Reseña de El diablo a todas horas de Donald Ray Pollock

Sin lugar a dudas uno de mis autores contemporáneos favoritos

En este blog somos devotos de Pollock. Es cierto que fui al revés en su obra. Empecé por El banquete celestial, su última novela, y luego leí sus cuentos reunidos en Knockemstiff y finalmente hoy os traigo su primera novela, El diablo a todas horas, editadas todas en Penguin Random House. He ido dosificando su bibliografía porque Pollock no es muy prolífico, solo tiene publicados estos tres títulos. La razón estriba en que Pollock trabajó, durante más de treinta años, como peón en la fábrica de papel Mead Paper Mill, hasta que decidió apuntarse a un programa de escritura creativa en la Universidad de Ohio, del que se graduó a los cincuenta y cinco años. Actualmente tiene sesenta y nueve, así que podemos decir que en catorce años de vida literaria ha publicado dos novelas de gran éxito y un libro de maravillosos relatos. Not bad. Es mejor publicar poco y que los lectores alucinemos, a publicar mucho y que nos deje indiferentes, o en palabas de mi admirado Kiko Amat, “esto no es un chimpancé que ha pulsado por azar un par de teclas y le ha salido Madame Bovary. Esto es un rotundo, inmenso escritor que ha desarrollado lo que tantos ansían: un universo propio, reconocible y rico, y una voz dura, maleable y bella para explicar aquel mundo”. Vayamos al lío.

El diablo a todas horas narra la vida de Arvin Russell, un joven de Ohio que nace en el seno de una familia creyente y llena de dolor. Su padre, veterano de guerra se vuelve loco cuando se enteran de que su mujer padece un cáncer terminal. Ni su fe acérrima ni los sacrificios sanguinarios que realiza junto a Arvin en un improvisado altar en pleno bosque parecen ganarle la partida al cáncer. A lo largo de dos décadas, desde la resaca posbélica de los años cincuenta hasta los esperanzadores sesenta, Arvin crece marcado por la violencia a la búsqueda de su propia versión de la justicia. Otros personajes siniestros -predicadores enfebrecidos y libidinosos, un payaso gay, un sheriff corrupto o una extravagante pareja de asesinos en serie que conduce por las carreteras norteamericanas a la caza de sus víctimas- comparten con él este infecto agujero.

El diablo a todas horas está nutrido de dureza, compasión, redención, humor negro, locura, obsesión, fanatismo, códigos de honor, sentimiento de culpa, ignorancia a raudales, sed de venganza, secretos de familia, sexo sucio, alcohol flamígero, enfermedades veneras, moscas, sacrificios humanos, vómitos y mierda a saco. Y, aun falta lo mejor, en este bodegón pasado de rosca lo que prima es la violencia y la sangre. Es un libro hasta cierto punto escatológico (depende de tu imaginación) y hay una sorpresa a cada vuelta de página, un giro inesperado que te mantendrá pegado a la lectura. Pero no os asustéis, Pollock no se queda en la violencia, solo es un medio para hablar de los condicionantes sociales, de la mentira del sueño americano, de la vida rural y sus habitus. Pollock dibuja un cuadro sucio y descorazonador de la vida rural americana, seguramente a la altura de Steinbeck o Faulkner, pero haciendo énfasis en cómo la violencia articula esas relaciones. Muchas veces esa violencia se manifiesta como la única salida posible, los personajes se ven abocados al comportamiento violento por los actos de los demás, por las injusticias de las que son espectadores y porque, joder, el mundo es tremendamente injusto si eres pobre, analfabeto y no has salido de tu pueblo más que para ir al de al lado a hacer lo mismo que en el tuyo.  Detrás de esa violencia hay bondad, sí, la hay. De hecho es la esperanza de que los personajes mejoren lo que nos anima a seguir leyendo. Pollock juega con nuestra visión amable del mundo para mantener nuestra atención.  Decía Kiko Amat en su blog (lamentablemente creo que ya lo ha cerrado, he encontrado la entrada en otro blog), que “no se me confundan: esto no es gótico sureño, como escupen algunos despreocupadamente cada vez que aparece una novela firmada en algún punto del sudeste norteamericano. No hay impostura ni soluciones mágicas al asunto. La novela de Donald Ray Pollock se erige exclusivamente a base de compasión, redención y justicia (si bien ocasionalmente tardía, o post-mortem). Como Algren o Crews, Pollock ama a sus carneros, incluso a los más descarriados del rebaño; comprende su pesar, también cuando se transforma en perversidad. Esa comprensión, sin embargo, no les exime del castigo: los que tenían que pagar, pagan. El bueno logra salir de allí andando hacia el horizonte, pero sus hombros están llenos de vísceras y su alma a reventar de pesadumbre. Arvin, nuestro sufrido protagonista, termina como un tiznado Lucky Luke. La salvación existe, parece decirnos el autor, pero no va a resultar barata: hay que descender unos cuantos círculos del infierno para siquiera otearla en la distancia. OakleyHall diría que “es bueno vivir con algo así en la conciencia”. Pollock parece no saber si es bueno, pero sí inevitable. No hay otra forma de limpiarse”. No lo podría decir mejor.

En definitiva, lean a Pollock porque ayuda a entender el mundo.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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