La decadencia de un imperio tras la mirada de un vienés desubicado y atribulado
Seguimos el año con clásicos. Hoy os traigo La Cripta de los Capuchinos de Joseph Roth, publicado originalmente en 1938 y editado en español por Acantilado (larga vida a esta editorial). En este blog ya hemos reseñado algunos libros de Roth, pero me sigue faltando La Marcha Radetzky que tengo en la estantería (en una edición de Alba) y que, de momento, me resisto a leer. Esta resistencia ha sido un error por mi parte pues resulta que, sin saberlo, he leído antes La Cripta de los Capuchinos que se considera la continuación de La Marcha Radetzky (sin los mismos protagonistas) pero narrando el final de la decadencia del imperio austrohúngaro que se dibuja en la Marcha y el inicio de la ocupación nazi en Austria, la desaparición de la patria austriaca. Aun así, el libro se sostiene por sí mismo y no necesitas haber leído nada más para disfrutar de la trama, el estilo y el fondo de la novela.
La Cripta de los Capuchinos debe su título al lugar en el que descansan los restos de la familia imperial austrohúngara en Viena, y el lugar que varias veces intenta visitar Francisco Fernando Trotta, el protagonista de la novela, y que nunca llega a visitar. Francisco Fernando proviene de la familia descendiente del «héroe de Solferino» que salvó de la muerte al emperador y que recibió a cambio una gracia vitalicia, con baronía incluida. Así, los Trotta, eslovenos agricultores, pasan a entrar en aquel vals cosmopolita. Pero este Francisco Fernando es un descendiente indirecto y lejano de aquel Trotta ascendente. Son estos otros Trotta un poso restante de aquella otra historia que se dibuja en La Marcha Radetzky, como dice Álvaro Cortina en El Mundo, “la misma demolición desde otra fachada”. Francisco Fernando Trotta, contiene el aura truncada de ese gran suicidio generacional. La Cripta de los Capuchinos es el epílogo de su familia y del imperio.
El primer capítulo de esta novela sitúa al lector en lo que se va a encontrar a lo largo de la misma: la historia de un mundo desparecido y la desorientación de su protagonista, “no soy un hijo de mi tiempo, es verdad, incluso diría que me resulta difícil no erigirme en su enemigo, y no es que no lo entienda, como he afirmado a menudo, esto es una excusa piadosa. Por pura comodidad no quiero volverme hostil o agresivo, y por lo tanto digo que no lo entiendo, cuando debería decir que lo odio o que lo desprecio”. Como escribe Manuel Hidalgo en El Cultural, “es una novela sobre la decadencia, sobre diversas decadencias dispuestas en círculos concéntricos y vinculadas entre sí. Sobre la decadencia que, en realidad, presenta los caracteres de una total extinción”. En el análisis de este crítico se apuntan muchas similitudes entre Francisco Fernando Trotta y Joseph Roth (que yo no pude reconocer pues tampoco he estudiado la figura de Roth) y que tienen que ver con la evolución (también podríamos hablar de “exilios”) psicológica, ideológica y política.
Roth sigue siendo un autor imprescindible para entender el tiempo entreguerras en Europa. Junto con Zweig, fueron capaces de captar lo que estaba pasando y narrarlo con la claridad que ofrece la genialidad de un buen escritor. Es un lujo el trabajo que está haciendo Acantilado con estos dos autores.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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