Reseña de La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? de Michael J. Sandel

Un libro para entender la actualidad cargado de motivos para repensar el bien común

No me prodigo reseñando ensayos sociopolíticos, pero para todo hay excepciones y hoy os traigo uno de los ensayos más destacados de los últimos años, La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? del filósofo, profesor de la Universidad de Harvard y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales Michael J. Sandel. Desde ahora os advierto que a mi me ha situado en un plano diferente de análisis de la actualidad, seguramente para eso sirvan los libros, ¿verdad?, para ilustrarnos, enseñarnos, corregirnos o hacernos dudar. Y este ensayo lo logra a las mil maravillas. Me ha encantado. Os explico por qué.

La tiranía del mérito es un trabajo minucioso sobre los problemas de la meritocracia desde su concepción hasta sus efectos. Al inicio del libro Sandel ya nos indica por dónde van a ir los tiros cuando sostiene que “el problema de la meritocracia no estribaría en su principio de base, sino en que no estamos siendo capaces de estar a la altura de este”. Con un marcado sesgo yanqui, Sandel analiza la sociedad norteamericana y pone patas arriba el “sueño americano”, esa promesa de que el talento y el esfuerzo te llevarán al éxito; una promesa imposible en una sociedad tan desigualdad y meritocrática como la americana. Una promesa, el sueño americano, que, sin embargo, “goza de muy buena salud… ¡en Copenhague!”. Según este autor, “en una sociedad meritocrática los ganadores deben creer que se han “ganado” el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo (…) Pero, no puede decirse que todo ha sido tan solo cosa de ellos. ¿Y los padres y profesores que les han ayudado a llegar ahí? ¿Y las cualidades y dones naturales que no han sido completamente obra suya? ¿Y la buena suerte de vivir en una sociedad que cultiva y premia las aptitudes que han resultado tener?”. De esta forma, y tras un concienzudo análisis, Sandel se preocupa del bien común y advierte que para eso es importante que la sociedad cultive dos sentimientos: la gratitud y la humildad, ambos difíciles de aprender en una sociedad meritocrática como la actual. Tras esta declaración de intenciones, Sandel se va deteniendo en algunos aspectos que sirven para explicar la situación actual y que ilustran los efectos nocivos de la meritocracia. Yo destacaré tres de ellos (es una reseña, no un resumen del libro).

El primero es su análisis sobre los trabajos de Hayek y Rawls. Ambos rechazan el sistema del mérito como base para establecer una sociedad justa, pero semejante coincidencia conceptual les lleva a conclusiones diametralmente opuestas en sus recetas políticas: mientras el primero se opone a una fiscalidad distributiva para compensar las desigualdades, su oponente la reclama con vigor. Nos enteramos además de que el laborista británico Michael Young escribió hace más de 60 años un relato en el que denunciaba la soberbia meritocrática de las élites y “su efecto corrosivo en el discurso público”. El sentimiento de frustración y las humillaciones padecidas por los ciudadanos que se sienten desplazados por los más sabios y capaces acabaría, según Young, en una revuelta populista contra la élite meritocrática. En opinión de Sandel, es exactamente lo que sucedió cuando el Reino Unido votó por el Brexit y los americanos eligieron a Trump como presidente.

El segundo elemento relevante para mi enlaza con el primero y tiene que ver con el auge de los populismos. Según Sandel, “interpretar la protesta populista como algo malévolo o desencaminado absuelve a la élite dirigente de toda responsabilidad por haber creado las condiciones que han erosionado la dignidad del trabajo e infundido en muchas personas una sensación de afrenta y de impotencia” y hace hincapié en que “en el centro mismo de ese fracaso encontramos el modo en que los partidos tradicionales han concebido y aplicado el proyecto de la globalización durante las cuatro últimas décadas”. Para Sandel esto se originó gracias a dos “condiciones que hoy alimentan la protesta populista”: su forma tecnocrática de concebir el bien público y su modo meritocrático de definir a los ganadores y a los perdedores, porque “la queja populista va dirigida contra la tiranía del mérito. Y está justificada”. A esto debemos sumarle lo que Sandel llama “la retórica del ascenso”, es decir la forma de explicar el éxito y el fracaso, “si mi éxito es obra mía, su fracaso debe de ser culpa suya. Esta lógica hace que la meritocracia sea corrosiva para la comunidad, entendida esta última como aquello que se comparte en común”, así entendido, “quienes estaban atrapados en el fondo o para quienes a duras penas conseguían mantenerse a flote, la retórica del ascenso era más un escarnio que una promesa”.

El tercer aspecto que destaco es el rol que juegan las universidades. Sandel se refiere a la universidad como “la máquina clasificadora” que “promete una movilidad socioeconómica basada en el mérito, pero que afianza los privilegios y fomenta actitudes ante el éxito que son corrosivas para el espíritu de comunidad que la democracia requiere”. Según Sandel, “el régimen del mérito ejerce su tiranía en dos direcciones simultáneas. Entre quienes sitúa arriba del todo, induce ansiedad, un perfeccionismo debilitador y una soberbia meritocrática que a duras penas oculta una frágil autoestima. Entre aquellos y aquellas a quienes relega, impone una desmoralizadora (humillante incluso) sensación de fracaso”. Personalmente, conozco destacados casos del primer grupo, y los que conozco del segundo grupo intentan cubrir su humillación con fanfarronería. Con todo esto, también tenemos ejemplos de estudiantes que han pasado por la universidad y sus títulos no les han situado en una posición mejor, algo que Sandel coge al vuelo para rematar que “ni aun triunfando como lo ha hecho, ha conseguido la fe meritocrática dotar a aquellos y aquellas por ella bendecidos del dominio personal sobre su propio futuro que les prometía. Tampoco ha servido de base para la solidaridad. Mezquino con los perdedores y opresivo con los ganadores, el mérito termina convirtiéndose en un tirano”.

Durante toda su lectura ronda la tentación de criticar a Sandel porque no cree en la igualdad de oportunidades, y el propio autor se adelanta a esa crítica y aclara que “la igualdad de oportunidades es un factor corrector de la injusticia necesario desde el punto de vista moral. Pero es un principio reparador, no un ideal adecuado para una sociedad buena”. Y es que, además, “el primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales para todos”. El autor tiene una alternativa a la igualdad de oportunidades que no pasa por la igualdad de resultados (que os ha visto venir con la réplica a kilómetros), se trata de “una amplia igualdad de condiciones que permita que quienes no amasen una gran riqueza o alcancen puestos de prestigio lleven vidas dignas y decentes, desarrollando y poniendo en práctica sus capacidades en un trabajo que goce de estima social, compartiendo una cultura del aprendizaje extendida y deliberando con sus conciudadanos sobre los asuntos públicos”.

Si los ensayos suelen pecar de algo es de hacer muy buenos análisis y flojear en las propuestas. Hay veces que quedamos satisfechos solo con el análisis, pero normalmente pedimos algún paso más. Sandel no comete ese pecado. Su análisis se acompaña de una propuesta de cambio social, un nuevo enfoque, una nueva estrategia con la que busca recuperar el bien común, el espacio compartido y construido entre todos y todas. Su propuesta, sin ser concreta, es ambiciosa. Sandel apuesta por una admisión universitaria por sorteo, una financiación suficiente de la formación profesional, una educación cívica y política tanto en la universidad como en la formación profesional, una dignificación real del trabajo y “ser muy conscientes del carácter contingente de la vida que nos ha tocado en suerte” que nos inspire humildad, porque “esa humildad es el punto de partida del camino de vuelta desde la dura ética del éxito que hoy nos separa. Es una humildad que nos encamina, más allá de la tiranía del mérito, hacia una vida pública con menos rencores y más generosidad”.

En definitiva, La tiranía del éxito es una sólida crítica a que la meritocracia haya pasado a formar parte del sentido común, y a partir de ahí una llamada a revisar cómo pensamos acerca de la justicia y la cohesión sociales. Porque debemos aceptar que lo lejos que alguien llegue no depende solo de su talento, sus estudios o su esfuerzo. Recomiendo encarecidamente la lectura y el debate sobre el libro a todos y en especial a la clase política actual. No evitéis el debate pues podemos sacar un aprendizaje colectivo interesante sobre la lectura de este libro.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

P.S. si os habéis quedado con ganas de más o yo no me he explicado bien, os dejo una tribuna del propio Sandel en El Confidencial explicando sus tesis y la crítica de Juan Luis Cebrián en Babelia.

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