A estas alturas de la película no voy a descubrir nada que no sepáis de esta obra maestra de la Literatura universal. O al menos no voy a descubriros nada a vosotros porque, termino de leerla ahora mismo y, a mi me ha vuelto loquísimo. La conjura de los necios forma parte de ese exclusivo grupo de libros que hay que leer sí o sí, y además hay que leerlo con calma y exprimiendo todas sus páginas, al más puro estilo Ignatius J. Reilly, devorando un hotdog mientras te chupas los dedos del ketchup y la mostaza que rebosa por tu mano. Así hay que leerlo. Y es recomendable tener una Cocacola extra-size cerca para ir eructando al ritmo del protagonista.
Por todos es sabido que su autor, John Kennedy Toole, se suicidió por no conseguir publicar la novela. Consciente de la obra que había logrado escribir, su frustración por las negativas de las editoriales lo arrastró al suicidio a los 32 años. Fue su madre quien realizó una selección de los Toole Papers y, apoyada por el escritor Walter Percy, llevó la novela hasta una pequeña editorial universitaria de Loussiana y fue aceptada.
La historia y el mito que rodean al libro no hacen sino más atractiva su lectura. Y es fácil pretender buscar metáforas o proyecciones en ella. Una obra llena de simbología y de guiños políticos podría haber sido objeto de análisis e interpretaciones al más puro estilo Nostradamus, pero no ha sido así. Al contrario, ha logrado mantener su esencia, siendo una sátira social divertidísima y entretenidísima y todos los -ísimas que se os ocurran. Si os interesa el estudio alrededor del libro,os recomiendo que leáis Una mariposa en la máquina de escribir, un riguroso trabajo biográfico analítico de Toole, escrito por Cory MacLauchlin.
Por si no he sido el último en leerlo, el libro narra la vida de Ignatius J. Reilly, un NiNi de pura cepa que a los 30 años aun vive con su madre e invierte su tiempo en escribir una extensa y demoledora denuncia contra la sociedad desquiciada del momento. Tras un incidente fortuito, un accidente de coche mientras conducía su madre, Ignatius se ve abocado a la incomodísima tarea de trabajar, y se ve obligado a levantarse del sofá, dejar su junk food y sus colas de Dr. Nut, para incorporarse al tedioso mundo laboral. Algo para lo que Ignatius no está preparado ni física, ni visceral, ni psicológicamente, «yo emulaba al poeta Milton pasando mi juventud retirado, entregado al estudio y a la meditación a fin de perfeccionar mi oficio de escritor, tal como hizo él; la intemperancia cataclismática de mi madre me ha arrojado al mundo con mayor crueldad. Mi organismo entero está aun agitado. En consecuencia, todavía estoy en el proceso de adaptarme a la tensión del mundo laboral«. Y nunca conseguirá adaptarse al mundo laboral. Serán sus peripecias por diferentes trabajos en los que va dejando un sello indeleble los que enriquecen y dan sentido a esta historia.
En cierta forma también es un tipo culto, con cierta profundidad filosófica, que cita a Boecio y se refiere continuamente a la diosa Fortuna al más puro estilo Carmina Burana de Carl Orff. Y las sensaciones para el lector serán encontradas. Por una parte, es inevitable detestar a un ser tan apático, nihilista, destructivo, volátil y cerdo como Ignatius. Por otra parte, es igualmente inevitable adorar al mismo ser por su ingenio, coherencia, desparpajo, tergiversación de la realidad, acomodación de las circunstancias, intuición y una habilidad innata para las palabras, los giros de guión y las propuestas deshonestas y locas. En este sentido, no deja de ser una desastrosa conjugación del gordo de Jurassic Park [maravillosamente interpretado por Wayne Knight], Jeffrey Lebowski [interpretado icónicamente por Jeff Bridges], Holden Caufield y Henry Chinasky [alter ego de Charles Bukowski], o como señala la contraportada de Anagrama, «una mezcla de Oliver Hardy delirante [el del Gordo y el Flaco], Don Quijote adiposo y Santo Tomás de Aquino perverso«. Otros personajes como Irene Reilly (su madre) o Myrna Minkoff (su envidiada amiga) son también fundamentales para entender la psique del protagonista.
Es una pena que Toole no viviera para ver el éxito de su épica comedia y de su Premio Pulitzer. Tú no deberías dejar pasar la oportunidad de deleitarte con ella. Porque, de verdad, es una delicia. Tiene magnetismo, no dejarás de leer, y pasarás unos ratos muy divertidos y amenos que te llevarán a uno de los rincones más apacibles de la Literatura Universal.
¡Nos vemos en la próxima reseña!