Reseña de Los días perfectos de Jacobo Bergareche

Elegir entre la pena y la nada en dos cartas de amor repletas de buena literatura

Llego a este libro sin mucho entusiasmo y con las reticencias que me producen los fenómenos editoriales, las insistentes presencias mediáticas que las editoriales dedican a sus novedades. Sin embargo, me lancé. Y os adelanto que Los días perfectos de Jacobo Bergareche, editado por Libros del Asteroide, me ha parecido más maduro de lo que en un principio sugiere. Dejándolo reposar unos días, todavía le sacarás más jugo, porque realmente el libro está cargado de detalles.

En Los días perfectos, Bergareche nos adentra en la vida de Luis, un periodista cansado de su trabajo y, sobre todo, de su matrimonio, a partir de las cartas que le escribe a su amante (Camila) y a su mujer (Paula) durante su estancia en un encuentro anual de periodistas en Austin, en el Harry Ramson Center (no conocía el Harry Ramson Center y me parece un descubrimiento brutal, debería visitar más su página web y pasarme por allí en cuanto pueda). Luis aprovechaba los días en el congreso de Austin para verse con Camila, su amante, y exprimían cuatro días de pasión y lujuria hasta que Camila decide cortar la relación. Así, Luis le escribe una carta a Camila en la que repasa todos sus momentos al mismo tiempo que reflexiona sobre lo divino y lo humano. La carta que Luis escribe a Camila tiene una motivación intrínseca que es la necesidad de desahogarse de Luis, pero encuentra un aliciente literario muy interesante: la correspondencia de Faulkner con su amante Meta Carpenter que se conserva en el HRC. Esta correspondencia es un ejemplo de la sensibilidad de Faulkner y su capacidad no solo narrativa sino también artística pues se acompaña de dibujos y viñetas. Impulsado por las palabras de Faulkner a su amante, Luis se sincera con Camila y reconoce que “la vida que comparto con Paula se me hace un buque inmenso y cargado de cosas, cuyo rumbo y velocidad cuesta tanto variar”. Luis necesita acción, sentirse vivo. Se resigna a vivir días perfectos y ya solo aspira a disfrutar de buenos momentos, aunque sean esporádicos: “nosotros, en este tiempo, según Handke, ya solo aspiramos a tener un buen día, un día logrado entre tantos días inútiles y olvidables. Me gustó la teoría de Handke, se la compro. Yo no aspiro a otra cosa al cabo de la semana, o incluso del mes, la estación, el año, que a tener un buen día en algún momento, o un buen momento al cabo del día. Durante el año invierto mucho tiempo, imaginación y dinero en preocuparme quince o veinte días buenos, no perfectos, pero excitantes, excesivos y cargados de grandes promesas”. Sin embargo, aunque es consciente de que “pasión y patología tienen la misma raíz griega, pathos, que quiere decir sufrir”, Luis no quiere curarse, “porque vivir sin pasión no me parece ya vivir, sino meramente estar de paso, contando los días, esperando que ocurra algo, a que llegue el viernes, el verano, a que me den un reportaje en una ciudad exótica, a que Paula esté de buen humor, a que mi hijo marque un gol el sábado por la mañana, a que Carmen me pida que le haga cosquillas, a que me llame un amigo para ir a cenar…”. Esos cuatro días con Camila eran esos días emocionantes que añoraba el resto del año, y mientras los vivía no quería pensar en si era o no feliz, “me esforzaba por vivir lo nuestro sin pensar en que lo estaba viviendo, atendiendo a lo que dice Pessoa: para ser feliz es preciso no saberlo”. Ah, y una cosa más. Hacia el final de esta primera carta, Luis hace una reflexión que me apunto para mi vida personal, si algún día me caso (que no lo creo), cambiaré la fórmula por la propuesta de Bergareche, “Qué razonable sería sustituir en las bodas la palabra muerte por la palabra tedio (…) Y es que en realidad la muerte no separa, sino que une incluso más, ninguna persona ama más ni se siente más unida a su pareja que cuando esta muere (…) Lo que nos separa es el tedio, el tedio de ver cómo todo lo que te irrita de tu pareja y lo que a tu pareja le irrita de ti se repite siempre, porque nadie es capaz de cambiar jamás, y ya no llega nada nuevo que compense como un contrapeso aquello que sabemos que se repetirá mañana”.

Empecé el libro pensando que Luis era un gilipollas. La primera carta me parece de un adolescente ávido de exprimir su vida sin saborearla, beberla a borbotones sin respirar. La segunda carta, sin embargo, me encanta. Me parece la carta que todas las parejas deberían enviarse en algún momento de su relación. En la carta a Paula, Bergareche convierte a Luis en un hombre razonable, en un ser sensato que reclama algo de vida de pareja en su tediosa rutina marital. Volviendo a la correspondencia de Faulkner con su amante, Luis le dice a Paula que “lo que sí se me ha hecho del todo evidente al abrir esta correspondencia es que para mí lo nuestro se ha vuelto una enfermedad crónica y degenerativa”. Esta sensación de perderse como pareja para atender a los hijos es la principal demanda que Luis tiene con Paula, “lo cierto es que no busco la realización como pareja en un momento de comunión familiar (…) no pienso buscar aquello que nos une a ti y a mí en el hecho de que seamos padres de los mismos niños, en esa farsa del “proyecto común de pareja”, ya has oído lo que pasa cuando el padre suplanta al cónyuge, pasa que el día que los niños se van de casa no te queda más que un desconocido ajado con el que te cruzas por el pasillo de tu casa vacía”. Esta es otra idea que me llevo de esta novela.

No os destripo más de la historia, pero el libro va claramente de menos a más y termina muy arriba. Un libro de amor diferente, me recuerda a la madurez de Isaac Rosa en su Feliz final. Ricardo Menéndez Salmón lo explica maravillosamente bien, “Jacobo Bergareche nos concede el raro privilegio de comprender cómo los hombres ganan la felicidad sin merecerla, la pierden sin darse cuenta y la añoran sin remedio”. Vargas Llosa en El País, a propósito de otros libros que se acaban de publicar relacionados con Faulkner, dice de Los días perfectos que “es amena, divertida, insolente y muy bien escrita. Jacobo cree sinceramente que “el hábito hace al monje”, es un admirador encarnizado de Faulkner y de sus laberintos; su historia de amor y la evocación de “un día perfecto” reproduce con gracia y fantasía la que, por sus cartas, fue aquella aventura del autor de Las palmeras salvajes, La paga de los soldados y las demás obras maestras que sabemos. En su generosa recreación, aclimatada en Austin, Bergareche se divierte y nos divierte a sus lectores”. Ciertamente es un buen libro. A pesar de mis reticencias iniciales, creo que Los días perfectos es un libro que hay que leer. Una oportunidad para profundizar en el alma triste que se esconde detrás de los fuegos artificiales de los amores fugaces o las pasiones fortuitas. Una reivindicación sobre la aventura y la diversión en las parejas consolidadas. Una invitación a no dejar de vivir tu vida por tener que ocuparte de otras vidas. Una llamada a la libertad individual dentro de la vida en pareja. En definitiva, una novela para pensarse a sí mismo y disfrutar de la buena literatura; también, por supuesto, de la de William Faulkner, que ya sabéis, queridos parroquianos y parroquianas del blog, que “en este pueblo somos muy de Faulkner”.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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