Reseña de El adversario de Emmanuel Carrère

Un viaje del rechazo a la pena pasando por el asombro

Creo que acierto al afirmar que nuestra primera vez con Emmanuel Carrère suele ser Limónov. Pero su obra es extensísima y su estilo no siempre amigable con el lector. Anagrama acaba de publicar Yoga, su último libro, pero le pregunté a Rafa, mi corsario de referencia, si Yoga era una buena oportunidad para seguir leyendo a Carrère y me recomendó que antes leyese El adversario. Y aquí estoy, dando las gracias a mi librero por haberme descubierto esta “novela de no ficción” como las acuñó Capote o “novela sin ficción” al estilo de Javier Cercas.

El adversario cuenta la historia real de Jean – Claude Romand, un mitómano narcisista y criminal que el 9 de enero de 1993, antes de que se descubriera que su vida era una auténtica farsa, asesinó a su mujer, sus dos hijos de 5 y 7 años y sus padres e intentó, sin éxito, suicidarse. Carrère asistió al juicio, mantuvo correspondencia con Romand cuando estaba en la cárcel y centró sus esfuerzos en intentar comprender lo que pasaba por la mente de este asesino. Cuando Romand salía su casa para trabajar como médico no iba a su oficia en la OMS en Suiza, pasaba el tiempo en parkings de autopistas, en la biblioteca, en una cafetería o en los bosques del Jura hasta que llegaba la hora de volver a casa. Cuando viaja al extranjero por trabajo, se queda en un hotel en el aeropuerto de Ginebra donde compraba los regalos para sus hijos. Romand no había terminado Medicina, no tenía trabajo ni, por supuesto, ingresos. Sin embargo, a base de mentiras se construyó una identidad, formó una familia, mantuvo amigos y el orgullo intacto de sus padres.

Carrère, que no pretende hacer un juicio paralelo del caso, consigue que lo verdaderamente asombroso para el lector sean las estafas que logró pergeñar y las continuas mentiras, “una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand”. En cierta manera nos olvidamos de los asesinatos, los asumimos como la consecuencia inevitable de sus mentiras, no fines en sí mismos. Durante el juicio, Romand confesó “he matado a todos los que amaba, pero por fin soy yo” y esto a Carrère le da mucho juego porque intenta encontrar ese yo, darle forma, conocer a la persona más allá de sus actos, pero le resulta imposible. Esta dificultad la comparte con Romand en su correspondencia y el asesino le responde, “esa imposibilidad que usted tiene de decir “yo” a propósito de mí procede en parte de mi propia dificultad de decir “yo” respecto a mí mismo (…) es cruel pensar que si hubiese tenido, a tiempo, acceso a ese “yo” y, en consecuencia, al “tú” y al “nosotros”, habría podido decirles todo lo que tenía que decirles sin que la violencia hiciera imposible continuar con el diálogo”.

Es común comparar esta obra con A sangre fría de Truman Capote, pero Marc Bassets encuentra algunas diferencias importantes, “Capote pretendía ser objetivo, como una cámara fría y omnisciente; Carrère narra en primera persona e implicándose en la historia. Capote pretendía hacer una crónica periodística en la que nada era inventado, pero fabricaba escenas y conversaciones: engañaba; Carrère cuenta lo que sabe y cómo lo sabe: el foco es más limitado —el narrador no lo ve y oye todo—, pero más honesto y verosímil”. Puedo estar de acuerdo, y por eso me gustó más A sangre fría, es más novela, es más libre y por lo tanto abarca más.

El adversario ha sido un acierto de lectura. El acierto de Carrère está en evitar el juicio paralelo, mantener la distancia con el protagonista sin demonizarlo ni encumbrarlo a ningún malvado olimpo, y no aportar más literatura a los acontecimientos que la que nazca de su estilo y su enfoque; esto, como decía Bassets, le aporta verosimilitud y cierta ligereza en la lectura, algo que los lectores solemos agradecer (y más si lo has leído después del de Proust).

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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