Reseña de Los libros arden mal de Manuel Rivas

El libro sobre el «bibliocausto» franquista que homenajea a los perdedores

Llego a este libro gracias a una columna de Manuel Jabois, ya no recuerdo exactamente cuál, pero sí recuerdo que me dejó una nota en la memoria para hacerme con este Los libros arden mal de Manuel Rivas editado por Alfaguara desde 2010. El libro obtuvo el Premio de la Crítica española, el Premio de la Crítica de Galicia y el Premio al Libro del Año 2006 del Gremio de Libreros de Madrid. Os lo adelanto desde ya: su lectura no es sencilla, pero merece mucho la pena tomárselo con calma. Es mi primer libro de Manuel Rivas, creo que seguiré con El lápiz del carpintero.

Los libros arden mal nace de una imagen: tropas fascistas quemando libros en la Dársena de A Coruña el 19 de agosto de 1936 (ver imagen más abajo). Este acontecimiento sirve a Manuel Rivas para tejer una estupenda red de personajes a través de los cuales retrata la sociedad gallega de la época. La verdad es que la imagen es potente, no vemos quemar libros a menudo, de hecho “Las piras de libros no forman parte de la memoria de la ciudad (…) Por eso el fuego va lento, porque tiene que vencer resistencias, la impericia de los incendiarios, la falta de costumbre de que ardan libros”. Y es cierto que los libros arden mal, porque según Polca (uno de los personajes) los libros arden hacia dentro, “de vez en cuando, al enroscarse una hoja, veía palabras que ardían. Él intentaba penetrar, atraparlas antes de que se hiciesen humo. Ahora se dio cuenta de por qué había tan pocas llamas en aquellas hogueras. El fuego ardía hacia dentro, seguía los surcos de las palabras impresas. Enraizadas en el papel, las palabras pueden ser como el brezo, como la carpaza. Puede llover sobre el libro y las palabras aun dan calor. Y unas tardan más que otras en arder”; por no recordar que los libros quemados huelen a carne humana… ojito a la frase, piénsala un rato, tiene muchas lecturas y todas correctas (desde la más literal pues el cuero es piel, hasta la más literaria de la muerte de los personajes, pasando por la más abstracta de que al quemar el libro nos estamos quemando a nosotros mismos).

Quema de libros en la Dársena de A Coruña el 19 de agosto de 1936. Recuperado de: https://asturiaslaica.com/2018/08/19/taldiacomohoy-19-de-agosto-de-1936-empezaba-el-bibliocausto-en-la-espana-franquista/

Ciertamente, quemar libros ha sido una práctica ciertamente común entre los regímenes fascistas para limitar la libertad de las personas, porque, como dice otro de los protagonistas hacia el final del libro “quien manda en las palabras, manda en nosotros, por dentro y por fuera”. Sin embargo, el libro va más allá de esta práctica cruel que busca calar el mensaje de quién manda, de controlar lo más preciado que tiene una sociedad que es su cultura, aquello que lo define y lo retrata, la mejor memoria colectiva. El libro, como explica Jordi Gracia en una estupenda reseña en El País en 2006, “traza una gigantesca oración civil por quienes fueron desposeídos y neutralizados en la guerra, tras la guerra y prácticamente hasta hoy, pero no por la historia abstracta sino por personas con su propia lepra moral. El argumento está hecho con las vidas de ocultación y disimulo, de reconversión súbita y miseria, pero sobre todo laten en directo, auscultadas de cerca por un novelista pegado como el celo adhesivo a sus voces y experiencia para que se cuenten sin su ayuda. Mientras dialogan o evocan, mientras rumian y meditan, el tiempo va y viene y los hechos se superponen y las obsesiones persisten”. Aquí es donde brilla Manuel Rivas, en el tratamiento de los personajes y sus pequeñas historias, algunas de vencedores, pero la mayoría de miserables perdedores que tuvieron que esconderse física e ideológicamente para sobrevivir a más de cuarenta años de dictadura (los que sobrevivieron). El elenco de personajes es muy amplio y además los va viendo crecer desde el 36 hasta el tardofranquismo de los setenta. Recurre a ellos aparentemente sin un criterio claro, pero a medida que avanza el libro las historias van convergiendo. Aparecen personajes nuevos. Se olvida de algunos del principio para retomarlos al final. Se detiene en otros aparentemente secundarios. Introduce algunos personajes históricos reconocibles como el Fraga más franquista con su demoledora frase de “la ley es algo así como un cañón de largo alcance” o el presidente republicano Casares Quiroga y su biblioteca personal ardiendo al completo. Todo esto dificulta la lectura, pero si consigues sobreponerte a ello, vas a disfrutar de un libro que debe perdurar y “debe tener el propósito de una apertura de diligencias” en este caso, de una necesaria reparación del daño causado y de la dignidad de las víctimas, también de las víctimas de papel.

Quisiera terminar con otra de las ideas que me llevo de este libro. Tiene que ver con el tiempo y los libros. Uno de los personajes, Curtis, el exboxeador metido a fotógrafo callejero, se lamenta por la quema de libros pues pensaba que “todos los libros que ardían tenían que ver con él. Eran libros que aun no había leído”; más adelante Rivas remata la jugada y pone en su cabeza otra idea maravillosa: “lo que hoy ardía era el tiempo. No las horas, ni los días, ni los años. El tiempo. Todos los libros que no he leído están ardiendo”. El tiempo son todos los libros que aun no he leído. Leer es vivir dos veces, y leer es aprovechar el tiempo. El tiempo no se puede quemar y los libros arden mal. Leamos y mantengamos nuestra cultura, nuestra memoria colectiva, a salvo de exaltados, dictadores y fascistas.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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