Es difícil elegir las obras que ir leyendo de un autor tan prolífico como César Aira. Empecé por Congreso de Literatura y ahora me he acercado a esta selección de relatos. Creo que tiene más de cien obras escritas, así que me queda mucho Aira por delante. Y lo pienso disfrutar. Su creatividad abrumadora. Su sentido del humor infinito (sospecho que creatividad y sentido del humor tiene una estrecha relación).
En este compendio de relatos se perciben perfectamente el genio de este autor. Me han cautivado especialmente algunos de ellos, otros sinceramente me han dejado indiferente (es difícil escribir todo virtuosamente). Los relatos Picasso (¿qué prefieres ser Picasso o tener un Picasso?), En el café (los regalos de papiroflexia -a cada cual más excelso en su elaboración y resultado- que le dan los clientes del café a la niña que va jugando por las mesas), El todo que surca la nada (las amigas cotillas que van al gimnasio para charlar del todo y la nada), El hornero (la disquisición filosófica y de rigor lingüístico en la transposición del escritor en los animales que forman parte de su relato, y algo encuentro yo del libre albedrío al que ser humano está dispuesto y no así los animales), El carrito (magnífico relato rebosante de ingenio sobre la vida de un carrito de supermercado mientras el supermercado está cerrado), y Los osos topiarios del Parque Arauco (osos de Coca – Cola de un Centro Comercial que por las noches llenan las botellas vacías que les acercan los niños pobres de la zona) me parecen especialmente destacables.
Mención aparte merece Pobreza, quizás el mejor relato de los aquí reunidos. Dotado de una humanidad y una crudeza abrumadora, Aira plantea la disyuntiva entre los pobres y los ricos en dos dimensiones: lo material y lo intelectual. El relato parte de un soliloquio de un hombre pobre que está harto de ser pobre. En un momento del relato se le aparece la Pobreza “vi aparecer ante mis ojos la figura escuálida, rígida, raída, majestuosa a su modo, de la Pobreza”. Esta empieza a recriminarle su necedad por renegar de ella misma y le explica que “la pobreza, o sea yo, da el quantum de proceso”. Es decir, “el rico lo consigue todo hecho, y eso incluye bienes y servicios (…) se pierde la realidad, porque la realidad es el proceso (…) Hasta con sus sentimientos pasa lo mismo, lo que los hace tan estereotipados y superficiales”. La Pobreza le advierte de que ser pobre obliga a ser creativo, a ser original, mientras que ser rico es caer en la comodidad (pereza) de que todo te lo den hecho, pensado y sentido. Es brillante. Tendréis que leer el relato para ver cómo termina, pero el giro final es inesperado y cómico.
Cada vez me van haciendo falta menos escusas para leer a Aira. Es un alivio saber que su producción es extensa y que además sigue vivo (y concediendo contadas entrevistas). Pasaréis buenos ratos leyendo estos relatos. Son cortos, sencillos, cargados de simbolismo y de inventiva, propios de un escritor de raza con talento como ingenio y sentido del humor. Leer a Aira es vivir dos veces, o al menos alargar la vida en la que estamos, porque los buenos ratos que nos regala Aira merecen la pena ser vividos.
¡Nos vemos en la próxima reseña!