostado. El padre es un aristócrata liberal, bebedor, vividor, machista y bohemio. Cada uno de los ambientes está nutrido de personajes bien delimitados y cargados de matices. Luis se mueve entre esos ambientes con la inocencia del primer plano infantil (hacia el final del libro cuando ya es un adolescente se da cuenta de estas cosas y exclama “¡Qué horribles tragicomedias se habían desarrollado ante mis ojos sin que yo las advirtiese en toda su extensión y gravedad!”) y a través de su relación con la catedral, va construyendo su propio relato. La novela está contada en primera persona y las descripciones que hace Luis de la catedral son maravillosas. Luis utiliza la catedral como una metáfora, “en mis secretas relacionas de amor y miedo con el templo, había algo de aquel dramático cariño hacia mis padres, del cual el templo era como una oscura alegoría”, pero también como el referente social que fue en épocas medievales (y no tan anteriores). Ante la catedral siente miedo, recelo y cobardía, pero también respeto, admiración y fervor. En la última página de la novela se dirige directamente a ella y le espeta “¡Dame tu fortaleza, dame tu impasibilidad!”. La catedral está presente en toda la novela. Y a medida que Luis va creciendo también va cambiando su relación ella.
Una novela con la que he aprendido mucho. Los libros como la Catedral y el niño contribuyen al trabajo de la paciencia, del sosiego, del disfrute tranquilo de una frase o un párrafo. No hay prisa por terminar la frase, sino que el goce está en detenerse a comprender cada palabra, cada recurso literario, cada descripción y cada personaje. Es un libro con el que se aprende palabras; no me considero una persona con poco vocabulario, pero tampoco tengo un vasto conocimiento de mi lengua, y con este libro he tenido que consultar en numerosas ocasiones un diccionario. He aprendido palabras como, por ejemplo, ilación, escoriado, altor, comerota, azacaneos, desasimiento, paramento, gárrulo (no garrulo), belfo, paroxismo, arredrar, areópago, bargueño o coprolálico. Las he ido apuntando todas. Ahora tengo que ponerlas en práctica. Algunas están en desuso, pero me atraen las novelas que exprimen el diccionario con rigor y criterio (sin presumir pedantemente). Como dice el propio Luis de uno de los personajes secundarios, “yo nunca había oído a nadie halar así el idioma, deteniéndose en cada palabra, como en las cuentas de un rosario”. Blanco Amor también sorprende con algunas imágenes muy potentes como por ejemplo el proceso en el que Luis empieza a despertar de ese sueño que es la infancia y a mirar el mundo desde otra perspectiva (“los problemas anteriores se iban cuajando en su verdadera responsabilidad; empezaba a sentirlos más como espectáculo que como propia naturaleza. Pareciera que, a medida que los iba ordenando en la mente, los fuese expulsando del corazón”), o cuando intenta ligar con la chica que le gusta (“de lo que estaba perfectamente seguro era de que si en aquel momento se hundiese el balcón yo quedaría flotando en el aire”).
La historia es maravillosa, llena de rincones, de matices, de detalles. El estilo es embriagador, repleto de recursos y con un vocabulario vastísimo. Y detrás de todo esto, están las intenciones. La novela representa el momento histórico y social con maestría. El poder y la hipocresía del clero, la rebeldía de una incipiente aristocracia que empieza a hablar de marxismo y a trastear con la cultura, la burguesía decadente y naftalinosa, la homosexualidad, el sentimiento popular, las jerarquías sociales corruptas, el incesto, el incómodo silencio intrafamiliar… ante todo esto, nuestro protagonista (como buen gallego) elige una salida inesperada.
Un libro muy recomendable. Por su profundidad y por lo formativo que resulta. Porque en los libros se aprende, y en este caso se hace al calor de una novela que el tiempo pondrá en el lugar que le corresponde. Más escritores de este calibre y menos experimentos pirotécnicos. Leed a Blanco Amor y disfrutad de un escritor virtuoso.
¡Nos vemos en la próxima reseña!